Comienza el tiempo de construir…

Reflexiones en cuarentena

A un año del primer caso de COVID en Argentina

El 3 de marzo se cumplirá un año desde que apareció el primer caso de COVID-19 en Argentina. Cuando allá por inicios del 2020 esta crisis empezaba nunca hubiéramos imaginado que iba a llegar a tales niveles de desastre. Si bien algunos ya pronosticaban una propagación como la ocurrida, la gran mayoría de los ciudadanos no teníamos noción de los reales alcances del virus y los cambios que iba a imprimir en nuestras vidas.

En tal sentido, no podía dejar pasar esta fecha sin recapitular todo lo transitado, sin recordar cómo nos encontrábamos hace doce meses y cómo estamos hoy. ¡Cuántas cosas atravesamos en este año! Angustias, pesadillas, cansancio, duelos… tanto que parece que en realidad pasó una década.

Algunos autores ponen de referencia para el proceso de duelo, el tiempo de un año (cabe aclarar que se trata de instancias lógicas, no cronológicas).  Se supone que durante ese período, si todo fue más o menos bien, hubo inscripción de la pérdida y algo cambió, empezamos a aceptar y a convivir con determinada ausencia. Sin embargo, la pandemia nos enfrentó no a una sino a múltiples pérdidas que fueron sucediéndose a lo largo de estos meses. Duelos que tocaron lo individual pero también aquellos que atravesamos como sociedad, los que nos tocó compartir.

En la primera columna de “Reflexiones en cuarentena” publicada en mayo de 2020, llevábamos poco más de sesenta días de aislamiento y comentaba lo siguiente: “Iniciamos en marzo con cierta sensación de alivio y aire vacacional, como si esto fuera un ¡stop!, para descansar, para salir de las extenuantes rutinas y dedicar tiempo a nosotros y a la familia. Luego nos encontramos encerrados. Nos dimos cuenta de todo lo que extrañábamos hacer “lo de siempre” y comenzó el duelo por descubrir nuestra cotidianidad entre unas pocas paredes. En un tercer momento sobrevino la “oda a la tecnología”; todas nuestras actividades empezaron a adaptarse a la modalidad virtual, colegio, trabajo, reuniones, amistades, cumpleaños, compras y hasta pensamos que esto de no salir y hacer todo en pijamas era genial…. pero pronto comenzamos a sentir el agobio por la superposición de tiempos y espacios; aparecimos haciendo magia para poder tener una reunión laboral mientras jugábamos a los autitos, cocinábamos, teníamos terapia online, asistíamos a un seminario e intentábamos respirar entre todo ese enjambre.” ¡Y aún no llegábamos a los tres meses de aislamiento! Qué lejos parecen hoy todas esas sensaciones. Todavía la crisis no había inundado cada rincón del planeta.

Pero los meses siguieron pasando y a nosotros también nos pasaron un montón de cosas. De estar sorprendidos de que alguien en la ciudad diera positivo, a encontrar casos en el trabajo, y luego en la familia. Los círculos empezaron a achicarse y cada vez nos tocaba más de cerca. Los cuidados también se fueron modificando. De salir como astronautas al supermercado cuando todavía no circulaba el COVID en la provincia, a convivir con los cambios de hábitos y volver a juntarse con amigos, que en su mayoría habían pasado la enfermedad.

Pero faltaba más: cierres de locales, despidos laborales y despedidas de familiares y amigos. El sentimiento de culpa por haber contagiado a un ser querido, el agotamiento generalizado y la soledad, la pandemia de salud mental, el derecho a la desconexión digital, los nuevos proyectos, la sublimación y los nacimientos, la vacuna, los ciclos que una y otra vez terminan para volver a empezar. La vida que nos enseña, a pesar de todo y en el peor de los escenarios, a seguir caminando, a intentarlo una vez más, a no dejar de desear.

Como no podía ser de otra forma, les traigo una cita de la licenciada en psicología Alicia Stolkiner, a quién mencioné en varias oportunidades en esta columna, que en sus redes sociales reflexionó sobre la dimensión colectiva del duelo: “Nos aproximamos a que se cumpla un año desde que comenzó esta alteración radical de nuestras vidas. Más allá de que cada subjetividad es singular, los duelos tienen tiempos, aniversarios, momentos, y hay inscripciones específicas de los episodios traumáticos colectivos… Hemos pasado por la negación, por la hiperactividad, por el enojo, por la angustia y también por el desafío de sostener redes y vínculos. No hay duelo insensible al ciclo de fechas y aniversarios y no hay forma de que un duelo no convoque a otros. Ahora es el momento de la tristeza que suele acompañar el cansancio. Cuando eso sucede hay que respirar y seguir. Hay posibilidad de algún alivio.” Y añade: “Tendríamos que pensar no solo las formas de respuesta individual, sino alguna modalidad de forma colectiva… algo de lo colectivo, de lo social y de la ceremonia es necesario.”

La rueda giró 360° y regresamos al 3 de marzo. Llegamos al punto de inicio, ¡pero tranquilos!, no es como en esa película en la que todo vuelve a empezar. El próximo ciclo nos encuentra con muchos nuevos desafíos, pero también con algunas cosas a favor: la experiencia, los logros científicos, y algunas herramientas que con suerte pudimos generar. Algo concluyó: ahora es tiempo de construir.


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