El día que comenzó la Década Infame

Ayer, 6 de septiembre, se cumplió un nuevo aniversario del derrocamiento del caudillo radical Hipólito Yrigoyen a manos del teniente general José Félix Uriburu, apodado “Von Pepe” por su declarada admiración de la organización y temple del ejército germano, al cual pudo apreciar con total detalle en 1913 como agregado militar en la Alemania imperial. Este militar argentino nacido en Salta había participado de la represión al levantamiento radical de 1905 contra el gobierno conservador de Manuel Quintana.
Más allá de la afinidad con el régimen conservador y con el presidente radical Marcelo T. de Alvear, fue Yrigoyen el que en su segundo mandato (1928-1930), pasó a retiro a Uriburu, razón por la cual se generó un resentimiento particular del salteño, quien entró inmediatamente en contacto con grupos nacionalistas nucleados en la Liga Republicana, los que se propusieron hacia 1929 resistir al gobierno de Yrigoyen en forma enérgica.
A medida que avanzaba el año 1930, la acción de la Liga era más provocativa e intensa, siendo común los enfrentamientos con el radicalismo yrigoyenista. Finalmente, en vísperas del levantamiento cívico militar del 6 de septiembre de 1930, Uriburu conformó la Legión de Mayo, que a diferencia de la anterior, fue apoyada desde el arco político formal, a través de las influencias que ejercía Alberto Viñas, diputado conservador y hombre de confianza al que Uriburu nombró jefe de todas las fuerzas civiles que participaron en la custodia del general y acompañaron el 6 de septiembre al ejército en su marcha hacia la capital.
El cuadro del golpe se completaba con la reaparición, en el mes de junio, del Diario “La Nueva República”, de neto corte nacionalista y feroz opositor al gobierno radical, en línea con el discurso de la Liga Republicana.
Así fue como el 6 de septiembre de 1930, hace 87 años, comenzaba en la Argentina la triste tradición de las interrupciones del orden constitucional por parte de las fuerzas militares de la patria, todo ello operado por una exacerbación de la politización de las Fuerzas Armadas y su tendencia a escindirse del Estado, de la sociedad y a actuar corporativamente. Así, al sector militar nacionalista de Uriburu lo acompañó el sector liberal conducido por el general Agustín Pedro Justo, a quien muchos historiadores indican como el verdadero estratega de la movida que finalmente derrocó a Yrigoyen, restauró el viejo orden conservador y oligárquico y dio la impronta a la denominada Década Infame.
El sector del ejército nacionalista comandado por Uriburu buscaba aplicar reformas de tinte corporativo a la Constitución Nacional, además de reemplazar la Ley Sáenz Peña por un sistema de voto calificado. El sector liberal de Justo, que nucleaba a la mayoría de la oficialidad que finalmente intervino en el golpe, tenía mayores vinculaciones con los partidos políticos tradicionales del momento (conservadores y radicales antipersonalistas opositores a la persona y estilo de conducción de Yrigoyen) y sólo buscaba el reemplazo del presidente, al que acusaban de ser un anciano que estaba cooptado por un grupo íntimo de partidarios malvivientes. El plan de Agustín P. Justo, ciertamente, era derrocar al presidente y reemplazarlo él mismo con ayuda de todo el arco político opositor, incluyendo a radicales descontentos, manteniendo la vigencia de la Constitución y de la Ley Sáenz Peña.
Pero las responsabilidades también fueron compartidas. En realidad, el golpe fue apoyado por parte de la sociedad civil y hubiese podido ser fácilmente reprimido por las fuerzas leales, porque se trató de una marcha desfile de pocos militares acompañados por una muchedumbre. En definitiva, la realidad indicaba que su mayor éxito lo obtuvo en la opinión pública. Eran tiempos de turbulencia económica a nivel mundial por la gran depresión de 1929 consumada en el quiebre de Wall Street y el año 1930 vería profundizarse la recesión.
A ello se sumaban las disidencias internas dentro del radicalismo, vinculadas a la vejez del presidente y su entorno. Finalmente, la parálisis administrativa del Estado jugaba un rol no menor en la imagen del Gobierno. Sobre este panorama, el tradicional “silencio” del presidente tendía a agravar su imagen y a dar la sensación de que ignoraba lo que sucedía en el exterior (de allí surge la famosa frase “te escribieron el diario de Yrigoyen”). Muy por el contrario de lo que se decía en aquel momento, Yrigoyen era un político de una estatura inigualable para la época y aún hoy muchos historiadores se preguntan cómo pudo haber prosperado un golpe de Estado que podría haber sido evitado con facilidad por el respaldo que aún conservaba el líder del radicalismo.
Lo cierto es que la columna cívico militar llegó hasta la Casa Rosada y se apoderó de ella sin que nadie intentara detenerla. La marcha, sin embargo, se realizó sólo con algunos escuadrones de caballería, cadetes y civiles que no sumaron más de 1500 hombres, debido a que la mayor parte de los cuadros militares se negaron a movilizar a sus tropas ya que una fuerte cultura legalista hacía dudar a la mayoría. Paradójicamente, fue esa misma cultura la que aseguró el acatamiento inicial al nuevo presidente de facto Uriburu, una vez que renunciaron Yrigoyen y el Vicepresidente Enrique Martínez.
En esta situación, párrafo aparte merece la Corte Suprema de Justicia, que El 10 de septiembre de 1930, produjo una acordada trascendental reconociendo al Gobierno de facto, que sentó jurisprudencia en el problema de la aceptación de los gobiernos emanados de los golpes de Estado.
Surgió así la denominada Década Infame (clasificación que remitía a los negociados de corrupción y el fraude electoral que caracterizaron el periodo), la que significó la restauración conservadora que la Unión Cívica Radical (UCR) había logrado interrumpir desde 1916, cuando don Hipólito Yrigoyen obtuvo el triunfo por primera vez.
La década infame comenzada por el General Uriburu hizo gala de una inusitada institucionalización de la violencia política sobre los opositores, incluyendo fusilamientos, el uso de la picana, el escandaloso asesinato del senador nacional por Santa Fe, Enzo Bordabehere en pleno recinto, los escándalos de corrupción generalizada y la represión a estudiantiles, jornaleros y obreros, que decidían manifestarse en contra del régimen conservador y oligárquico.
Fueron años de oscuridad en los que el sistema democrático no lograba afianzarse en el seno de las instituciones republicanas y la conciencia colectiva de una mayoría de trabajadores fragmentados, signados por la violencia, la carencia de derechos y la precariedad. No se lograba encarnar un proyecto con reales posibilidades de revertir el modelo oligárquico y excluyente de minorías presumidas y esclarecidas.
Es importante recordar entonces esta fecha, 6 de septiembre de 1930, como aquel día en el que comenzó la Década Infame, para que la memoria histórica nos haga reflexionar sobre los costos que siempre imprime el autoritarismo y sus socios seriales del atraso y la intolerancia.


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