Diálogos fueguinos “con el más allá”

Por Juan José MATEO
Licenciado en Historia – Miembro del Instituto de Estudios Fueguinos

Cada vez que los humanos del pasado no pudieron explicar algún fenómeno de la naturaleza o de su realidad circundante, recurrieron a un sistema de ideas y creencias que de diversas maneras los arraigó intelectualmente a la geografía que habitaban.

Pero a pesar de los avances y el conocimiento obtenidos en el transcurso del tiempo y del actual estadio del conjunto de ciencias que dominan la lectura actual sobre la realidad planetaria y universal, los dioses, aquellas deidades superiores, supranaturales y metafísicas, continúan gozando de buena salud. Es decir, existen, tienen cultos arraigados social e institucionalmente que los consideran reales y personas que desarrollan un estrecho vínculo con ellos mediante un mecanismo de conocimiento interior denominado fe.

Si bien en Tierra del Fuego, como en el resto del país, predomina en la actualidad el Dios judeocristiano, no fue hasta mediados del siglo XIX que en la isla no se practicó su culto. Sin ir más lejos, el Cristo del Nuevo Testamento exige a dos personas o más en su nombre para contar con la presencia del Espíritu Santo entre los hombres. Este principio, aunque parece un mandato de perogrullo, es interesante porque plantea la existencia de la divinidad entre los hombres en la forma asociativa mínima: la interacción de al menos dos personas, por lo cual Dios ya no vive en el interior de un solo individuo, sino literalmente, «entre los hombres».

Está claro que las diferentes oleadas de cristianos que se sucedieron en la isla a partir de la segunda mitad del siglo XIX (anglicanos y católicos) tenían como premisa a aquel Dios universal, creador del mundo y de la humanidad. Pero el sustrato indígena preexistente en Tierra Del Fuego también contaba con deidades creadoras, relacionadas con el surgimiento del paraíso paisajístico que disfrutamos a diario quienes habitamos este Edén multifacético y policromático.

Y estos dioses, principios o deidades, a diferencia del dios cristiano, fueron entidades ratificadas socialmente en la isla quizá por miles de años. Los Selk´nam («onas») en el centro y norte, los yámanas («yaganes»), en los canales del sur, los Haus en el extremo suroriental, no solo convivieron con mitos y leyendas que explicaban el origen de su medio natural y su geografía, sino que también intercambiaron experiencias místicas con las divinidades a través de los chamanes o sabios del grupo.

Los párrafos siguientes, entonces, buscan presentar una ligera guía de cómo se conformó este paraíso terrenal que habitamos los fueguinos. Tal es en realidad la intención del artículo que hoy publicamos: buscar en la sabiduría de los pueblos indígenas que nos precedieron, una explicación metafísica de a quién debemos un paisaje tan naturalmente original y paradisíaco.

La necesidad de munirnos de esquemas intelectuales del pasado quizá nos ayude a orbitar lo que sentimos cuando en Ushuaia o Tolhuin dejamos nuestros hogares y salimos a realizar alguna actividad pedestre, o cuando desde el norte se adentran en el centro o sur de la isla, en busca de la experiencia de dejarnos rodear por el significativo paisaje montañoso, el bosque, los lagos y cursos de agua y desde ya, el imponente Canal Beagle.

Controversias territoriales

Según la cosmogonía selk´nam, en un principio se reunieron los vientos de los cuatro puntos cardinales en una gran asamblea y con ellos también se hicieron presentes los haiyen, es decir, los territorios o regiones por donde los vientos transcurren, con todo lo que se puede percibir en ellos y también con el más allá, es decir, lo que a veces no se puede percibir. Se determinó que la tierra quedaría abajo y los cielos (Timaukel) arriba, donde una vez muertos los hombres, viajarían para unirse con los elementos del más allá.

Si bien se trató de una reunión entre iguales, pronto surgió una enconada rivalidad entre Kamuk (el norte) y Kreikut (el sur) dado que este último se enamoró de la hija de Kamuk, la bella Waukelnama y al no tener el consentimiento de su celoso padre para llevársela con él, decidió iniciar la contienda, marchando hacia el norte para hacerse por la fuerza con su amada. La tarea no sería nada sencilla, puesto que a Kamuk (el norte) le fue concedida la resbaladiza e impenetrable cordillera, una barrera donde muchos dejarían la vida en el intento por cruzarla. Pero Kreikut (el sur) contaba con la cruel luna, que iba acompañada de la temida nieve, capaz de generar feroces tormentas, de lo que resultaba que el verano correspondía al norte y el invierno al sur.

Luego de aventurarse por la escarpada cordillera y de padecer intentos fallidos, finalmente Kreikut y un grupo de valientes acompañantes logró atravesar la cordillera e ingresar al haruwen (territorio) del norte, capturando a la bella hija de Kamuk. La persecución del norte al sur entre todo el territorio y luego por la cordillera no tuvo respiro, hasta que finalmente, Kreikut con la asistencia de la nieve, logró desatar un temporal de tal magnitud, que el norte fue vencido. De allí en más y como represalia a los celos y egoísmo de Kamuk por negarse a compartir pacíficamente el amor de su hija con Kreikut, el sur envía periódicos temporales de nieve al norte.

Menos mal que apareció Kenos

Fue decisión de Timaukel (los cielos) que el medio natural fueguino cambiara. Para ello, encomendó a una deidad llamada Kenos que reorganizara el territorio y la vida de los hombres sobre aquel. Surgido entonces del cielo, a Kenos no le entusiasmó conocer la tierra, ya que en aquel tiempo indefinido e inmemorial, solo existían llanuras desgraciadas. Entonces Kenos reorganizó lagos y ríos, creó cordones montañosos, retiró el cielo que estaba muy bajo hacia las alturas para dar lugar a la conformación de bosques y montes e invitó al sol (Krren) al mundo, concediéndole la fuerza incandescente que hoy experimentamos.

Una vez conformado el paisaje tal y como lo conocemos, Kenos se dedicó a lograr la aparición de los hombres (cuyo surgimiento se logró mezclando barros) y a organizar el territorio, otorgando a los diferentes grupos humanos un haruwen. De este modo, quedaron delimitados los espacios territoriales de cada grupo. Y a pesar de querer ser justo con todos los hombres, Kenos otorgó los mejores haruwen a los Selk´nam. Allí podrían cazar guanacos y disponer de diversos cursos de agua.

Según la cosmogonía Selk´nam, a kenos debemos entonces el maravilloso paisaje y geografía fueguina.

Diálogos fueguinos con el más allá

Es bueno saberlo, para tener en cuenta cada vez que iniciamos nuestra actividad pedestre y nos perdemos en la hipnótica magnificencia de las montañas que nos rodean, sentimos el espeso aire reconfortante de las bahías del Beagle, nos internamos en los mágicos bosques isleños, visitamos los parques o nos adentramos en la resbaladiza cordillera, que hubo una deidad que pensó esto para nosotros, para la humanidad.

Establecer este tipo de diálogo con el más allá fueguino, es un ejercicio de imaginación y consentimiento con el pasado. No de una cultura particular, sino del principio que lleva a cualquier hombre o grupo humano a preguntarse por el origen de los dones que otorga el medio natural. Es que observando el paisaje isleño, cuesta creer que la casualidad universal pueda llegar a producir una belleza para la cual no existe término humano capaz de definir.

Quizá por esa misma razón, muchos fueguinos que no profesan una fe definida,  necesiten un kenos más que cualquier otra deidad. Alguien a quién agradecer haberse ocupado especialmente de este lugar. De la isla. Por haberlo hecho mejor que ningún otro dios.


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