El desafío de educar en Tierra del Fuego

El filólogo alemán Werner Jaeger explica que los griegos entendían la educación como paideia. La paideia, entre otras cosas, establecía que un individuo no podía realizarse en la comunidad (la Polis) en forma individual, sino participando de la vida política y aportando de este modo al colectivo social. Para ello, debía ser preparado desde niño para alcanzar la virtud, es decir, el pleno desarrollo de la comprensión de los valores aceptados por la comunidad y los saberes técnicos necesarios para desarrollarse con éxito en la vida diaria.
En ese sentido, la polis podía sostenerse como una comunidad de ideales y destino, de formas sociales y espirituales. Este esquema y entendimiento de la educación como elemento formativo del ser colectivo y social fue novedoso en la historia de la humanidad. Por eso su comprensión de la educación fue adelantada, revolucionaria y señera, porque orientaba a la formación de un alto tipo de hombre, adaptado a la polis y, por tanto, considerado como un ser político.
Demás está decir que la experiencia griega subyace en los imaginarios actuales como aportes intelectuales a los basamentos del mundo moderno y contemporáneo. Algunas nociones, aunque modificadas por las lógicas de los avances culturales, perduran en la actualidad en forma de esquemas de pensamiento que guían las aspiraciones de las generaciones presentes.

Razones para discutir la realidad

Teniendo en cuenta los principios de la paideia griega, el lector podrá comprobar que las actuales aspiraciones de las leyes provinciales de educación –siempre en consonancia con la norma nacional-, contienen en su espíritu aquellos principios rectores que nos legaran los griegos de antaño. Este aspecto quizá nos sirva para entender el carácter sagrado que tiene la educación de una persona para la sociedad actual. Los niños son enviados a las escuelas no sólo porque sea un precepto constitucional o una prescripción legal, lo hacen porque están convencidos que es un derecho fundamental y en la práctica, el único camino en la carrera de honores del éxito personal ciudadano. El ser educado para la vida laboral adulta es la única forma de abrir todas las puertas del edificio social, sencillamente porque el éxito en la sociedad actual –salvo honrosas o deshonrosas excepciones- depende del esfuerzo y la preparación individual, o al menos es lo que se espera que suceda.
Entonces, existe un doble estándar para la función social de la educación, en la medida que no sólo se trata de concebir los saberes y las prácticas impartidas por los educadores para uniformar las conciencias humanas. Se trata de no solo pensar en una comunidad de intereses conjugados que respete la individualidad de las personas, sino también en dotar al ciudadano de herramientas que le permitan discernir sobre aspectos de la realidad que demanden un posicionamiento o planteen una disyuntiva. Aunque muchas veces se lo pase por alto, la educación además de “moldear la mente de un individuo” para ingresarlo a un sistema jurídico y social determinado, conlleva la contracara de otorgarle los elementos para que pueda, con criterio, decidir sobre su propia vida. Es decir, que por un lado, aprisiona al individuo a un sistema social determinado, pero por el otro, le otorga las herramientas para hacerlo libre, estableciendo desde el inicio, las reglas del juego limpio.
En este punto es donde empiezan y terminan las especulaciones sobre cualquier jerarquización de derechos o superposición de intereses sociales. La educación, como instrumento sistematizado del presente para crear ciudadanía, debe ser garantizada por el Estado, sobre todo pensando en aquellas porciones del entramado social que menos recursos tienen. Desde el Gobierno de Arturo Frondizi sobre fines de los 50s que las clases altas o media altas pudieron contar con la educación privada que mantiene otros vínculos con su planta docente y administrativa. Pasados los tiempos del desguace estatal de la era neoliberal, de la Ley Federal de Educación que entregó a las provincias la implementación del sistema educativo público, las comunidades educativas adquirieron una tensa relación que perdura hasta nuestros días.
Pero el Estado no es un empleador que se apropia de plusvalía explotando al trabajador, porque el producto de la actividad del empleado público está relacionado la más de las veces con la relación personal del ciudadano en tanto usuario de un servicio, no con la producción directa de mercancías necesarias para el consumo básico de alimentos y bienes. Se espera que una persona que se encuentra en una línea de producción de electrodomésticos no esté pensando en el destino de ese producto. En la sociedad capitalista actual, el obrero industrial produce de forma impersonal, a diferencia de un artesano.
Diferente, claro está, es el trabajo de un docente en el ámbito de la educación pública. Si seguimos la línea argumental explicada en los párrafos anteriores, trabaja con una materia que es sagrada para la población. En primer lugar, porque es formativa del individuo en tanto ciudadano y en segundo lugar, porque la educación pública afecta directamente a los sectores más necesitados de la población, quienes ante una medida de fuerza exacerbada como un paro por tiempo indeterminado (algo que sucedió, por ejemplo, en 2016 en nuestra provincia), no tienen la posibilidad de contar con un maestro particular o conseguir un cupo en una escuela de gestión privada.
No se trata aquí de desautorizar una lucha gremial, ni de oponerse a los mecanismos de una protesta sectorial, sólo por percibir este carácter sagrado del derecho a la educación pública gratuita, las mismas se encuentran amparadas en la ley y muchas veces gozan de legitimidad suficiente para ser tan duraderas como para lograr persuadir a las autoridades políticas de un Estado a torcer una decisión o rumbo programático. Dependen en su lógica intrínseca de las estrategias políticas aplicadas y encuentran su éxito o su fracaso en la correcta lectura de la relación y correlación de las fuerzas en disputa.
Queremos enfatizar la necesidad de transmitir esta noción de la paideia (educación social y política integral) como mecanismo articulador de una comunidad que se pretende trascendental porque tiende a la búsqueda del bien común y la participación y unión ciudadana. Para ello, otro de los desafíos del educar en Tierra del Fuego, es que el docente de la educación pública debe internalizar (hacer carne) su rol sagrado para la comunidad porque en su práctica, transmite a las futuras generaciones las herramientas para liberarlas de las ataduras del atraso material y la esclavitud simbólica.
Pensando en el paro por tiempo indeterminado por el conflicto con los gremios estatales que se cobró en algunos casos más de tres meses de clases perdidas por niños de nivel inicial y primario, y en el juego de intereses que este significó, no habrá nunca vencedores ni vencidos, sino, muy por el contrario, perjudicados en ambas líneas del delgado cordón que une la función docente como educador y trabajador del sector estatal.



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