A 200 años del nacimiento del filósofo Marx: soñador de un sistema que cerrara la brecha entre ricos y pobres

El sábado 5 de mayo último se cumplieron 200 años del nacimiento de uno de los pensadores más importantes en la Historia Universal. En la ciudad renana de Treveris, dominios del por entonces Reino de Prusia (actual Alemania occidental), en el seno de una familia de rabinos, nacía en 1818 una de las mentes más lúcidas que produjo el naciente occidente burgués: Carlos Marx.
Si bien muchos relacionan a Marx con doctrinas económicas y del Derecho, Marx fue un filósofo de profesión, egresado de la Universidad de Jena con el grado de doctor gracias a una tesis sobre las diferencias entre las filosofías de Demócrito y Epicuro. Este dato no es menor porque el mundo griego rondó en el pensamiento de Marx en forma central, hasta el punto que Aristóteles es una de las autoridades intelectuales con mayor gravitación en su obra cumbre: El Capital.
Por eso, lo primero que hay que destacar de su pensamiento es que, lejos de tratarse de un materialismo mecanicista y determinista, la riqueza de sus teorías y explicaciones es de entero corte filosófico. Esto es fundamental a la hora de ponderar el real alcance de sus postulados, independientemente de las causas partidarias, los resultados concretos que dieron luz al sistema político conocido como socialismo y de quienes llevaron adelante esos programas económicos y sociales en nombre de sus ideas.
Así es como durante gran parte del siglo XX, se asoció a Marx con el totalitarismo de los estados socialistas, cuyo emblema fue la constitución de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS) que tuvo su columna vertebral sobre las ruinas del imperio zarista de Rusia. La Rusia comunista con sus aciertos y errores, en opinión del historiador Eric Hobsbawm, fue a pesar de todo, el primer estado obrero de la historia de la humanidad.

Un humanista mal interpretado

Quizá un buen regalo de cumpleaños, podría ser rescatar a Marx de uno de los estereotipos más difundidos sobre sus ideas: el que trató de imponer la imagen de un pensador enemigo de la libertad humana, determinista de la economía y amante de la violencia.
Porque en el centro de la filosofía de Marx se encuentra el hombre común, que debe procurarse el alimento, la vestimenta y el techo, inmerso en su medio social y despojado del sistema de ideas y creencias imperante. Pero Marx jamás subestimó este último factor, muy por el contrario de lo que se divulgó erróneamente durante tanto tiempo en los ámbitos políticos e intelectuales, la estructura económica y la superestructura de las ideas y creencias, se conjugaban de manera dialéctica, y sólo cuando entraban en una relación irreconciliable, se producían los periodos de revolución social y política. Las ideas, en su pensamiento, siempre fueron tan importantes como la estructura económica de la sociedad.

En una época de burguesía triunfante y de verdaderos ejércitos de desocupados y obreros explotados, Marx concebía un sistema social futuro que superara las obscenas diferencias entre poseedores y desposeídos (ricos y pobres), en la que un hombre común pudiera desarrollar todas sus aptitudes materiales y culturales, en un régimen de producción universal que procurara a cada quién sus capacidades y a cada cual necesidades. A ese sistema lo denominó comunismo. Pero al mismo tiempo sabía que no habría magia posible que dejara que tal sistema se desarrollara y se impusiera por el sólo hecho de significar una buena idea.
Es por eso que el único camino que veía para instaurar ese tipo de sociedad más igualitaria, era por la vía de la revolución, un acto de violencia social que pudiera arrancar de la clase social dominante (la burguesía) los resortes del poder y entregárselos a los obreros y desposeídos. Nacía así el programa político del socialismo, la etapa de lucha y transición que era necesaria dar para lograr el ascenso de la clase obrera al poder que tan bien se describe en El Manifiesto Comunista, otra de sus obras cumbre escrita junto a Federico Engels en 1848.

El Capitalismo: un sistema con errores y horrores

La revolución para Marx era así posible gracias a que el sistema capitalista estaba basado en un error de las relaciones humanas, en las que el mundo de las cosas llegaba a ser más importante que el mundo de los hombres. A esto Marx lo denominó en forma magistral en su obra El Capital como el “fetichismo de la mercancía”, aquel principio por el cual el ser humano termina abrazado y triturado por el mundo de las mercancías, haciéndose ajeno del fruto de su propio trabajo, del producto que concibe en su mente y forja con sus manos en sus horas de trabajo.
Por el contrario, cuando el obrero más produce, más engorda la alforja de sus patrones y más aumenta el poder de la burguesía (el empresariado o el dueño del campo para quien trabaja en condiciones de explotación) para sepultarlo en su condición de asalariado.
Es que para Marx, la fuerza de trabajo del hombre produce un plusvalor que el capitalista retiene y no le paga al obrero; y ese remanente es utilizado por el dueño de las empresas o las tierras para expandir su poderío económico aún más, negando cada vez que pueda, mejorar la condiciones de vida del trabajador.
Es por eso que Marx llegó a pensar con razón, que el sistema capitalista generaba intrínseca y necesariamente a sus propios sepultureros. La riqueza cada vez tiende a concentrarse más y la pobreza y miseria de los obreros a extenderse en forma geométrica. El desenlace de mediados del siglo XIX, en plena revolución industrial y descalabro social, era esperable: la revolución sólo era cuestión de tiempo.
Es verdad que la historia inmediata demostró que las cosas no salieron como Marx predijo, pero hoy en día nadie está en posición de asegurar que vivimos en un mundo más justo o en vías de resolver las desigualdades estructurales que hoy perduran.

Un filósofo del futuro

Marx dejó este mundo un 14 de febrero de 1883 por la tarde, afectado por una tos crónica que un mes atrás sus frágiles pulmones apenas podían soportar. Exiliado paradójicamente en Inglaterra, la cuna de la burguesía industrial por excelencia y del sistema capitalista, denunció a través de su prolífica obra las oprobiosas condiciones en que hombres, mujeres y niños, eran explotados por salarios de miseria y hacinados en los suburbios urbanos con una pluma envidiable y romántica.
Fue un filósofo de la acción, un optimista de la revolución consciente y un científico social privilegiado. Supo, a través de la ciencia, prever comportamientos humanos y sectoriales. Predijo las grandes crisis cíclicas de un sistema que conforme corrían las horas del siglo XIX se expandía a nivel mundial. Se metió en la medula ósea del sistema capitalista para combatirlo desde sus propias bases porque le interesaba el futuro de la humanidad.


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