Accidente en el Parque Nacional: Cayó rodando 15 metros y sobrevivió para contarlo

Se trata del periodista Gabriel Silviera, que Escribe para el suplemento Autos del diario Clarin.

Una camioneta Kía Sportage, de color bordó, terminó su marcha completamente destruida luego de que su conductor perdiera el control del volante al despistarse sobre un planchón de hielo, en la Ruta Nacional Nro 3, dentro del Parque Nacional Tierra del Fuego.
El hecho tuvo lugar el pasado martes 22.
Gabriel Silviera, periodista del diario Clarin, fue quien protagonizó el accidente vial junto a su novia mientras visitaba el Parque Nacional Tierra del Fuego. Escribe para el suplemento Autos del matutino porteño y aseguró que las medidas de seguridad del vehículo en el que se transportaba, le salvaron la vida. Pidió más infraestructura en el camino tan turístico. “No hay ni una curva asegurada con guardarraíl”, lamentó.
El relato del accidente en primera persona:
Ushuaia:
– ¡La puta madre! ¡Se me va!
Eso fue lo último que dije antes de perder el control del auto y empezar a caer rodando por la ladera.
En tiempo fueron unos 5 segundos. En distancia, unos 15 metros. En vuelcos, unas 2 vueltas y media.
En sensaciones, la más espeluznante e incierta que me haya tocado vivir.
“Es un milagro que no tengan ni un rasguño”, me dijeron. Viajaba con mi novia Marcela.
No descreo de fuerzas superiores, pero tampoco tengo dudas de que salir intactos de semejante accidente fue gracias a la tecnología aplicada en seguridad y a Nils Bohlin.
Cerrábamos con Marcela un fin de semana excelente en Ushuaia.
Nos dirigíamos hacia el aeropuerto para tomar el avión de regreso a Buenos Aires.
Habíamos dejado atrás Bahía Lapataia, el extremo más austral al que se puede llegar en el continente americano con un vehículo de forma pública.
Y retornábamos por el único camino posible: la ruta nacional 3, que en ese tramo está dentro del Parque Nacional Tierra del Fuego.
Es un camino de tierra y había llovido casi todo el tiempo ese domingo. Aunque no tenga ripio ni toscas, está bien asentado y no se forma mucho barro.
Pero sí aparece una mezcla de agua y polvo que lo hace muy resbaladizo. Encima había sectores de nieve y hielo.
Y aunque no sea en altura, lo sinuoso del trazado se asemeja a una ruta de montaña.
Todos esos ingredientes, más el espectacular paisaje, no daban ninguna otra opción más que ir paseando y disfrutando.
Íbamos en un vehículo ideal para eso: un Kia Sportage, 4×4 mediano, con un sistema de tracción integral que puede variar la fuerza del motor que recibe cada eje, en función del estilo del manejo o de las condiciones del terreno.
Y además teníamos 4 neumáticos con clavos, obligatorios para moverse en época invernal por Tierra del Fuego e indispensables para un buen agarre sobre hielo o nieve.
Mi trabajo me llevó a especializarme. Hace casi 20 años que escribo en el suplemento Autos de Clarín y una de mis tareas es probar vehículos.
Sin arrogancia, considero que mi capacidad de manejo está bastante por encima del promedio. Pero, aunque hice cursos, no soy especialista conduciendo sobre nieve o hielo.
Nací y me crié en Corrientes y ahí la única nieve que hay es la que sale de un tubo de aerosol cuando es época de carnaval.
Faltaban unos 15 minutos para las 18 y todavía había buena luz.
Por los parlantes del auto sonaba Karaoke, de Gustavo Cerati.
Estaba por encarar una curva justo sobre el mirador de Isla Redonda. (Dato del que me enteré después, por supuesto.)
Justo había pasado un par de curvas previas con un vehículo viniendo en sentido contrario, por lo que me propuse recorrer estrictamente la porción de camino que me correspondía: sin invadir el otro carril, en lo más mínimo, de ninguna manera.
Esta curva era hacia la izquierda. Apenas en subida.
Advertí una franja blanquecina sobre la derecha del camino. Nada muy diferente a lo que ya había visto todo el fin de semana.
Más allá de la curva vi una ladera. Estaba cargada de vegetación, así que no pude calcular ni la profundidad ni la pendiente. (Pronto iba a conocer esa información.)
La tomé a no más de 40 kilómetros por hora. Y sentí que el vehículo no estaba doblando tanto como yo quería.
De hecho, se deslizaba hacia afuera.
Patinaba sobre un bloque congelado.
Cuando quise acelerar para corregir esa situación ya era demasiado tarde. Las ruedas derechas estaban fuera del camino y el vehículo comenzaba a ceder ante el ángulo de la pendiente.
– ¡La puta madre! ¡Se me va!
No recuerdo si Marcela gritó o no.
El miedo te puede producir 2 reacciones diametralmente opuestas. O te hace abrir los ojos bien grandes o te los hace cerrar muy fuerte.
Yo los cerré.
Y no sé por qué.
De pronto empezamos a rodar hacia la derecha. Se produjo mucho ruido. Y una primera explosión.
Después interpreté que era el doble techo de vidrio panorámico que se astillaba al golpear contra el suelo.
Casi en simultáneo, otra explosión: sonó más seca y contundente. Fueron los airbags de cortina, que se desplegaron sobre las ventanas (son los que brindan protección a la altura de la cabeza), y también los laterales, que se abrieron desde los costados externos de las butacas delanteras.
Al final del vertiginoso y descontrolado descenso, me quedó sólo una marca. Un raspón en el brazo izquierdo, justo arriba del codo, producto del despliegue de la bolsa de aire lateral.
Es muy loco cómo funciona a veces la cabeza y cómo en momentos insólitos aparecen enseñanzas o técnicas aprendidas en el pasado.
Tenía las manos sujetando el volante. Recuerdo cómo las yemas de mis dedos sentían el cuero que recubría el aro. Y de pronto solté y me crucé los brazos sobre el pecho, como si fuese una momia.
Hace muchos años me habían explicado que si agarrás el volante durante un accidente, las lesiones pueden ser peores. Pero es natural agarrarse de algo en esas situaciones. Yo pensaba en mis manos y no sabía si iba a salir vivo de esa.
Ruido: chapa que se hunde, plásticos que se rompen. Y otra explosión.
Seguro fue el parabrisas. El vehículo rodaba y golpeaba.
Sentí tierra que se metía y me daba en la cara. Por la mente no me pasaba nada de lo que algunos cuentan en situaciones límites: ni mi familia, ni otros seres queridos, ni momentos de la infancia. Nada de eso.
Lo único que deseaba era que se detuviera para salir de esa coctelera de terror que se sacudía en cámara lenta pero con una violencia tremenda.
Por fin paró. Lo primero que sentí es que no tenía nada. No me dolía nada. ¿Será así en serio o será producto de la adrenalina? Escuché la voz de Marce:
– Gabi, ¿estás bien?
– Sí, sí. Estoy bien. ¿Vos cómo estás?
– Creo que bien.
Me quedé tranquilo.
Había que salir. No tenía idea de cómo había quedado el vehículo. Ni cuánto habíamos caído.
Sólo reconocí que la trompa apuntaba hacia la cima de la pendiente y que estaba apoyado un poco de costado, sobre el lado del acompañante.
Entonces me di cuenta de que estoy colgando.
Me sujetaba el cinturón de seguridad.
Para liberarme y salir por el techo, tuve que agarrarme firmemente del volante: si no, al soltar la hebilla del cinturón me caía de cabeza.
De casualidad encontré mi teléfono celular en la tierra. No había señal.
Logramos trepar para pedir ayuda. Se detuvo una camioneta para asistirnos. Se quedaron 2 chicas de Necochea que estaban de paseo, mientras el conductor siguió para avisar a los guardaparques.
A cada instante verificábamos si realmente estábamos bien.
No teníamos nada. Ni un corte. Ni una fractura. Ni un golpe fuerte. Apenas algún raspón.
¿Pero cómo podía ser?
La primera razón: el sueco Nils Bohlin, que inventó el cinturón de seguridad de 3 puntos sin el cual habríamos salido despedidos y muy probablemente nos habría aplastado el vehículo. No busquen una explicación más importante.
Se instaló por primera vez en un Volvo, en 1959, y es el elemento de seguridad pasiva más trascendente en la historia del automóvil.
Si no, pregúntenle al matrimonio brasileño que se desbarrancó en la misma curva que nosotros 4 días antes. No iban atados y la última noticia que me dieron en el hospital de Ushuaia es que la mujer terminó con numerosos cortes en la cara y el hombre estaba en terapia intensiva, con fracturas en las costillas y múltiples traumatismos en el cráneo.
La otra parte determinante en esta historia es la estructura del vehículo. Que resistió perfectamente los golpes y no tuvo deformaciones en sectores clave.
El habitáculo mantuvo su forma. Los pilares A, que están en ambos costados del parabrisas, quedaron intactos. Los asientos conservaron su posición y no hubo ninguna intrusión de los elementos que componen la arquitectura y la carrocería.
Y luego, en un segundo plano, aparecen las bolsas de aire que sólo son efectivas si las 2 cosas anteriores funcionan como funcionaron.
Los airbags de cortina evitaron algún golpe fuerte en la cabeza y seguro también impidieron algún corte. Y los laterales nos protegieron el costado de la espalda.
Al azar sólo le atribuyo que ninguna rama o ningún tronco se hayan metido por alguna ventana mientras rodábamos. Y en parte tal vez se debió a que unos días antes un Troller T4, una especie de Jeep brasileño, de color celeste y gris, había caído por el mismo sector y barrió árboles chicos o arbustos sobre la pendiente.
Luego de haber vivido algo así y destacando la asistencia de los guardaparques y el hospital de Ushuaia (únicamente para control, ya que no nos tuvimos que poner ni una curita), son muchas las reflexiones que aparecen.
Más allá de las estrictamente personales, hay un par que quisiera compartir.
La primera tiene que ver con la falta de infraestructura en un camino tan turístico. No hay ni una curva asegurada con guardarraíl. Ni una sola. Apenas hay 3 o 4 que tienen un cartel con flecha indicando el sentido. Encima es de tierra y suele tener nieve o hielo. Se producen demasiados despistes.
Y la otra reflexión, probablemente más importante: cómo se posterga la instalación de sistemas de seguridad como elementos obligatorios en autos que se venden en nuestro país.
Desde 2014 los airbags frontales y los frenos ABS deben venir sí o sí en modelos nuevos. Pero ahora están a punto de retrasar la llegada del control electrónico de estabilidad, también conocido con las siglas ESP, prevista inicialmente para el 1 de enero de 2018.
Un pedido de los fabricantes para implementarlo recién en 2020 postergaría la obligatoriedad de este sistema indispensable para prevenir accidentes y salvar vidas. Y todo parece indicar que el Gobierno accederá, lo cual sería un retroceso.
Es cierto que el Kia Sportage que nos salvó la vida no está al alcance de la mayoría: cuesta un millón de pesos. Pero cuantos más elementos de seguridad y mayor calidad de construcción tengan los modelos que se fabrican y venden en el país, menos muertes se producirán.
Un accidente automovilístico le puede suceder a cualquiera, por más experiencia al volante que haya.
Lo importante es contar con la protección indispensable para sobrevivirlo. Esa seguridad hoy ya existe y no debería ser negociable.


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