ANTE UNA DEUDA IMPAGABLE Y UN DEFAULT EN CIERNES. ¿Y si vuelven los 90s?

Argentina ingresó a los años 90s con una crisis económica a cuestas que contó con un elemento estelar, aleccionador y extorsivo de la más cruda realidad: el incendio hiperinflacionario desatado entre los años 1988 y 1989, que pulverizó la moneda nacional y castigó quizá como nunca antes el bolsillo y los ahorros de la clase trabajadora argentina.
La amenaza principal estaba a los ojos de todo el mundo: en las vidrieras y las góndolas de los comercios. Una endemoniada carrera contra reloj entre las máquinas remarcadoras de precios el día del cobro de salarios y el desabastecimiento de productos, que los comerciantes retiraban de la vista del público a la espera de recibir los nuevos listados de precios, modificados de la noche a la mañana y de la mañana al mediodía.
El presidente Raúl Alfonsín debió entonces adelantar la entrega del poder prevista para diciembre de 1989 seis meses antes y entregarle el bastón de mando a Carlos Menem quien a partir de junio ensayó un plan de reactivación económica basado en los equipos económicos del alicaído sector industrial.

El plan original y lo que finalmente se debió hacer

Menem había planteado en la campaña electoral un antídoto para recuperar la estabilidad monetaria y de ese modo lograr crecimiento y la tan esperada reactivación económica. Bajo el lema “salariazo y revolución productiva” (que se plasmó también en un libro que fue la plataforma política central que utilizó el peronismo en las elecciones de 1989), Menem logró seducir al electorado, para quien la experiencia alfonsinista, ante todo, había significado un rotundo fracaso económico.
Pero la fragilidad de la economía nacional aún le tendría reservado a Menem picos inflacionarios indetenibles. Al ritmo de la opresión del peso de la deuda externa e interna, Alfonsín había comenzado en junio de 1985 su afamado plan de estabilización monetaria con 1 austral a 0,80 centavos de dólar estadounidense pero para junio de 1989, momento de la entrega anticipada del mando, se necesitaba la friolera de 210 australes para comprar 1 dólar.
Llegado el turno de Carlos Menem, las cosas lejos de mejorar empeoraron, ya que en vísperas de la implementación del Plan de Convertibilidad que equiparó el dólar estadounidense al nuevo peso argentino (nuestra moneda actual de curso legal), se necesitaban 9.000 australes para comprar 1 dólar estadounidense. Los números son tan aterradores como reales.
Con los desopilantes avatares cambiarios de la hiperinflación, no había márgenes para otra cosa que no sea detener el infernal drenaje y licuación de salarios y ahorros de la gente.
El Plan de Convertibilidad y el ingreso a la década de los 90s fue entonces la creatura directa de la hiperinflación. La exigencia central que tuvo la nueva administración peronista fue entonces liquidar la inflación y lograr la estabilidad económica para ver qué quedaba en pie y comenzar otro camino que dejara atrás la traumática experiencia.

La década neoliberal

Así fue como los argentinos ingresaron a los 90s en la denominada década neoliberal. No fue un fenómeno aislado. Se trató de una ola que restauró gobiernos de centro derecha en toda América Latina (salvo la orgullosa experiencia de la bloqueada Cuba de Fidel Castro), con la caída del Muro de Berlín como telón de fondo de los nuevos tiempos. Concluía la Guerra Fría y el capitalismo se mostraba como el único sistema social y económico exitoso.
Comenzó entonces a hablarse de la globalización, un mundo multipolar e hipercomunicado que superaría la era del enfrentamiento imperial entre comunistas y capitalistas. La desaparición de la Unión Soviética traía aparejado el fin de las ideologías. Las fronteras nacionales serían derribadas por las fuerzas desapasionadas del mercado, en cuya lógica modernizante descansaría la organización social del mundo por venir.
Si los liberales democráticos de viejo cuño estaban ligados a un mundo que coqueteaba con el proteccionismo y la obsesión por lograr capitalismos nacionales estables con mercados internos pujantes y distribución del ingreso progresiva, los neoliberales nacidos del mundo unipolar capitalista renegarían de los Estados fuertes. Después de todo, la asfixiante presencia estatal no había demostrado ser un vector eficaz de la estabilidad económica, sino todo lo contrario. Uno de los ejemplos más citados era el fracaso argentino de los 80s.
Así fue que cuando Menem se vio obligado a virar al neoliberalismo, la instauración de la convertibilidad, la reforma del Estado y la privatización de las empresas estatales fueron parte de un proceso indetenible, captando una tímida resistencia en los sectores con capacidad de lucha.

Los 90s

Pero lo que pocos aún se atreven a afirmar, es que estructuralmente el país no tenía muchos otros caminos disponibles. Porque la crisis de 1989/90 no había dejado márgenes para hacer programas diferentes: el aparato productivo estaba totalmente anquilosado, la economía desmonetizada, el mercado interno quebrado y los precios internacionales de los bienes exportables de Argentina se encontraban en niveles muy bajos como para garantizar un crecimiento a tasas altas que permitiera el despegue de la economía nacional en el corto plazo.
Los argentinos abrazaron entonces la estabilidad. Menem logró reformar la Constitución Nacional y fue reelecto en primera vuelta en el año 1995, asegurando así la década neoliberal que tuvo marcados contrastes sociales y económicos.
Lo cierto es que para 1999 Menem entregó la banda presidencial con alarmantes niveles de déficit fiscal y endeudamiento, signos claves a la hora de concebir los cíclicos fracasos políticos y económicos de nuestro país. Dos años después, la Argentina estalló una vez más.

¿Y si vuelven los 90s?

De repente, como un guiño socarrón de la historia, el Gobierno de Cambiemos está conduciendo al país a una nueva crisis que reúne elementos de estallidos anteriores. Los especialistas en macroeconomía advierten que la deuda externa contraída en dólares desde 2016 a la fecha ya es impagable. Tarde o temprano ingresaremos nuevamente en default.
Por si fuera poco, se ha comenzado con una deuda interna traccionada a través de la remuneración de los encajes bancarios (una bicicleta financiera operada con el dinero de los plazos fijos de la gente sin sustento económico) lo que en 1989 llevó a que se desatara la hiperinflación que dio origen a la década neoliberal.
Cabe preguntarse entonces que ocurre si la crisis económica argentina empeora. ¿Quedará margen para ensayar una salida diferente a la que debió realizar Menem en 1991? De no ser así, deberemos pensar entonces en cómo encarar el desafío que se viene. ¿Cómo vamos a salir de una nueva crisis con la soja a U$u300 y el petróleo en baja?
¿Y si vuelven los 90s? La respuesta parecería obvia, porque si vuelven los 90s, esta vez deberemos proceder mejor que antes porque quizá no haya márgenes para seguir equivocándonos sin hipotecar el futuro de nuestros hijos, como la generación que nos precedió lo hizo con la nuestra.



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