7 pecados psicológicos

En general la psicología no toma la idea de pecado, aunque la mayoría de nosotros hayamos sido educados en ella. Como todos la conocemos, la uso en este texto metafóricamente, no en el sentido religioso de “acciones o pensamientos que nos alejan de la Divinidad”, sino refiriéndome a aquellas emociones, conductas  o pensamientos que nos quitan la paz interior, alejándonos de nuestro centro, de nuestra propia divinidad.  Pese a que tantos pacientes vienen a nosotros porque son infelices, los psicólogos sabemos que NO hay una fórmula para la felicidad, pero también aprendemos que SI existen fórmulas para la infelicidad. Somos conscientes de las variables individuales. Resulta obvio que hay diferencias de personalidad o sensibilidad por las cuales, cosas que hacen infeliz a alguien son indiferentes para otros. Podemos dar cuenta de múltiples situaciones y actitudes que pueden hacer infelices a personas distintas. En la clínica diaria sin embargo, comprobamos que hay algunos caminos que indefectiblemente desembocan en la infelicidad de cualquiera que los recorra. Teniendo estas diferencias en cuenta, me limito acá, a tono con el título, a mencionar los 7 pecados capitales emocionales o psicológicos que creo más generalizados:  1. Ceder el timón de la propia vida y dejar que las ideas u opiniones de otros guíen mi camino. Un modo frecuente es no ser agente de mi vida y mis decisiones por temor al “qué dirán”. Creo que para nuestra salud mental importa más una buena autoimagen que una mala fama. Debo advertirles que complacer a todos es misión imposible, ya que obviamente encontraré personas que quieren de mí cosas distintas y hasta opuestas. En esta misma línea de priorizar a otros por sobre mí mismo, se ubica el no darme tiempo para mí. El mensaje que me envío en ese caso, es que yo no soy importante. Si yo me ocupo de vos y vos te ocupas de vos, ¿quien se ocupa de mí? sería algo que deberíamos preguntarnos.  2. No vivir acá y ahora. Cuando mi cuerpo está en un espacio y tiempo, pero mi cabeza vuela a otros lugares o se ubica en el pasado o el futuro, me encuentro en un “no lugar”, no estoy en realidad en ninguno de los dos. No estoy ni donde efectivamente estoy, porque físicamente no me encuentro allí, ni en aquello que recuerdo, temo, me preocupa o fantaseo ya que en el mundo real estoy en el lugar donde me encuentro. Si algo nos preocupa, ocupémonos de ello en lugar de rumiarlo en nuestras cabezas. No vivir aquí y ahora es la autentica manera de perder el tiempo, uno de los bienes más valiosos que poseemos y uno de los pocos que no podemos adquirir.  3. Compararme con mis modelos de referencia. Esto nos va a llevar a pensar siempre en que no damos la talla, que somos insuficientes y disminuye nuestra autovaloración. Siempre que se compare con lo que querría llegar a ser, la comparación va a ser desventajosa. “Sé tu mismo, los demás puestos están ocupados” decía sabiamente Oscar Wilde.  4. Las expectativas en general y las expectativas de felicidad en especial. Rara vez sucede lo que espero, lo cual no quiere decir que muchas veces lo que sucede no sea mejor o más satisfactorio de lo que esperaba. Esperar la felicidad en particular es pensar la felicidad en términos de meta a alcanzar y no de concordancia entre mi camino y yo.   Esta meta suele establecerse basándose en la ecuación “sería feliz con lo que no tengo” (objetos, logros esperados, soluciones a algo que me perturba o lo que sea que desee) El problema es que esta ecuación es insoluble, ya que cada vez que obtengo eso que no tenía, deja de ser “lo que no tengo” y nuevamente la felicidad se aleja como un espejismo inalcanzable.  En una sociedad consumista, muchas veces esta meta está orientada a obtener bienes materiales, pese a estar ampliamente demostrado que no necesariamente los más ricos son los más felices. Mas bien por el contrario, parecieran ser más felices los que necesitan menos, que los que tienen más. Y es evidente además, que hay bastante incompatibilidad entre felicidad y envidia. Napoleón sostenía que la envidia es una declaración de inferioridad.   5. El pensamiento autorreferencial de daño: pensar en termino de “me hacen” en lugar de simplemente “hacen y me afecta”. Mas allá de que las otras personas rara vez nos dedican su accionar, las personas hacen cosas y es nuestra decisión si nos afectan o no, cuánto y cómo. Creer que las acciones de otro que me perjudican fueron pensadas con esa finalidad lleva a la victimización, a cultivar el resentimiento y a ideas vindicativas, e incluso a entrar en escaladas de violencia real o psicológica, nada de lo cual suma a nuestra felicidad.   6. Acostumbrarme a la incomodidad o al maltrato. Los porteños solemos responder a la pregunta sobre cómo estamos, con la frase “mal pero acostumbrado”, como si fuese normal aceptar situaciones que nos hieren, nos duelen y/o nos descentran. Para defendernos de la angustia o por no transitar por el miedo que da cambiar, frecuentemente ni registramos qué es lo que nos quita paz. El problema es que no podremos resolver lo que decidimos ignorar. Otras veces lo que nos duele resulta obvio, pero tememos las consecuencias de modificarlo. No accionamos esperando que el miedo mágicamente pase para dejar atrás aquello que nos lastima, quedándonos en una zona de confort muy poco confortable, a veces por meses e incluso toda la vida. Según Aristóteles la verdadera valentía es el punto medio entre la cobardía, donde el miedo nos paraliza, y la temeridad, donde hacemos de cuenta que no lo tenemos. El coraje de cambiar no implica ignorar el miedo, sino actuar, aun con miedo, haciendo lo necesario para dejar de sufrir. Más allá de las creencias personales sobre la existencia de otra vida, la única de la que tenemos certeza de tener, es ésta.  7. La confusión entre aceptar y resignarse.  En la vida las cosas o  las personas no siempre son como nos gustaría que fuesen. Muchas veces lo que sucede no es como esperábamos (releer el punto 4) y sucede algo que no queremos. Esto provoca indudablemente malestar y buscamos recursos para evitar este malestar. En la medida de lo posible nos enfocamos en actuar sobre las circunstancias, tratando de cambiarlas, de evitarlas o minimizar su impacto. Cuando hicimos lo posible y sin embargo lo desagradable aun nos afecta, solucionarlo deja de estar en nuestras manos. Ahí podemos aceptarlo o resignarnos.  Las circunstancias externas pueden desencadenar el dolor, pero el sufrimiento ocurre dentro nuestro.  Sufrimos cuando no aceptamos las cosas como son, no aceptamos qué, aunque algo no nos agrade, ocurrió. El sufrimiento proviene de rechazar lo que está pasando, de pensar que debería ser de otro modo y los psicólogos sabemos que lo que se resiste, persiste. En la resignación creemos que no tenemos otra opción que someternos pasivamente a lo sucedido, renegamos del dolor, sumando sufrimiento al dolor. Aceptar es decir que algo ES, más allá de que a mí no me guste, resignarse es decir que algo es PERO no debería ser así. Y los gestaltistas sabemos que cada “pero” anula lo antedicho, “pero es una palabra asesina “decía Perls.  Son dos actitudes muy diferentes, ya que la resignación, donde seguimos esperando que la situación sea de otra forma y no como es, nos hará sufrir mientras que cuando aceptamos, asumimos la realidad, sin pretender cambiarla, sin sufrir por ella y aceptando el dolor que nos provoca. Solo aceptar lo sucedido nos permite seguir buscando mejores opciones de ahí en adelante. En la aceptación puedo encontrar sentido y aprender de cualquier experiencia por la que atraviese, para seguir creciendo y buscando mi camino de felicidad, inclusive en aquellas experiencias que me apartan de él, ya que por ejemplo me muestran claramente lo que no me hace feliz. En la aceptación no me apego a lo sucedido, aprendo de ésta experiencia y rectifico mi ruta, mientras que en la resignación me apego al dolor y al rencor que me provoca pero sigo por la misma vía, nadando contra corrientes adversas, agotándome y sin aprender. Lao Tze decía que cuando algo se me opone siempre tengo dos opciones: transformarlo en un enemigo (y esa es la resignación) o en un maestro  (y esa es la aceptación). La vida nos puede robar mucho, pero nunca, salvo que lo permitamos, la libertad de decidir el modo de enfrentar el dolor.   Creo y veo a diario en mi consulta que, pese a que vinimos a este mundo a hacer lo mejor que podamos con nuestras vidas, somos muchas veces el mayor impedimento para ello y nuestro peor enemigo.  Espero que un mapa que marque las rutas peligrosas, los caminos sin salida y los que no llevan a ninguna parte, los ayude a recorrer con más placer este tránsito difícil y maravilloso que es la vida humana.


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