1982-2020: Malvinas en tiempos de coronavirus

38 años ya pasaron desde aquel sorpresivo desembarco de las tropas argentinas en la Isla Soledad, cuando en la mañana del día viernes, cerca de las 11 de la mañana, el administrador colonial británico en las Islas, Rex Hunt negoció la rendición de las fuerzas militares y administrativas. Al día siguiente, se avanzaba también sobre las Islas Georgias del Sur. En el archipiélago flamearía por fin la bandera nacional durante los próximos 74 días de aquel 1982.

Tras 149 años de ocupación inglesa, los argentinos habíamos recuperado las Islas Malvinas. Fueron momentos de algarabía general, en un contexto de zozobra económica y desgaste político de la dictadura militar autodenominada Proceso de Reorganización Nacional que había irrumpido en el poder en marzo de 1976.

Muy pocos se preguntaron en aquel momento por las consecuencias de aquel desembarco. Durante el tiempo que duró la guerra, la ciudadanía que habitaba posibles objetivos en el continente y los habitantes de Tierra del Fuego, fue sometida a un estado de control parcial, disciplinada a través de ejercicios de oscurecimiento y otros dispositivos de defensa civil y la población en general fue desbordada discursivamente por un aparato comunicacional que procuraba mantener la moral nacional en lo más alto.

1982

El país se malvinizó y los medios de comunicación nos convencieron que estábamos ganando la guerra. Quizá como nunca antes, aquella contienda contra el reino Unido de Gran Bretaña fue capaz de sellar las históricas grietas en nuestro país. La Argentina se alzaría en una sola voz, aquella que avivaba y reconocía a los soldados de la patria como los héroes inmaculados de una historia que entroncaba con los más altos ideales libertarios de nuestra historia nacional.

Por fin las Fuerzas Armadas de la Patria cumplían con su razón de ser: la defensa nacional contra un poder externo. Fue el momento de la unidad nacional, de fijar los reclamos allende las fronteras: el sueño de cualquier estadista, de cualquier dirigente político, de cualquier dictador: una megalomanía intensa, mesiánica y soñada. Pero un día debimos despertar.

Cuando la guerra se tornó adversa y crecieron los rumores de un fracaso bélico, la comunicación sufrió una parálisis y la ciudadanía comenzó a reclamar mayores precisiones. Es impresionante ver en los medios gráficos de la época ese vuelco actitudinal una semana antes de la rendición, cuando comenzaron a preguntarse otra vez por el futuro político y económico nacional.

Nuevos villanos y héroes olvidados 

Cuando la guerra terminó, el país se encargó de repudiar a las autoridades militares y reclamar el retorno a la institucionalidad. Barrieron las vitrinas de los viejos demonios de la izquierda «apátrida» y los reemplazaron por los generales del horror, de las torturas, desapariciones y del fracaso bélico. Los partidos políticos que ya habían recobrado vitalidad y querenciamiento general (siempre hay y hubo excepciones) coparon las agendas mediáticas y una nueva esperanza resurgiría: la transición democrática.

Mientras tanto, los chicos de la guerra regresaron y no tuvimos mejor idea que ignorarlos, negarlos y ensayar un olvido terapéutico que nos permitiera volver a esa «normalidad» doméstica perdida hacía tantos años. Porque lejos de la euforia de aquel 2 de abril de 1982, la Argentina ensayó un desconocimiento de sus héroes, de los que ya nadie hablaba si no en voz baja para sindicarlos como víctimas de una aventura improvisada y portadores de secuelas con desenlace incierto en el proceso de readaptación comunitaria.

En Tierra del Fuego, a mediados de la década de 1990 comenzó de manera incipiente en el norte y sur fueguino la tradición de una reunión para honrar la memoria de los combatientes y caídos, cobrando tal magnitud e importancia que las vigilias por Malvinas en Río Grande y Ushuaia cuentan con amplia concurrencia y son un fenómeno de reconocimiento con proyección nacional.

2020 

Pero en este 2020, por las condiciones excepcionales que todos conocemos, las ciudades fueguinas vivirán una vigilia distinta. La tradicional reunión entre los veteranos de guerra y el conjunto de sus comprovincianos fue aplazada por los efectos de la cuarentena instaurada por el coronavirus (COVID19), motivo por el cual la gente deberá evocar los esfuerzos de los combatientes de Malvinas desde sus domicilios particulares.

Llegados a este punto, para un historiador es inevitable ensayar ciertos puntos de contacto en los climas de excepcionalidad. La semana anterior reflexionamos en torno a lo que es vivir en un clima de control. Dijimos que las actuales condiciones de confinamiento decretado y voluntariamente aceptado por la ciudadanía no se había vivido siquiera bajo la Guerra de Malvinas.

Pero lo que las primeras dos semanas fue una aceptación al unísono de la solidaridad de unos con otros, hoy comienzan a divisarse grietas y voces disonantes. Las llamadas de alarma provienen de aquellas capas sociales que no podrán resistir las condiciones materiales impuestas por el parate general de un presente económico que, como en 1982, no ayuda para sostener los esfuerzos de una guerra, sea esta contra un enemigo visible o invisible.

¿»Malvinizar» la comunicación?

Otro paralelismo interesante es el del manejo de la información: es como si la «guerra» contra este enemigo invisible que es el COVID hubieran cooptado todos los canales de comunicación y el mensaje. Nadie habla de otra cosa que no sea la pandemia y se comienza a dirigir un discurso tendiente a tranquilizarnos porque, con los esfuerzos y la entrega de todos, al parecer «estamos ganando esta guerra».

Lo cierto es que sea cual sea el resultado final de esta pandemia, hay otros temas estructurales que venían complicados desde antes y que seguramente verán agravado y potenciado su transcurso hacia un desenlace que muchos analistas veían como de difícil solución.

Y cuando eso pase, ya sabemos que tenemos antecedentes directos vivenciados en 1982 que indican que en el cortísimo tiempo, podemos edificar nuevos villanos y practicar olvidos terapéuticos de una semana a la otra, en tiempo récord.

¿Qué tan lejos estamos de encontrar nuestro Galtieri? 

Desde hace unos días la paz política que daba cierta tranquilidad a todo el sistema de contención a la opinión pública inició una nueva grieta y comenzaron las primeras escaramuzas mediáticas entre la dirigencia política. A los aplausos para el reconocimiento de los trabajadores de la salud, sucedieron cacerolazos de protesta alentados desde las siempre militantes redes sociales.

En el ámbito privado se van conociendo los despidos y la suspensión de trabajadores, sumado a la situación de los cuentapropistas y la gran masa de trabajadores en negro que tienen merma absoluta de sus ingresos. El gobierno nacional y los provinciales ensayan medidas que en un tiempo podremos apreciar si son adecuadas y suficientes. No alcanzamos a divisar la situación real de las diversas ramas de la producción y el trabajo bajo las actuales circunstancias.

El clima se va enrareciendo y el encierro se erige como un poderoso catalizador de tensiones domésticas que tarde o temprano, buscarán una respuesta lógica a lo que nos está ocurriendo. Y como siempre, buscarán responsables.

Conociendo el paño rioplatense, más temprano que tarde encontraremos al culpable de nuestras frustraciones. Siempre funciona así en este sector del Atlántico y el instrumento de la condena general a través de la opinión pública se preparará para hacer su trabajo, como cuando concluyó la Guerra de Malvinas, que se llevó puesto el terrorismo de Estado y los actores políticos imperantes desde hacía casi medio siglo.

Los próximos pasos de esta gran prueba que enfrentamos quizá sea entonces aguantar lo más que se pueda esta nueva guerra con el enemigo invisible del coronavirus. El poder político deberá superar entonces la prueba de no emular a Leopoldo Fortunato Galtieri, aquel presidente de facto vivado y luego despreciado por los argentinos cuando finalmente sufrimos la derrota en Malvinas.

¿Valdrán las vidas humanas salvadas por la cuarentena el parate general del país y cualquier penuria económica por venir, o los argentinos cambiaremos nuestras percepciones de la noche a la mañana como lo supimos hacer en 1982 con las dos movilizaciones del 30 de marzo y el 2 de abril?.

La historia está llena de coincidencias extrapolares. Esperemos que el desenlace de esta epidemia no sea una de ellas.



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