El cansancio y el error de pensar: “¡A mí no me va a pasar!”

El cansancio y el error de pensar: “¡A mí no me va a pasar!”

Hemos hablado tanto del COVID 19, “masticado” tanta pandemia, que ya nos sentimos en la pospandemia, mientras la famosa curva no se entera de nuestros pensamientos, y sigue creciendo…

 

Reflexiones en cuarentenaSe escucha a mucha gente por la calle decir que ya no quiere hablar del coronavirus, que está agotada, que no quiere leer, escuchar, ni que le mencionen el COVID 19. Los hábitos de la nueva normalidad se soportan cada vez menos, mientras el virus sigue haciendo estragos…
“Antes que nada es necesario advertir que ya llevamos bastante tiempo de transformación de nuestras vidas y rutinas cotidianas. En un primer momento hubo una cierta sensación de euforia, de sobreadaptación a la situación. Desde hace un tiempo a esta parte empezó una segunda etapa marcada por la aparición de gestos o situaciones de agotamiento o percepción de distintas emociones. También de sentimientos de enojo.” (Lic. Alicia Stolkiner)

“La convivencia con el virus generó en muchas personas una naturalización del riesgo que alteró la percepción real del peligro. Esto se tradujo en un relajamiento de los cuidados”.

La convivencia con el virus generó en muchas personas una naturalización del riesgo que alteró la percepción real del peligro. Esto se tradujo en un relajamiento de los cuidados. La Lic. Psicología Alicia Stolkiner señaló al respecto: “Las personas que niegan el riesgo o comienzan a naturalizarlo incurren en conductas que las pone en riesgo a ellas y a terceros. Esta naturalización del riesgo es una incorporación de ese riesgo en la vida cotidiana.”
Mientras algunos señalan que esto se debe a la falta de consciencia de parte de la población, yo creo que hay otros factores operando. La consciencia sobre el virus y el conocimiento sobre los cuidados están, pero aun así se lo desmiente. Este tipo de defensa frente a la angustia provoca, no un rechazo de la percepción, sino un rechazo de las consecuencias de dicha percepción, dando origen a una paradójica coexistencia de una antigua creencia con un saber que ha venido a anularla. Entonces al mismo tiempo que tenemos toda la información sobre el coronavirus y las distintas medidas de protección sugeridas, se “aflojan” los cuidados en la creencia de que a uno no le va a pasar… que no va a enfermar de covid, que al que le puede eventualmente pasar es a otro.

“Al mismo tiempo que tenemos toda la información sobre el coronavirus y las distintas medidas de protección sugeridas, se `aflojan´ los cuidados en la creencia de que a uno no le va a pasar… que no va a enfermar de CoViD, y que al que le puede eventualmente pasar es a otro”.

Pero a poco de observar nuestro entorno, vemos que también se produjo una naturalización de la transgresión. Las prescripciones de los gobernantes que hace unos meses marcaban el límite entre lo prohibido y lo permitido, hoy apenas si se escuchan, se desafían, se cuestionan con la sospecha de motivaciones partidarias que no responden al cuidado de la población y cada uno empieza a decidir las medidas que quiere adoptar y las que no, con la arbitrariedad que ello implica.
Simultáneamente, esta nueva forma de encuentro, atravesada casi exclusivamente por lo digital también cansó y vemos sus efectos, por ejemplo, en el desgano de los niños y adolescentes que se “conectan” a clases, con la cámara apagada, mientras dormitan. Esta forma de comunicación, que atravesó todas las esferas de nuestra vida en los últimos meses, y por la cual se incluyó de forma masiva a todas las actividades, terminó generando hartazgo y con ello, nuevas formas de padecimiento.

“Estamos a la espera de una vacuna como quien espera despertar de un mal sueño, en lugar de aceptar las condiciones actuales y `amigarnos´con algunos hábitos que son los que por el momento nos permiten cuidarnos”.

Pero también esa sensación de desgano y agotamiento habla de otros malestares. Caminar por los centros comerciales de las ciudades fueguinas, nos muestra otra postal de la crisis, con varios locales cerrados. Algunos rubros directamente no han podido aún volver a funcionar y el panorama se va complejizando, para quienes además de los sentimientos que les despertó la pandemia y la cuarentena, tienen que lidiar con las consecuencias económicas que todo esto ha dejado a su paso.
Hemos hablado tanto del COVID 19, “masticado” tanta pandemia, que parece que lo dijimos todo, pero no. Ya nos sentimos en la pospandemia, mientras la famosa curva no se entera de nuestros pensamientos, y sigue creciendo.
Estamos a la espera de una vacuna, como quien espera despertar de un mal sueño, en lugar de aceptar las condiciones actuales y “amigarnos” con algunos hábitos que son los que por el momento nos permiten cuidarnos. Entonces algunos empiezan a planificar vacaciones para después de la vacuna, emprender algún proyecto o tomar determinadas decisiones poniendo aquel momento como bisagra para una vuelta a los antiguos hábitos. Pero la realidad cambió e idealizar nuestra “antigua normalidad” o poner ese ideal en un futuro incierto, ocasiona ansiedad y frustración.

“Se produjo una naturalización de la transgresión. Las indicaciones de los gobernantes que hace unos meses marcaban el límite entre lo prohibido y lo permitido, hoy apenas si se escuchan, se desafían, se cuestionan y cada uno empieza a decidir las medidas que quiere adoptar y las que no, con la arbitrariedad que ello implica”.

La incertidumbre que hoy pesa sobre muchas de las cosas sobre las que se asentaba nuestra rutina, también provocó alteraciones y están quienes se aferran a la ilusión de que todo vuelva al estado anterior, como si ello fuera posible, en lugar de aceptar cuál es la realidad hoy y ver que puede hacer cada uno frente a ello. Habilitar cuestionarnos que posición tomamos, y desde allí ver otras posibilidades.
Por otra parte, cuando se cronifica el malestar también aumenta el riesgo de padecimientos mentales. El Lic. en Psicología Pablo López señaló que “cada vez se vuelve más presente la sensación de letargo que las personas manifiestan frente a la realización de actividades de su vida diaria que antes realizaban sin ninguna dificultad. Esta situación puede llevar a un estado de fatiga mental cuyos principales síntomas son la somnolencia, la incapacidad de concentración y la dificultad para procesar tareas a realizar.”
Transitar estos meses como una pausa en nuestras vidas o como un año perdido, añorando un futuro, que es más pasado que futuro, nos deja anclados en posiciones rígidas que generan desgaste y agotamiento. ¡Queremos que la pandemia termine ya!, pero minimizar el riesgo y pretender a toda costa seguir con nuestra rutina, o en el otro extremo, postergar cualquier planificación a la llegada de la vacuna, no nos permite encontrar un espacio singular y sin tanto padecimiento en esta nueva normalidad con la que vamos a tener que aprender a convivir.