Ushuaia y territorio: Buscando una identidad

Pareciera que los ushuaienses viviéramos en un gran teatro natural. La peculiar condición de insularidad nos provee de un escenario único del que todos somos conscientes. Se trata de un fenómeno extraño que estamos en condiciones de afirmar, no les pasa a la mayoría de nuestros compatriotas. Quienes venimos de otros lugares, nunca hicimos el ejercicio de pensarnos como habitantes ni de preguntarnos “qué somos” en tanto nacidos en determinada ciudad, sencillamente porque no lo necesitábamos como un mandato existencial. El lugar de nacimiento de uno, es su propia casa. No hay nada que discutir al respecto. El afuera, lo que rodea nuestro propio hogar, sea este la ciudad más grande del mundo o la base de un casco rural, no suele ser otra cosa que el gran patio exterior de la propia vivienda. Al parecer en Ushuaia no ocurre lo mismo.
Pensemos en lo que sentimos cada mañana cuando salimos hacia nuestros trabajos o actividades. El escenario natural es imponente. La montaña circundante, omnipresente, le imprime al fueguino capitalino una dualidad excepcional de la cual no puede escapar: o vive la cadena montañosa como un gran abrazo contenedor, o la sufre como una gran prisión. Otro tanto ocurre con el Canal Beagle, nuestra mirada se funde en embudo hacia el infinito. Donde el infinito nos invita a soñar o nos hunde en una angustiante ansiedad.
Los historiadores siempre nos cuidamos de evitar determinismos simplificadores, pero en nuestro caso, Ushuaia posee una cualidad ambiental y escenográfica que impide no caer en la tentación de pensar que el medio natural circundante, hacen al habitante un ser exacerbado. Es que aquí las conductas parecen amplificarse: los introvertidos tienen el escenario perfecto para la tragedia; los extrovertidos pueden ufanarse de un telón de fondo incomparable para la aventura, que admite, entre muchas otras cosas, la nieve, el bosque, la altura, el peligro y la contemplación.
Somos una comunidad de montaña con las particularidades que eso conlleva. Por si fuera poco, estamos sujetos a las condiciones de una zona sísmica, pero también somos la Capital provincial, una ciudad puerto, un destino turístico internacional más que importante, el escenario de disputas geopolíticas, la puerta a los confines de la soberanía nacional y, si seguimos escarbando, seguramente aparecerán una decena más de las tantas cosas que somos los ushuaienses.
Sin ir más lejos, no es extraño que al parecer vivamos sin conciencia que somos la capital de una provincia, aquel lugar donde en todos los casos, debiera atender Dios. Pero Dios, en Ushuaia, parecería manifestarse más en el paisaje imponente, que en la Casa de Gobierno. Para otros, en cambio, las montañas significan el purgatorio, la gran muralla que impide divisar en el horizonte la ciudad de origen, la tierra del deseado regreso una vez superado el año laboral en una provincia que brinda oportunidades singulares para el crecimiento personal y el ingreso.
Y otro tanto pasa con nuestro pasado reciente. Los fueguinos fuimos los últimos ciudadanos de segunda de la Argentina. Por más que suene antipático, hasta la provincialización, pesaba más ser el “vecino” que el ciudadano clásico. Modernos estudios históricos dedicados a analizar la etapa de los Territorios Nacionales, explican que el territoriano se transforma en un actor que trabaja y lucha por quebrar la “exclusión” de la ciudadanía plena. Ésta se lograba, claro está, una vez obtenido el cambio de Territorio Nacional a Provincia. Eso sucedió en 1990, o 1991 (porque hasta en eso, no hemos podido ponernos claramente de acuerdo).
Las pugnas por lograr la Provincia Grande o la Chica, llevaron muchos años de definición. Otro tanto ocurrió entre la sanción de la Ley Nacional de provincialización 23.775 el 26 de abril de 1990 y el acto de Juramento de la Constitución Provincial el 1° de Junio de 1991. En ese breve lapso, sucedió la cuestionada destitución del gobernador Martín Torres y transcurrió la efímera gestión de Adrián Aquiles Fariña.
Ese pasado “territoriano”, entonces, también es fundamental para definir los rasgos identitarios de los ushuaienses en particular, y de los fueguinos en general.
Más allá de todo, el fenómeno identitario ushuaiense merece ser reflexionado con particular interés. Existe una cantidad considerable de elementos que admiten pensar en una sociedad fracturada. Y esa fractura pasa también por lo simbólico. Quizá la principal diferencia esté dada entre aquellos que viven en Ushuaia por una cuestión utilitaria desde el punto de vista económico (lo que es válido y no debiera significar un estigma social) y aquellos que, o bien por haber nacido aquí aman su lugar de origen o bien desde que pusieron sus pies en estas tierras, se enamoraron del sitio y están felices y agradecidos de haber encontrado su lugar en el mundo –el caso del autor de esta nota-.
Esa fractura simbólica se refleja también en que el lugareño, se trate de un “viejo poblador” nacido y criado (NyC) o venido y criado (VyC), se siente invadido por oleadas de migrantes regionales estacionales o definitivos.
Si se admite que desde hace un poco menos de medio siglo Ushuaia ha sido un núcleo poblacional receptor por excelencia de migrantes regionales e internacionales (a comienzos de la década de los 70s, el porcentaje de chilenos habitando el entonces Territorio Nacional era muy significativo), debería existir ya una tendencia receptiva al mestizaje, al menos eso exigiría una actitud hacia la modernidad.
Para finalizar y como en cualquier ciudad del mundo, los fueguinos de la capital también somos “lo que quisiéramos ser”. Las comunidades humanas siempre se piensan a futuro. Tener un horizonte de expectativas contribuye a la identidad colectiva, tanto o más que lo que se es o lo que se cree ser. Allí aparecen las marcas particulares que nos distinguen: “el Fin del Mundo”, “la Capital de Malvinas”, “la puerta a la Antártida” el lugar donde acontece “La noche más larga”, el suelo de la “Promoción industrial”, etc. Estas marcas siempre fugan hacia el futuro porque necesitan sostenerse en el tiempo y ser aceptadas en las conciencias de propios y forasteros.
Quizá se trate de dejar de lado actitudes que no hacen otra cosa que dificultar las posibilidades de cohesión social. ¿Acaso el ser fueguino no pasó también por “el que está llegando”? Sea de cualquier forma, existe en la conciencia general de los isleños la necesidad de afirmarse en el territorio. Quienes vivimos o desarrollamos nuestra vida en la isla sentimos la responsabilidad de posicionarnos en un mundo obsesionado por el presente, pero ello sin perjuicio de aceptar que vivimos un tiempo de crecimiento urbano exponencial.
No podemos negar que vivimos Ushuaia con una intensidad particular. Sobran razones para ello. Y parte de esa intensidad está determinada por elegir cada día vivir en una comunidad de montaña, escenario de actores tan disímiles como necesarios, con un pasado territoriano reciente único en la historia nacional y un futuro que deberá forjarse a pesar de las tendencias identitarias que apuntan a la diferencia. Las claves para pensarnos como comunidad, nunca escaparán al territorio, sea este un paisaje natural único o una entidad legal en plena adolescencia a la que hace muy poco tiempo podemos denominar “Provincia”.



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