Arquitectura y urbanismo sustentable. (Parte 2)

La semana pasada planteamos ciertas relaciones entre ciudades que, al parecer, tendrían muy poco que ver entre sí, como Ushuaia, Rosario y Bogotá. Y advertimos, para el caso de la capital colombiana, que tenían en común con la fueguina ser una comunidad de montaña.

Bajo el sol de Bogotá.
Ubicada sobre la cordillera andina tal y como nuestra ciudad capital, pero a unos 2640 metros sobre el nivel del mar, se halla la imponente Bogotá. Su clima es muy particular, obedeciendo al gradiente térmico por el cual se establecen pisos de diferente temperatura conforme la altura. Vale decir: mientras más alta se encuentre la ciudad, más frío hace, y mientras más cerca del nivel del mar, más caluroso. Bogotá se haya en el llamado “piso térmico frío”, y la proximidad al Ecuador hace que los días del año sean prácticamente iguales en cuanto a duración e inclinación del Sol. El clima es “templado húmedo”, con lluvias todo el año.
Cabe aclarar que tiene temporadas marcadamente lluviosas y marcadamente secas, sobre todo cuando los vaivenes del archiconocido fenómeno denominado “El niño” azotan la metrópoli.
Su sistema de transporte es tan bueno como malo, según cómo se lo mire. Si prestamos atención a su sistema de bicisendas, la ciudad está equipada con una extensa red que cubre toda la ciudad. A pesar de ser una ciudad cordillerana, la geografía se muestra permisiva para desplazarse a través de ella y las ciclovías, dispuestas tanto sobre calles como veredas, están adecuadamente diseñadas. Completa dicho sistema la denominada “Ciclovía de los fines de semana”: cada domingo o día festivo, se cierran al tránsito vehicular algunas avenidas importantes, para dar paso solo a peatones y ciclistas.
El transporte vehicular, por otra parte, muestra siempre una única cara: el caos. Otro punto, además de la cordillera, en el que podría hermanarse con Ushuaia. Moverse en auto particular en Bogotá es muy difícil. Para evitar “trancones” (nuestros embotellamientos) las autoridades han recurrido a un sinfín de medidas que intentan paliarlos. “Pico y Placa”, es una medida interesante por la cual se establecen que determinados días, durante las horas pico, determinadas placas (patentes) no pueden circular. Por ejemplo: los lunes, en hora pico no circulan las placas terminadas en 0 y 1, los martes las 2 y 3, y así hasta terminar la semana.
En tanto, el sistema de transporte público ha pasado por varios estadios, cuyo cambio más importante sucedió en 2000 cuando se inauguró la red del Transmilenio, que vino a paliar problemas del transporte masivo de pasajeros en la ciudad. Básicamente se compone de una red de carriles exclusivos para colectivos de gran porte que une toda la ciudad y por el cual se desplazan las líneas. Es similar al Metrobús porteño, pero con la particularidad que los buses no se detienen en cada parada, sino que tienen diferentes combinaciones.
De esta manera se agilizan los tiempos. Lo complementan líneas de pequeñas “busetas” que unen la red Transmilenio con los barrios. Lamentablemente, en las horas pico el sistema colapsa y los pasajeros se ven obligados a viajar de formas muy inapropiadas.

El transporte, la ciudad y la arquitectura: una tríada inseparable
Para acceder en bicicleta a un sitio es menester que se encuentre dentro de un radio corto. Para que funcione un sistema de transporte es indispensable que haya densidad poblacional que lo soporte. Para que un proyecto de viviendas sea sustentable, es necesario que se ubique donde pueda ser servido por el transporte público para no depender del vehículo particular.
Tal es el caso del emprendimiento de viviendas Ciudad Verde, al sur de Bogotá, que vino a responder la necesidad de vivienda pero que no creó ciudad, sino solo residencia, obligando a los habitantes a salirse de su barrio por cuestiones de educación, trabajo, salud, etc. Además, la falta de acceso al transporte los obligó también a depender de la movilidad propia. El impacto negativo sobre el bienestar de esos vecinos y el consumo energético que implica vivir allí es demasiado alto.
Las particularidades del clima bogotano lo ubican entre el de selva y sabana. La altura y la consecuente influencia de pisos térmicos hacen que predominen las temperaturas bajas. Su proximidad al Ecuador hace que sus días a lo largo del año no sufran variaciones, caracterizándose las temporadas de lluvia y las estaciones secas.
En este contexto se desarrolla una arquitectura muy caracterizada. La obra del arquitecto Rogelio Salmona (1929-2007) ha sabido siempre identificar esto con el agregado de reconocer los beneficios de la utilización de los materiales disponibles en la zona.
Son célebremente conocidos sus proyectos en ladrillo de barro cocido, el principal material de sus obras, porque entienden por un lado la capacidad de la mano de obra local para trabajarlo, y por otro porque es un recurso de la zona. De esta manera se tienen en cuenta principios de sustentabilidad. La “energía incorporada” del ladrillo es, para esta localidad, relativamente baja, disminuyendo así los costes energéticos de transporte.
Como valor añadido el arquitecto defendía el material también porque requería mucha mano de obra y eso generaba empleo.
La naturaleza también fue un elemento relevante en su obra. Son destacables los proyectos Altos del Pino (1981), las Torres del Parque (1965) y la casa en Rio Frio (1997). Pero es particularmente interesante la reutilización de las aguas en el proyecto del Eje Ambiental. Aquí el arquitecto “desenterró” el río San Francisco (Viracachá para pueblos originarios) que había sido entubado años atrás para realizar una calle sobre él. Salmona dispuso las aguas en piletones en cascada a lo largo de una avenida, cuya escorrentía generó un microclima de gran valor paisajístico y un referente ciudadano.
En referencia al agua, el régimen pluviométrico de Bogotá indica una gran cantidad de lluvia a lo largo del año, alrededor de 2.200 mm/año, unos valores más que adecuados para reconsiderar la recolección de estas aguas para consumo. Por ejemplo, una casa de unos 50m2 cubiertos tiene la capacidad de recoger unos 110.000 litros al año. La recolección de agua de lluvia implica un menor consumo de agua potable de red, por lo tanto una menor exigencia al sistema urbano de distribución, así como alivianan la red de alcantarillado.
Hemos expuesto entonces como las ciudades de Rosario y Bogotá, han desarrollado acciones, políticas y ejemplos de arquitectura y urbanismo orientados a la sustentabilidad. Será tema de la próxima entrega saldar cuentas con Ushuaia.



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