La sutil conexión entre el marketing y la muerte

La fascinación tiene un lugar destacado en lo que a las personas y a la cultura en general concierne; posiblemente se pueda afirmar que hoy vivimos en un mundo más fascinante que el de nuestros padres o abuelos… Inmediatamente la pregunta que me surge a este respecto es por las causas de que esto sea de tal modo. Se dirá que hoy hay realidades que otrora fueron apenas elucubraciones de la ciencia ficción, esto es así, aún cuando el constante surgimiento de novedades –tanto en la ciencia, como en sus ficciones y artificios que nutren al mercado- sea un acontecimiento vertiginoso, y en razón de tal, difícilmente sopesado desde el presente y su vorágine.
“El futuro llegó hace rato” dice una de las canciones de Patricio Rey y sus Redonditos de Ricota, banda ícono del rock argentino que en su alquimia también causó fascinación, pero que a su vez tenía letras en las cuales algo dispara el pensamiento; hoy es claro que eso no “vende”, que no llega casi a ninguna parte. El arte tiene una cercana relación con la fascinación, esto es menester sea tenido en cuenta a la hora del elogio, como también al momento de la crítica, sobre todo si esa fascinación es precaria y pobre en su sentido o simplificadora hasta el exabrupto. Cambios epocales.
La distopía, es decir, las perspectivas apocalípticas que especulan sobre el fin de la humanidad o el gran colapso de las realidades existentes, son también tópico para el arte, en este caso el cine o la extensa industria de las series, tan de moda en el presente.
En este orden de cosas es que se puede introducir una noción, muy propia del psicoanálisis, como lo es el trauma. Entendemos por trauma a aquello que ciertamente se vincula con la fascinación, no la que relacionaríamos al júbilo y la efervescencia, sino a aquella fascinación en la que se conjuga algo de lo humano con el horror mismo.
Desde los inicios de las civilizaciones el hombre ha tendido a explicarse algunas cosas, ha buscado explicarse a sí mismo y a todo cuanto existe; en relación a esto está lo que decíamos sobre la ciencia y las ficciones, pero también adquiere relieve en lo presente, el lugar que los mitos y las religiones han tenido desde siempre.
En lo dichos de un psicoanalista como lo es Guy Briole encuentro tematizado este asunto de la fascinación y el trauma, en sus palabras dicho autor refiere que:
“El trauma es la marca del hombre. El que inscribe al sujeto en el orden del lenguaje y deja, a la vez, esta huella como resto de lo que no puede reabsorberse en lo simbólico.
El trauma es memoria del hombre como sujeto hablante.
Las leyendas de los pueblos, intentan enmarcarlo, decirlo hasta el infinito, pero el trauma insiste por su contingencia. Entonces, el trauma se hace –para uno o para un grupo- traumatismo”.
Tenemos entonces la perspectiva de que lo traumático tiene lugar en la contingencia, es decir, en lo inesperado, lo que puede ser como puede no ser, lo que surge sin aviso previo y es solidario de la sorpresa, o como se dice hoy tantas veces, del shock.
El citado autor también es quien ha destacado algo valioso para la inspiración de este artículo, a saber: con el trauma se constata que se ha tenido muy cerca a la muerte. En este asunto de la muerte todos los saberes y discursos que nuestro orden simbólico, o nuestra cultura, puede llegar a aproximarnos, hacen agua; por esto es que ya Freud mismo llegara a enunciar que no hay una representación de la muerte en el inconsciente. Esta afirmación última nos pone ante un abismo a la hora de recubrir de sentido las cosas y la vida misma, tal es el abismo que en los sueños de cualquiera siempre que aparece la propia muerte, lo que sigue es el despertar. Los sueños, a los que desde tiempos inmemoriales las distintas civilizaciones vieron como algo a dilucidar o como algo enigmático, son un tema que el psicoanálisis –ya desde sus inicios- supo valorar para encontrar allí una de las distintas manifestaciones que el inconsciente tiene para abrirse paso a la consciencia.
El no tener representación de la muerte en el inconsciente es lo que forja ese agujero al que aludíamos con la referencia al abismo, por eso es que Lacan tomando ésto liga el traumatismo con aquello que se presenta agujereado, y en francés inaugura el neologísmo troumatisme, donde trou –en dicha lengua- significa agujero.
Todo esto apunta, y está en relación, con una faceta de la clínica en la que el golpe de ese horror imprevisto se hace carne en quien lo padece, para luego quedar suspendido de esas angustias que en su abismo sólo dejan silencios. Hablamos entonces de aquellos casos que nutren la clínica de los abusos sexuales, las violaciones, de las situaciones de cruda violencia, de las catástrofes, de la guerra, de todo aquello que despoja a un sujeto de su dignidad en el feroz y abrupto episodio de lo traumático.
“Más allá –dice Guy Briole- de la interpretación que cada uno intente para dar sentido a lo impensable, resta la mirada. El sujeto no puede separarse de la fascinación de la mirada que lo ha inmovilizado. La mirada, es lo que no se olvida. El trauma no se borra, no lo modifica ni el rechazo ni la represión”.
El saldo es entonces algo que persiste, que insiste –como los sueños traumáticos, cuya característica eminente es la repetición del trauma-, y que a pesar nuestro se vuelve a presentar. ¿Qué queda entonces cuando la marca no puede borrarse ni tampoco reprimirse? Lo que queda es el trabajo de elaboración en el que la artesanía de la palabra ofrece el surco en el que drenan y discurren las tensiones que el sujeto ha vivido en carne propia, en la fragilidad del desamparo.
Cuando ello no sucede es difícil que la inercia se corte, y a nivel social suceden cosas hasta cierto punto similares, allí la ciencia y sus ficciones nos reenvían a virtualidades, espacios de aislamiento, pantallas que absorben, contenidos vacíos y ruidos que embotan la vida. Atiborrados de informaciones y entre signos que pierden su sentido, lo traumático avanza; silenciosamente en el estruendo y el brillo que nos hablan de esas nuevas ficciones, que fabrica la ciencia, y que distribuye el mercado. Un filósofo dijo una vez: “El marketing es un instrumento de control social”.


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