El corredor costero en la agenda para el desarrollo fueguino

La agenda ambiental ya es, sin dudas, una de las grandes temáticas del mundo contemporáneo. En varias oportunidades a lo largo de esta columna nos hemos referido a las dos vertientes que predominan en esta temática: la conservacionista (que suele nuclear a ONGs, grupos sociales y sectores científicos tradicionalistas) y otra que podríamos denominar desarrollista, llevada adelante por los gobiernos, el sector empresario y ámbitos académicos ligados a la promoción e investigación sobre factores tales como el crecimiento demográfico, la modernización productiva y el avance de los centros urbanos de un territorio determinado.
Así es como solemos identificar el dominio de lo ambiental con el campo de lo natural, es decir, con los postulados de la “ola verde” en la que confluyen imaginarios conservacionistas que tienden a tomar el avance humano las más de las veces con una connotación negativa, entendiendo a nuestra especie como un impactador y contaminador serial, incapaz de avanzar sin corromper ni destruir el medio natural. Y ese sería el basamento del origen de los problemas ambientales.

Los problemas ambientales los define cada sociedad

Pero la verdad es que la relación entre naturaleza y humanidad exceden por mucho esa simplificación ya que no existe un conjunto de fenómenos que pueda identificarse a priori como “problemas ambientales”.
Y esto es así porque los estudiosos de las ciencias del ambiente hace tiempo vienen advirtiendo que los desafíos ambientales de cada comunidad se establecen a partir de la manera en que los actores sociales se vinculan con su entorno para construir un hábitat y generar un proceso productivo y reproductivo que es tan real como ineludible.
Comprender que los problemas ambientales están socialmente construidos nos ayuda a derribar las barreras en la que nos sumerge la fragmentación de los campos científicos, con su peculiar separación de los problemas concernientes a “lo humano” y lo “no humano”. Una manera que sirve para simplificar y delimitar campos de estudio, pero en la que se pierde el fenómeno global e interconectado de la existencia humana y la relación entre naturaleza y cultura.

¡Alerta, hombres sueltos sobre el planeta tierra!

Quizá en estas limitaciones teóricas encuentren su fundamento las posturas conservacionistas más severas, para quienes el avance humano sólo puede conllevar calamidades, porque justamente conciben la humanidad como un fenómeno externo a la vida natural planetaria, una anomalía cuando en realidad, es todo lo contrario. El hombre es un ser tan “natural”, como un chimpancé, una ballena, una flor o un liquen; en definitiva, todos ellos necesitan del agua y se encuentran regidos por la misma regla de la finitud.
La humanidad mientras tanto seguirá su camino inexorable hacia la evolución social y no va a detenerse ante regla moral conservacionista alguna, cuando ha logrado establecer un sistema tan complejo como el capitalismo. Es por eso que es conveniente que en lugar de encender las histriónicas alarmas contra el “hombre malo” y su progreso, se fortalezcan aquellos mecanismos que, incluyendo las necesidades de todos, sean capaces de reglar el conflicto de intereses, sin entorpecer el producto final capaz de redundar en beneficios para el conjunto de la sociedad.
Es por esto quizá que se torna necesario que las sociedades reaccionen a lo que concebimos como problemas ambientales a través de un conjunto de mediaciones simbólicas que vienen junto con el proceso de selección y definición de las instituciones porque para que se active la percepción del riesgo deben mediar complejos mecanismos de atribución social que hacen que un evento sea considerado como peligroso. Y esto es así porque, en la mayoría de los casos, el inicio de los problemas ambientales se da en un gran entramado de conflictos que logra imponerse en una agenda con un gran impacto público.

La Ruta 30: un debate para el desarrollo

El tan mentado Corredor Costero Canal Beagle (la Ruta 30) constituye un proyecto gubernamental cuyo desarrollo y materialización propone cambiar la matriz productiva y habitacional de Ushuaia y Puerto Almanza y sus ejes productivos y turísticos, generando una mejora substancial en materia de conectividad y soberanía territorial, salud pública, actividades productivas e inversión porque en términos de desarrollo humano, es innegable que la apertura de la ruta podría generar inmejorables cambios estructurales.
Ahora bien, también podríamos decir, que más allá de las bondades y mejoras planteadas en la propuesta, el caso logró una relevancia pública de alto nivel de exposición de sectores a favor y en contra del proyecto.
Sin embargo y a pesar de los cuestionamientos al desarrollo de la obra, el proyecto de la Ruta 30 no deja de ser un caso emblemático que puso en la agenda pública las implicancias que tiene para los habitantes de Ushuaia y Puerto Almanza el desarrollo de proyectos de índole ambiental. Esta experiencia no deja de constituir un antecedente más que interesante para la construcción de un marco de acción colectiva, oportunidad para diseñar formas de organización, enfatizando la autonomía política de una sociedad, para el caso, una comunidad tan identificada con su territorio como lo es Ushuaia.
Pero si bien es cierto que las agendas de alto impacto público muchas veces logran revertir muchas situaciones o al menos generar conciencia sobre las maneras de desarrollar algunas actividades y proyectos, no es menos cierto que también es válido revisar las herramientas y dispositivos que permiten generar acercamientos entre los sectores en pugna, sus miradas y sus posiciones.
Los tiempos que corren exigen a los factores de poder (Gobierno, empresarios y la sociedad civil en su conjunto) resiliencia ambiental, es decir, una capacidad de reacción positiva ante lo que se supone se avecina como malo o negativo.
Sin dudas mediar y acercar posiciones es siempre una tarea compleja en virtud del entrelazado de intereses y miradas que inevitablemente existirán sobre un proyecto tan integral y estructural como el caso de la Ruta 30. Es por eso que la resiliencia ambiental es sin duda la postura que debe primar para dar respuesta a los desafíos ambientales. Una mediación lógica que tenga en cuenta este parámetro permitirá debatir e intercambiar experiencias sobre los temas prioritarios para la cooperación e inversiones sostenibles e involucrar a múltiples actores en la implementación de las agendas globales de sostenibilidad.
Las múltiples brechas de desigualdad en las personas, ciudades y territorios es una condición fundamental para lograr un desarrollo sostenible y resiliente en la región. La estrategia debe sustentarse con mecanismos de gobernanza, más armónicos entre diferentes niveles de gobierno y el fortalecimiento de su financiamiento. Estos retos llaman a una renovada conversación entre el Estado, el mercado y la sociedad y a un aumento en la capacidad de formar coaliciones y fortalecer instituciones para el fomento de políticas sostenibles y promotoras de resiliencia a escala regional y local.
Todo esto es sin dudas un buen punto de partida para pensar una moderna agenda ambiental para el desarrollo fueguino.


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