ARQUITECTURA Y URBANISMO SUSTENTABLE. PARTE 3

Las entregas anteriores estuvimos repasando algunas características que hacen a la arquitectura y el urbanismo sustentable en las ciudades de Rosario y Bogotá, buscando algún tipo de anclaje que nos sirviera para saber dónde estamos parados a nivel local.
Con respecto a los casos analizados las semanas anteriores, hay que decir que Ushuaia es la que más cambios ha experimentado en los últimos tiempos.
Partiendo de la base que hasta hace menos 150 años estaba ocupada por pueblos originarios, que hace menos de 30 tenía la mitad de los habitantes que hay en la actualidad y que en unos años quizá exista la posibilidad que deba competir el asedio de la localidad chilena de Puerto Williams para ostentar el título de “la más austral” del mundo, Ushuaia es una ciudad fuertemente vinculada a su entorno natural, el cual, con algunas notorias excepciones, ha sido el mayor condicionante del desarrollo de la arquitectura local.
El desafío de construir en Ushuaia
“La nieve, los aludes, el viento y la lluvia son las adversidades que hay que considerar al construir sobre la montaña. Aquí nacen viviendas robustas: eficientes, independientes e integradas en el entorno”. Así describen a grandes rasgos Sophia y Stephan Behling este tipo de clima y su arquitectura. Desde ya, coincidimos con estos dos especialistas en la materia en que la construcción de edificios en Ushuaia responde a ese principio.
La ciudad se sitúa en forma de anfiteatro sobre la ladera Sur de la Cordillera de los Andes con vistas al Canal Beagle. Ya desde su urbanismo se nota un casco histórico en damero, desvirtuado rápidamente por la geografía del lugar que no acepta diseños preconcebidos. La forma orgánica del resto de la ciudad genera un sinfín de situaciones particulares para desarrollar arquitectura.
Generalmente los edificios se construyen aislados en parcelas individuales, separados de las medianeras de modo que todas las caras se encuentran expuestas al clima. Desde un punto de vista bioclimático no es la solución más eficiente ya que hay una mayor superficie en intercambio de calor con el exterior lo que obliga a un mayor costo de ejecución de la envolvente y uno energético en cuanto al mantenimiento de un microclima interior confortable.
La razón por la cual ésta sigue siendo la forma de construir reside, en primera instancia, en la disponibilidad de tierras para la construcción (aunque actualmente eso se está revirtiendo como como explicaremos más adelante). En segunda, por el riesgo que implica tener casas apareadas ante un eventual sismo o terremoto.
La construcción tradicional ha sido durante mucho tiempo en madera, piedra y chapa.
El primero de estos recursos abunda en la isla ya que existe una masa boscosa muy extensa de la especie Nothofagus que ha sido el sustento de las primeras construcciones. No solo se utiliza para la ejecución de envolvente y acabados, sino que antiguamente se usaba también como cimientos. Los llamados “trineos” son un entramado de troncos enteros sobre los que se disponían las casas en busca de adaptarse a posibles sismos, para que la construcción estuviese desvinculada del suelo y no sufriera daños sino desplazamientos.
Ya no es tan común, pero con un poco de suerte aún pueden verse por las calles de la ciudad a camiones trasladando las casas “trineos” en sus acoplados.
En tanto la madera como biomasa también ha sido utilizada para calefaccionar las viviendas, hasta la aparición del gas natural que actualmente ha reemplazado mayoritariamente su uso para estos fines. A los ojos de la sustentabilidad este cambio es cuestionable y debatible, ya que si bien el uso de derivados del petróleo genera los gases de efecto invernadero, el bosque magallánico (como se lo conoce) tiene un régimen de crecimiento extremadamente lento (unos 200 años para llegar a edad madura) y cada árbol talado es una hipoteca ecológica para las futuras generaciones.
Por su parte, la piedra, tradicionalmente menos relacionada a las nociones del impacto ambiental, se ha dejado de utilizar en bruto desde hace ya varios años. El famoso Presidio de Ushuaia fue erigido en este material apenas labrado, y si bien es un excelente acumulador de calor por su gran masa, en las épocas de invierno cuando el sol escasea, un interior no calefaccionado es demasiado frío para vivir. Así se puede percibir recorriendo los pabellones que se mantienen originales en el penal.
No obstante, es importante destacar –y ha sido objeto de debate hasta no hace mucho tiempo, que el principal inconveniente de este material es que las canteras producen un gran impacto paisajístico y ecológico.
Necesitamos prototipos o adaptaciones arquitectónicas que entiendan el clima local
Pero más allá de las referencias históricas que podamos mencionar, existe un hecho que no podemos dejar de advertir: hace varios años que muchas edificaciones en la ciudad vienen demostrando ejemplos que poco entienden del clima local.
Casas con techos sin pendiente que no evacúan rápidamente las precipitaciones tan comunes como esperables. Grandes ventanales que si bien suman a la calidad espacial del interior, son los principales puntos de fuga del calor. Estilos propios de otras latitudes “copypasteados” en obras nuevas, sin interés por hermanarlos con los preexistentes. El caso más indignante es el del casino ubicado sobre la Av. Maipú, completamente disruptivo del paisaje urbano.
En la próxima entrega vamos a continuar analizando la arquitectura de Ushuaia en relación a su clima. Veremos el caso de la Earthship (la “nave tierra”), la construcción hecha con residuos urbanos ubicada en frente a la rotonda del CADIC-CONICET camino al centro de la ciudad. También analizaremos los barrios fueguinos, en particular dos casos de montaña distintivos: el escondido y el ecológico. Por último, sacaremos a la luz los grandes ejemplos de arquitectura local de antaño que han sido reciclados como museos.


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Diario Prensa
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