La “Margen Sur” como desafío ambiental

El desafío de deshacerse de los residuos electrónicos

Mientras las poblaciones eran pequeñas y su tecnología sencilla, el impacto generado por la actividad humana ejercido sobre el medio natural era considerado local. En la medida que las poblaciones fueron creciendo y complejizándose, los problemas a resolver también fueron multiplicándose.
Quizá la llegada de la Revolución Industrial, como ningún otro fenómeno social, por los cambios estructurales que significó y las novedades tecnológicas que supuso, fue un verdadero momento bisagra a la hora de hablar en términos de impacto y sobre todo de problemáticas ambientales.
En la actualidad, las continuas demandas por parte de una población creciente y dinámica, somete al ámbito urbano en particular a situaciones de tensión ambiental, resintiendo notoriamente aspectos como la calidad del medio y la capacidad de éste para absorber en forma virtuosa o positiva tales impactos. Surgen así los problemas ambientales, es decir, aquellas interrelaciones entre la sociedad y el medio físico que generan consecuencias negativas sobre el nivel de vida de las generaciones presentes y futuras.
Así es como divisamos ciudades donde los procesos que implican una caída en la calidad del territorio o de un recurso, son el puntapié inicial de una posterior situación de tensión social, que llamaremos problema socioambiental. Es por eso que en muchas ocasiones en los términos de la ciudad actual, un problema ambiental implica al mismo tiempo una disputa social.
Para conceptualizar y teniendo en cuenta esa disputa social, estos problemas ambientales se caracterizan por incluir distintos tipos de factores, como cuestiones relacionadas a la cantidad de población afectada y la escala espacial y temporal donde se desarrollan. ¿Cómo afecta un problema ambiental a los sectores de la sociedad? Repasemos un ejemplo local actual y apasionante, como lo es la situación de la denominada “Margen Sur” en el Municipio de Río Grande.

La “Margen sur” como problema ambiental

Río Grande es una ciudad dispar. Tan dispar que cuenta con una zona en la que vive nada más y nada menos que el 50% de sus habitantes y a la que directamente se la identifica con un topónimo diferente y específico. Basta con cruzar el puente –verdadera frontera simbólica y material de esa localidad– para saber que allí residen los vecinos de la “Margen Sur”.
Para muchos fueguinos, hablar de Margen Sur es figurarse la informalidad, la disparidad, el avance progresivo y vegetativo del establecimiento humano sin planificación. Allí, donde la mancha urbana se expande mes a mes sin servicios básicos sanitarios ni obras de infraestructura, brotan los problemas ambientales más profundos, más endémicos, los que demarcan la pobreza estructural. Porque en pleno siglo XXI, vivir en un barrio sin servicios debería suponer anclarnos en el pasado remoto del subdesarrollo.
Es también, a la vista y sentir del habitante de la ciudad formal (de la Río Grande “pre puente” que cuenta con gas, agua potable y cloacas), el lugar donde se concentran o “amplifican” todos los males de la civilización (exclusión, marginación, violencia, delincuencia, etc.) y donde la ausencia del Estado habilita la lógica de la lucha abierta por superar los obstáculos de acceso a la vida digna.
Es por eso que el conflicto social brota a flor de piel, porque los sectores más afectados son aquellos donde la vulnerabilidad social marca una brecha significativa entre las componentes de la comunidad, aunque también debemos precisar que este tipo de tensiones ambientales rara vez influyen exclusivamente dentro del perímetro donde se desarrollan, sino por el contrario, afectan a la localidad en su conjunto. Así, muchas veces sucede que los vecinos de la “Río Grande de aquí”, se quejan por los sucesos o efectos de la “Río Grande de allá”.
Vemos entonces a diario como los problemas ambientales que emanan de las situaciones y vivencias que experimentan los vecinos radicados en la “Margen Sur”, se encuentran en el epicentro de las luchas y reivindicaciones por la identidad ciudadana del lugar.
Y en este punto, es importante reflexionar cuándo fue que hablar de “Margen Sur” podría significar referirse a otra ciudad. Porque no es lo mismo tener o no tener acceso a cloacas, o a servicios tan esenciales como el gas o el agua potable, ni que un niño juegue entre la contaminación de residuos domiciliarios y vuelcos directos de efluentes cloacales. La población de Río Grande sigue creciendo y las respuestas tardan en llegar en tiempo y forma. De allí también nace la informalidad. En este caso, la ausencia o inacción del Estado, paradójicamente, refuerza la informalidad.
A nadie puede sorprender que surjan entonces intenciones de erigir un nuevo municipio, allí donde el Estado “no estuvo”, porque se despierta el deseo de que esté de una vez por todas. Y los vecinos de la Margen Sur, que por años han buscado el reconocimiento de su integridad ciudadana sobre el territorio, en algún momento iban a plantear alternativas políticas concretas. Una de ellas es la de municipalizar los barrios nucleados en la margen sur, escindiéndose del municipio de Río Grande.
Este impulso cobra fuerza en la acción del Gobierno de la Provincia que ha decidido hacerse cargo del daño ambiental ocasionado en el lugar, tal como lo prescribe la Constitución Provincial en su artículo 25, con acciones concretas que exceden la presencia paliativa de las redes de referentes que acercan soluciones esporádicas. El tendido de un caño de red de gas o cloacas es la herramienta sin parangón con que cuenta el Estado para marcar su presencia. Es la obra pública. Es la solución estructural. Existe un antes y un después indiscutible, para que los niños dejen de jugar entre los desechos cloacales y los vecinos alcancen la dignidad en su vida diaria. Ese antes y después para la Margen Sur es la obra pública que extenderá el gas y edificará las cloacas y la llegada del agua potable al lugar.

La “Margen Sur” como desafío ambiental

Es verdad que el proceso de asentamientos denominados “irregulares” conlleva un debate y posicionamientos políticos y legales encontrados. Como también lo es que existirá siempre la disputa entre los sectores formales e informales de una ciudad. Pero tampoco es menos cierto que mientras los avances de poblamiento se van sucediendo en la informalidad, se desencadenan procesos de degradación ambiental que son caros a las presentes y futuras generaciones.
Obras como redes troncales de agua, gas y efluentes cloacales, construcción y ampliación de plantas potabilizadoras, equipamiento comunitario como escuelas, espacios deportivos, hospitales y centros de salud, no hacen otra cosa que remediar impactos ambientales de altísimos costos sociales y humanitarios. Es en este punto que la Provincia, por mandato constitucional y como entidad que ha decidido tomar el toro por las astas, está obligada a intervenir para dar solución a una problemática socioambiental que viene de larga data.
Así es como un problema ambiental se convierte en acciones políticas concretas y entronca con la lucha de intereses políticos y las disputas sociales. El Municipio de Río Grande, la Provincia, los vecinos de uno y otro lado del puente, sus diferencias internas…
El desafío, claro está, es que en ese enmarañado universo de intereses, algunos trascendentales y otros mezquinos, la Margen Sur y el problema socioambiental que representa, obtenga una solución integral a las condiciones precarias en las que hoy están inmersos miles de ciudadanos fueguinos.


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