Argentina: un presente que duele

Mucho antes que la Historia (como ciencia social) se profesionalizara a fines del siglo XIX y pusiera sus servicios a la legitimación del orden burgués en ascenso indetenible, podían encontrarse a cronistas vagabundeando por la Grecia arcaica hace 2500 años. Herodoto de Halicarnaso, por ejemplo, es considerado “el primer historiador” del mundo occidental y casualmente, sus relatos remitían al presente y no al pasado.
En efecto, sus crónicas y relatos se referían a la guerra que la Grecia antigua mantenía con los medos, el pueblo antecesor a la conformación del gran Imperio Persa: de allí provienen las célebres “guerras médicas”, que en algún momento se enseñaban en el colegio secundario con acendrado espíritu de anticuario.
Uno de los motivos, entonces, por el que los historiadores dimensionamos la obra de Herodoto, es que éstos se encuentran allí historizando el presente, es decir, organizando un relato razonado y dando un sentido lógico y estructurado a los hechos que viven las sociedades del presente, presente en el que propio investigador está inmerso.
De allí que algunos historiadores (los menos en esta profesión), dediquen esfuerzos para interpretar el tiempo presente, su propia época. Así que por más que los manuales clásicos de historia nos ubiquen profesionalmente en el estudio del pasado, algunos con terquedad decidimos empotrarnos en el barro de la historia actual y reflexionar sobre qué nos sucede hoy.

La Argentina en una nueva encrucijada financiera

En oportunidades anteriores advertimos la encrucijada económica en la que ingresaba el país luego de la arquitectura financiera diseñada por la gestión del presidente Mauricio Macri. Advertíamos de ese modo que la corrida cambiaria contra el dólar sería inevitable y que el sistema de remuneración de encajes (conocido como las leliq -letras de liquidez- que el Banco Central argentino motorizó con vencimiento semanal para desarmar la bomba latente de las Lebacs, que vencían mensualmente) llevarían a la economía nacional a la hiperinflación, dado que la única forma de contener el precio del dólar era sostener estrafalarias tasas de interés, que estrangulaban al sistema productivo y tornaban imposible el crédito.
Pusimos énfasis en demostrar la lógica histórica que llevó a las crisis anteriores, precisando que cada vez que en la Argentina se remuneraron encajes bancarios, el desenlace significó agudas crisis financieras que contemplaron corridas cambiarias y bancarias del dólar estadounidense contra el peso, además de terribles procesos hiperinflacionarios. Así ocurrió en 1975, 1982 y 1989.
Advertimos finalmente que no había elementos que indicaran que esta vez las cosas pudieran terminar de un modo mejor. Desde esta misma columna encendimos el toque de alarma cuando la fuga de capitales comenzó, hacia mayo de 2018, momentos en que el dólar pegó su primer salto abismal de los $19 a los $25. Hoy está alrededor de $60. Tuvimos la desgracia de no equivocarnos, aunque economistas y partidarios endulzados con el “cambio” cosmético de la era macrista, reiteraban en apuesta ciega que “lo peor de la crisis ya había pasado”.

Ángeles y demonios en el mundo material

La fase final de la crisis, demás está decirlo, fue una profecía auto cumplida. El mercado estaba esperando los resultados de las primarias del 11 de agosto. Si el presidente Macri perdía contra el binomio Fernández – Fernández por más de 6 puntos y estos últimos arañaban los 42, habría un final de juego anticipado. Las PASO de este 2019 serían muy diferentes a las anteriores por las incógnitas y falsas expectativas que generaron cientos de encuestas operadas y amplificadas a diestra y siniestra por los medios adictos. Pero también por lo que estaba en juego: ni más ni menos que la fase final de una crisis económica y financiera inevitable.
El brazo ejecutor que marcó el desenlace inevitable fue, desde ya, el castigo que el electorado argentino infringió a la Alianza Cambiemos. La caída de Macri en el escrutinio provisorio arrojó una diferencia de 15 puntos, ventaja abrumadora, inesperada por todos y atesorada por la clase trabajadora como un punto de inflexión contra los aparatos de blindaje comunicacional y la micro segmentación por big data. Bolsillo vacío mata gurú comunicacional, dirían en el conurbano bonaerense…
A esta inapelable demostración, el presidente Macri respondió con una conferencia de prensa infantil, alejado del temple de un estadista y cercano al niño caprichoso del Boca Junior hegemónico. Es que en términos futboleros, si se quiere, regañó al electorado, como si el partido perdido por goleada hubiera sido culpa de la decisión trasnochada del árbitro.
Y recurrió una vez más al viejo slogan que tanto funcionó en otros tiempos, cuando la economía le daba aire para inventar escenarios prometeicos y mentir. Planteó el otrora fecundo campo de los ángeles y demonios, la consabida grieta que Alberto Fernández comprendió que había que superar para triunfar. La crisis y la realidad material de millones de argentinos se encargó del resto. Porque ante la crudeza del fin de mes, los ángeles no eran tan santos ni los demonios tan maléficos. A fin de cuentas, en el mundo material viven las personas de carne y hueso, que deben comprar comida, vestimenta y también, pagar las facturas de los servicios básicos.

Pasado, presente, futuro…

Esta nueva crisis tendrá desenlace conocido. Y nuestro pasado nacional habilita a pensar escenarios similares a otras oportunidades vivídas: los que se van, dejan irresponsablemente el Banco Central vaciado de reservas. Los que llegan, comparten una parte de la crisis y deben reconstruir el entramado productivo y social cada vez con menor margen de acció

n. Se suceden bajas abruptas de tasas de interés, corridas cambiarias y bancarias, hiperinflación, confiscación de depósitos y otras medidas quizá más perniciosas. Todo ello sobre el sombrío manto de negociaciones con los organismos multilaterales de crédito. El único camino para salir de la recesión es sincerar las cuentas nacionales. Luego solo resta saber quién transportará los millones de platos rotos sobre sus espaldas y en qué porcentaje le tocará a cada actor social asumir el desastre. Hoy existen más pobres y mañana el número seguirá aumentando.
Quizá dentro de dos años, podamos llegar a comprobar sobre qué nuevos pilares deberemos levantar esta dura historia de nuestro presente nacional. Quizá esta vez maduremos y no se torne necesario “volver” al pasado. Quizá podamos sentar las bases de un modelo de desarrollo que aspire a insertarnos en el mundo actual, con novedades, con inteligencia consensuada a largo plazo, alejados de esas grietas irracionales que sólo sostienen el estatus quo del mal menor.


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