El extraño mundo fueguino

 

Desde que surgió la filosofía como pensamiento especulativo en la Grecia antigua, que nuestros esquemas de pensamiento se debaten entre la primacía del mundo sensible y el mundo ideal. La reflexión popular también sintoniza con esa dualidad, cuando advierte que una persona puede actuar desde su corazón o desde su razón. Cuando uno actúa “de corazón”, suele cometer actos que se ligan a las pasiones, al hacer o dar sin pensar: entregarse a la guía del fuego íntimo de lo que uno cree que debe hacer sin importar nada más; por el contrario, están quienes suelen actuar amparados en la razón: antes de realizar algún acto que pueda afectar a sí mismo o a terceros, piensan, meditan y luego la ejecutan buscando el éxito o el mal menor.
Según el filoso ateniense Platón, en la realidad operaban dos mundos: el mundo de lo sensible (imperfecto, contradictorio, perecedero) y el mundo de las ideas (perfecto e inmutable). Las ideas, según Platón, tienen un modo de ser diferente respecto de las cosas sensibles. Mientras que el mundo sensible justamente tendería a ser más “mundano”, preso de las apariencias, el mundo de las “ideas” representaría lo celestial, perfecto o auténtico.
A ese mundo ideal, inalcanzable y celestial, Platón lo denominó “Topus Uranus” y remitía a la idea perfecta a la que deberían tender todas las ideas y todas las acciones que pretendieran ser perfectas. Ese mundo celestial era extremo perfecto, que lo diferenciaba del extremo imperfecto, es decir, el mundo sensible y material.

El mundo fueguino

Podríamos decir que es bueno que exista un mundo ideal que actúe como guía hacia la que deben tender las cosas para ser perfectas, pero sabemos que nuestro mundo humano siempre estará más relacionado con lo contradictorio y lo imperfecto. Sin ir más lejos y con la intención de situar la reflexión en el ejemplo local, los fueguinos, desde que somos Provincia, parecemos estar inmersos en el tortuoso mundo de la imperfección. Algo totalmente contradictorio con el ideal de progreso personal y familiar que se ha impuesto en el imaginario de quienes continúan llegando a la “Isla de la fantasía”, donde con un poco de suerte y actitud, se puede lograr progresos que son inimaginables en cualquier otro lugar del País. Una lógica similar funcionó en el norte, cuando en plena crisis de 2001, compatriotas migraban, por sus lazos sanguíneos, preferentemente a España e Italia en busca del refugio de la dignidad perdida.
Da la sensación que, en Tierra del Fuego, con molesta recurrencia, lo peor siempre está por venir. Que siempre estamos más cercanos al riesgo, a ese mundo preso de la contingencia y de la imperfección, como si nada hubiese sido hecho para perdurar, como si todo sucediera sin un plan maestro que reivindique la idea del largo plazo. Las cosas suceden porque suceden. Desde hace años estamos presos del mundo sensible, material; y el mundo de las ideas, de las buenas ideas, estaría siempre lejano, en un Topus Uranus que no nos pertenece y al que nunca podremos aspirar.
Es por eso que el mundo fueguino es proclive a identificarse a aquel mundo sensible del que hablaba Platón, en la medida en que el mundo de las apariencias respeta una lógica utilitarista e inmediata. A los que les va bien, les alcanza con eso. Del conjunto y suerte del “resto” de la comunidad, que se encarguen otros. Los fueguinos somos materialistas, queremos gozar de todos los bienes materiales y simbólicos que podamos porque vivir en la Isla es duro y algo debe compensar la razón social de vivir alejado de todo y todos.
Si no fuera así, nada podría explicar el fracaso de no poder organizar en 25 largos años, más allá de las formalidades legales, la vida comunitaria de una población menor a los 200.000 habitantes. Todo lo contrario, continuamos presos de la deshilachada cuerda macroeconómica nacional y de un sistema productivo endeble y a merced de los humores fiscales del Estado central. Este hecho, hace que amplifiquemos los ya existentes problemas estructurales que acarreamos desde que comenzamos nuestra senda provincial: lejanía, insolvencia y cortoplacismo. Un cóctel explosivo, difícil de digerir más acá y también más allá del Estrecho de Magallanes.
Por si fuera poco, merced al plan de obras públicas más ambicioso de la historia regional y de ciertos indicadores que estarían demostrando una apuesta a la diversificación productiva y el desarrollo humano, una vez que parecía enderezarse la nave hacia un rumbo determinado (bueno para unos, insuficiente o malo para otros) algo que ya podría contarse como un logro no experimentado en décadas, nos toca atravesar las turbulencias económicas de un País empeñado en repetir errores.

Un mundo mejor es posible

Habrá que ver si el extraño mundo fueguino, a veces mágico y a veces exasperantemente elemental, será capaz de obstinarse de una buena vez por todas en una idea de progreso que pueda sortear las barricadas propuestas por las sombras del pasado. Un pasado lastimoso donde muchos hijos de la Isla y los “venidos y quedados” cuentan deudas por millares. Por lo pronto, todo parece indicar que se avecina otro chubasco financiero a nivel nacional y eso afectará el bolsillo y nivel de actividad de los hijos de la Patria, incluida Tierra del Fuego.
Desde nuestro particular mundo, seguramente deberemos ensayar la tolerancia en la frustración y los apremios personales. Hemos pasado, por cierto, épocas peores donde la paz social se vio amenazada con tenor violento y desmedido. Hoy el clima es otro y nadie puede negar que es un activo invalorable que supimos conseguir con esfuerzos y renunciamientos.
Nadie es perfecto, versa el dicho popular, pero no estaría mal que alguna vez aspiremos a un mundo mejor, a ese mundo de las ideas que Platón pensó como inalcanzable, pero que a su vez puede accionar como guía o aspiración hacia la superación. Para que en un futuro, cuando se avecinen nuevos vientos de cambio, nos encuentre mejor organizados y parados sobre bases sólidas, hasta que pase el temblor.


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