Ayer, Ursula… quizás hoy yo y mañana vos.

Ayer, Ursula… quizás hoy yo y mañana vos.
 

Es 10 de febrero del 2021. Son las dos y media de la tarde. Para mañana, pero a las doce del mediodía masomenos, quizás vos seas la nueva asesinada… ¿lo sabías?

El promedio es escandaloso. Veintidós horas es la media en la que una nueva víctima de femicidio entra en los números.

Ni un día en paz. Ni uno.

Los números son un tema. Son datos duros, estadísticas. Los números son los que se charlan en esas reuniones de las que solo vemos fotos, con muchas tazas de café y pocas respuestas a esta situación de la que ya no sabemos cómo abordar. Ni qué decir. Además, nosotras, las sin cargo, no nos podemos sentar ahí a explicar que ya nos cansaron los números y las fotos y las tazas de café. Que ya nos cansaron, también, ahí. Que estamos cansadas en todos lados.

Ayer, un efectivo policial con no se si 14 o 18 denuncias (me da igual) por violencia de género, secuestró a Úrsula, la llevó a un descampado y le dio no una, no dos, no tres, sino 33 puñaladas. Casi, casi, que la misma cantidad de denuncias que ella le había hecho y casi, casi, la misma cantidad de veces que su reclamo cayó en saco roto y no tuvo ni una mísera respuesta por parte de ¿de quién? ¿Quién da las respuestas? Bueno, acá está uno de los problemas.

Seguir pretendiendo que la misma Policía sea garante de este tipo de derechos, ya en el 2021 (para seguir hablando de números) debería parecernos, de mínima, bizarro.

Del total de femicidios que conocemos, el 30% es ejecutado por hombres que pertenecen a alguna fuerza. Casi siempre, policías.

¿Puede, entonces, ser esa misma fuerza que asesina, la que me asegure que su compañero no me va a matar? Bueno, no tengo yo la respuesta a esto. Claro. Lo que digo es que de mínima ya podríamos dudar. Y empezar a correrlos de este tipo de resoluciones, porque son más parte del problema que de la solución misma.

Hacer una denuncia por violencia de género en Argentina es una osadía. Que tenes que ir rota, que tenes que ir en el momento, que tratá de que te pegue de lunes a viernes porque el finde no toman denuncias y tratá  de caer en la Comisaría que te la toman, porque no todas lo hacen.

Me imagino a una piba de 18 años, con mucho coraje, yendo muchas veces a someterse a este otro tipo de violencia, que es la violencia institucional, para nada.

Para que el tío del tipo, rompa la denuncia. Casi veinte veces. Digo, por seguir con números. Parece que hablar en términos de números nos vuelve más serias en esta cuestión.

Lo que no puedo es imaginarme sus últimos segundos, después de haberlo intentado todo, mirándole la cara a este depredador que al final logró lo que quiso, en plena libertad de acción, porque a nadie siquiera le llamó la atención. La mató. Como le había dicho tantas veces y como ella le había contado a quienes debían asistirla. Ah, pero el asistido fue él. A él le dieron carpeta psiquiátrica. A él sí. A ella, la nada de la muerte. A él el sistema lo alberga, a ella el sistema la asesinó cada vez que él la apuñaló.

Él está preso. Tarde. Hay mensajes de condolencias. Tarde. Hay llamados a la familia. Tarde.Tarde.Tarde.

Una ¿entiende? que el Ministerio de las Mujeres no tiene presupuesto y que han hecho lo que han podido. Pudieron sacarse fotos y tomar muchas tazas de café, mientras idean como evitar lo que no evitan.

Una entiende que aún se crea que la perimetral sirve para algo, cuando no sirve para nada.

Una entiende que hay que denunciar, porque hay que denunciar, pero ya

cansa ver que tampoco sirve para nada.

Y acá una empieza a dejar de entender ¿no? Y empieza a preguntarse.

Una se pregunta cuándo nos van a tomar en serio, cuántas son las veces que nos tienen que romper la mandíbula para que se decida hacer algo concreto, factible, real, que me aleje al tipo sin que yo tenga que mudarme, por ejemplo. Si es que con la mandíbula rota alcanza, claro.

Yo no logro acordarme todos los nombres, ni las caras, de los femicidas, ni de sus víctimas. Perdón, mujeres. No puedo. No logro acordarme de todos los números tampoco. Sospecho que el cerebro, en alguna de sus sabias funciones, debe reprimir cierta información. Como reprimieron a la amiga de Úrsula ¿sabías? Le tiraron un balazo de goma en el ojo. Algún compañero del tipo que mató a su amiga. Sospecho, también, que debe ser necesario suprimir algunas cosas para poder salir mañana a las 7 a trabajar y esperar hasta las 12 para ver la nueva cara y el nuevo nombre. Y para ver las fotos y las tazas de café otra vez. Y el reunionismo inútil nuestro de cada día. Y las condolencias. Y el llamado a la familia.

¡Hoy salgo a la calle porque no encuentro otra manera de gritar que me duele y tengo rabia!. Solo encuentro una bocanada de aire ahí, entre las otras que viven con este mismo terror. Con esta misma impotencia.

Y voy con mi hijo. Varón. Con toda la responsabilidad que significa serlo. Ser madre de un varón.

Mi amiga, Ana, me dijo hace un rato «tengo miedo de equivocarme en su crianza -en referencia a su hijo- y que eso le cueste la vida a una mujer…» porque también, como si no fuese suficiente, tenemos esa otra carga mental. Intentar hacer de este un mundo mejor.

Y para eso no hace falta tanta reunión, ni tanto café, ni tanta foto con discursos pomposos.

Hace falta dar vuelta todo, empezar de cero, comprender que el famosísimo y tan de moda patriarcado atraviesa todo, a todos, a todas. Es como un elefante inmenso e invisible. Aplasta todo y no se ve, pero está ahí. En las instituciones, en las súper estructuras, en las estructuras, en tu casa, en la mía. En la crianza. En el jardín. En todos lados. En mí. En vos..

Hacen falta menos números y más cambio de perspectiva. Creo que abordarlo interdisciplinariamente ayudaría mucho más.

Hace falta, sobre todo, una Justicia con perspectiva de género. Con formación y capacitación constante.

Hace falta que se pongan a laburar quienes ejercen cargos ministeriales.

Correr a las fuerzas de esto.

Y hacemos falta en la calle nosotras, para gritar por las que ya no pueden.

Hoy.

Y mañana a las 12

Y pasado a las 10.

Hasta que todo sea como lo soñamos.

Vivas, libres y sin miedo nos queremos.


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