Depresión y “corona blues”

Reflexiones en cuarentena

La depresión es una enfermedad que, según estadísticas publicadas por la Organización Mundial de la Salud,  en el año 2020 afecta a más de 300 millones de personas en el mundo y es la principal causa mundial de discapacidad. Veamos de qué se trata y en qué se relaciona con el coronavirus.

La O.M.S define a la depresión como una enfermedad que se caracteriza por la presencia de tristeza, pérdida de interés o placer, sentimientos de culpa o falta de autoestima, trastornos del sueño o del apetito, sensación de cansancio y falta de concentración.

En tal sentido, el CIE-10 (Clasificación Estadística Internacional de Enfermedades y Problemas Relacionados con la Salud) describe a la depresión como episodio o como trastorno, caracterizado este último por la recurrencia, pudiendo distinguirse en los estados  leve, moderado o grave.  Esto último es en función de la intensidad con que se presenta y la alteración que provoca  en la vida del afectado. Asimismo  podemos encontrarla sola o alternada con episodios maníacos, caracterizados por la elevación del humor, irritabilidad, incremento de la energía e hiperactividad (Trastorno afectivo bipolar).

Ahora bien, los síntomas pueden ser variados y tener manifestaciones en el estado de ánimo, en el pensamiento y/o en el cuerpo. Algunos de estos síntomas pueden ser más fácilmente identificables y otros aparecer enmascarados como lo es la falta de motivación, pérdida de peso y problemas de concentración, entre otros. Sobre esto trabaja el psiquiatra y psicoanalista Luis Hornstein y señala respecto de las causas: “Las depresiones ilustran la relación estrecha entre la intersubjetividad, la historia infantil, la realidad, lo corporal y los valores y, por cierto, la bioquímica”. Es decir, que es el resultado de interacciones complejas donde inciden factores sociales, psicológicos y biológicos.

La crisis instalada a raíz de la pandemia por COVID-19, hemos visto que operó como un detonante de distintas problemáticas de salud mental, muchas de ellas preexistentes en los individuos, y algunos autores señalan que en la actualidad la depresión es uno de los cuadros con mayor prevalencia.

En tal sentido, el filósofo surcoreano Byung- Chul Han, dice: “El virus SARS-CoV-2 es un espejo que refleja las crisis de nuestra sociedad. Hace que resalten aun con más fuerza los síntomas de las enfermedades que nuestra sociedad padecía ya antes de la pandemia”. Han expone al respecto: “Los coreanos denominan corona blues al estado depresivo que se ha ido propagando durante la pandemia.” Refiere que la depresión es un síntoma de lo que llama “la sociedad del cansancio”.  Es decir, un estilo de vida neoliberal caracterizado por la autoexplotación. Hay un imperativo a rendir cada vez más, donde el sujeto se convierte en amo y esclavo de sí mismo. Esta explotación es más eficaz que cuando es realizada por otro, porque conlleva la sensación de libertad. Dice que toda época tiene sus enfermedades emblemáticas y actualmente “la depresión, el trastorno por déficit de atención con hiperactividad (TDAH), el trastorno límite de la personalidad (TLP) o el síndrome de desgaste profesional (SDP) definen el panorama patológico de comienzos de este siglo”.

Así como suelo hacer en la mayoría de las columnas, no quiero solo enfocarme en la enfermedad o padecimiento sino resaltar qué podemos hacer, qué recursos tenemos disponibles y, en definitiva, transmitir que la depresión tiene tratamiento.

En principio, la consulta psicológica es fundamental y además servirá para valorar en qué casos debe derivarse a un psiquiatra para que evalúe la necesidad de medicación. Mientras los psicofármacos ayudan a que el individuo perciba un alivio en sus síntomas, se continuará trabajando con el psicólogo a través de la palabra para construir qué llevó a la persona a ese sufrimiento, y como crear otras alternativas posibles, otras formas de posicionarse frente a lo que nos pasa. En algunos casos, el tratamiento puede contemplar también la intervención de un acompañante terapéutico, como apoyo para la cotidianeidad.

Respecto del entorno familiar y social del paciente, más allá de las particularidades de cada caso, es fundamental el sostén y acompañamiento que pueda brindarse, así como no subestimar la situación, creyendo que es un llamado de atención, que se le va a pasar solo o que si no cambia es porque no quiere, como si se resolviera apelando a la voluntad. Otra cuestión para tener en cuenta es no demandar a quien se encuentra atravesando una depresión, muchas veces en el intento de querer ayudar, que de pronto se anote en actividades, salga, vaya a trabajar y lleve una vida como si nada pasara. Esto va a profundizar el sufrimiento. Debemos tener una actitud de profundo respeto, sin presionar al cambio, a hablar o a lo que fuera.

En resumen, no hay que naturalizar el malestar, saber que la depresión es una patología y como tal, pasible de ser abordada mediante tratamiento psicológico y/o psiquiátrico.

Actuar desde la prevención y promoción de la salud, ayuda a identificar tempranamente el cuadro y evitar que los efectos se profundicen.

Con el acompañamiento oportuno e idóneo es posible salir de la depresión.


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