El vuelo de Aerolíneas que debió retrasarse para poder llevar órganos para hacer trasplantes

Ocurrió el ocho de mayo pasado en el aeropuerto de malcinas argentinas de Ushuaia. Un vuelo que comenzó como un traslado comercial, se convirtió en un vuelo sanitario para salvar vidas.

El 8 de mayo pasado, los pasajeros que subieron al vuelo 1891 de Aerolíneas Argentinas se enteraron de una noticia que en principio les causó un enorme fastidio: el traslado que tendría que salir desde Ushuaia hasta Aeroparque a las 20 se demoraría. El motivo del retraso, sin embargo, los sorprendió: la tripulación se encontraba a la espera del equipo del Incucai que trasportaría distintos órganos para realizar un trasplante en Buenos Aires. De esa manera, ese vuelo que comenzó como un traslado comercial, se convirtió en un vuelo sanitario.
Julieta Bella es empleada de Aerolíneas y trabaja en el sector de tráfico en el aeropuerto Malvinas Argentinas, en Ushuaia. Desde ahí, registra las llegadas de los pasajeros y realiza los trámites de check-in. Ese día, para ella, había trascurrido con total normalidad. Había terminado el trabajo de la tarde y sólo les quedaba el último vuelo que partía a Aeroparque a las 20. Su jefe le había indicado que antes del último vuelo podría ir a tomar un pequeño descanso, pero antes le advirtió que la última partida del día se retrasaría: «Estamos a la espera del Incucai, así que hay que esperar hasta que llegue la ambulancia». Desde ese momento, supo que el trabajo sería a contrarreloj, así que monitoreó a los pasajeros que subirían a ese Boeing 737-800, incluso a un grupo de seis personas que se reportaron a último momento.
Antes de embarcar, se le informó a la tripulación que teníamos que hacer el transporte de unos órganos», recordó Bella. Se quedó junto a sus compañeros esperando a ver la llegada, intrigada porque nunca había visto cómo se llevaba adelante el procedimiento. «Cuando el vuelo pasa a ser sanitario, cuenta con prioridad en ruta y en aterrizaje desde el momento en que los órganos se depositan en la cabina del avión», explicó. Como este vuelo, Aerolíneas hace 4 envíos diarios de órganos que deben ser trasladados por el Incucai, pero esta es la primera vez que Bella lo veía. «En el año y medio que estoy acá nunca había vivenciado el transporte de órganos», expresó.
Lo que ella no sabía era que el procedimiento había comenzado bastante tiempo antes, desde que Eduardo Serra, médico especialista en terapia intensiva y coordinador de Cucai en Tierra del Fuego, se enteró por la tarde que un paciente sufrió una muerte encefálica en Río Grande, a unos 300 kilómetros de Ushuaia. Cuando supo del fallecimiento de esa persona, pensó que lo mejor después de perder una vida, era intentar salvar otra.
Después de certificar el diagnóstico, comenzó un trabajo cronometrado entre el traslado y la distribución de esos órganos, que se deben llevar a los centros de trasplante, situados en Buenos Aires, Santa Fe, Mendoza y la elección de la locación depende de la necesidad de los casos. Además, el mantenimiento de los órganos no puede esperar muchas horas.
«No teníamos un vuelo que viniera de Buenos Aires y pensamos en hacer el envío por avión de línea», relató Serra. El problema es que el vuelo que seguía en Río Grande era a las 3 de la mañana y, según explicó, un riñón pueden extenderse hasta 36 horas, por lo que se necesita el menor tiempo de demora de envío para hacer los análisis posteriores.
«Preferí que se hiciera el traslado en el avión de las 20 en Ushuaia», contó. Así, a las 18.20 salió de la puerta del sanatorio donde trabaja a diario con cuatro conservadoras en mano que llevaban dos riñones, un par de córneas y un corazón. Llamó al aeropuerto para demorar el vuelo y se subió a la camioneta doble tracción del Ministerio de Salud provincial.
Paralelamente, se desplegó un operativo entre la policía de la Provincia, la dirección de transporte y defensa civil que formaron un cordón sanitario de unas 50 personas que se trasladaban a la par para que esos 300 kilómetros se atravesaran en una vía de libre circulación. En el trayecto, Serra miraba el reloj. «Tampoco puedo demorar tanto el vuelo», pensó. Para cuando llegó al aeropuerto de Ushuaia, eran las 20.12. Atravesó el aeropuerto, fue directo a la manga, entregó las conservadoras y la puerta de la aeronave se cerró. Volvió a mirar el reloj: eran las 20.27. «Menos mal que no lo demoré tanto porque los pasajeros me iban a matar», fue la primera reacción que se le cruzó por la cabeza.
Volvió a su casa, le contó a su familia lo que había pasado, aunque sabía que el trabajo no terminaba ahí. Para él, todo el procedimiento finaliza cuando se recibe la notificación de que el órgano llegó a destino. Al día siguiente, su mujer abrió las redes de su celular y se encontró con una publicación en Facebook que le llamó poderosamente la atención.
«Hoy estaba en el avión por salir de Ushuaia y el comandante avisó que íbamos a salir demorados. Como todos, rezongué, pero el piloto volvió a hablar: «Quiero contarles que la espera se debe a que tomé la decisión de demorar la partida a la espera que Incucai llegue de Rio Grande con órganos para trasplante. Gracias por ayudar con la espera, ¿vale la pena no?»», escribió su amiga Karina Manzaraz, una ingeniera en sistemas que había tomado ese mismo vuelo por motivos de trabajo.
El motivo de la demora la sorprendió como un cachetazo. Manzaraz viajaba en la primera fila del avión y desde ahí pudo observar el procedimiento. «Pensaba que uno está metido en sus problemas sin tener en cuenta a nadie y cuánta gente trabaja para que el otro esté mejor», dijo.
Cuando el avión arribó, comenzó el desembarco de los pasajeros. Antes de bajar, los tripulantes hicieron un último pedido: que dieran prioridad a los seis pasajeros que habían ingresado de urgencia. Ellos viajaron a Buenos Aires porque eran los posibles receptores de esos órganos que se trasladaban en ese vuelo.
Entre ese grupo, Manzaras conocía a uno. «Jeremías, resultó ser un ex alumno mío de la facultad, recuerdo haber charlado con él y decirle que lo veía cansado. Me contó que tenía un problema de riñones que lo hacía estar cinco horas, dos veces por semana en diálisis y ahí estaba, sin embargo, conmigo tomando clases hasta las 23. Charlamos sobre que en algún momento él iba a terminar en lista de trasplante. Me lo contaba con esperanza: «Con eso voy a estar mejor profe»», manifestó Manzaraz en su relato virtual. «Hoy creo llegó la esperanza», dijo, emocionada, en la publicación que acompañó junto a una foto con dos manos que sostienen un corazón y describe «cómo ser un superhéroe». (La Nación)


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