El nefasto Marquitos… ¿verdadero presidente de Argentina?

Luego de que los españoles tuvieran una de sus épocas de esplendor con los reinados de Carlos I (1519-1555) y Felipe II (1556-1598), sucedieron en aquella monarquía ibérica reinados inferiores que terminaron sumiendo a España en la decadencia y declinación de las épocas doradas que supo experimentar en tiempos del descubrimiento de América.
Porque si a Carlos I y Felipe II había correspondido el mote de “mayores”, a sus desgraciados sucesores (Felipe III, Felipe IV y Carlos II) la historiografía española les guardaría el triste calificativo de “menores”.
Una de las causas más destacadas de la creciente impopularidad de estos últimos monarcas, fue la existencia de “los validos”, que eran nobles cortesanos, que oficiaron como figuras preponderantes en la toma de decisiones como consejeros privilegiados del Rey, logrando monopolizar y concentrar en sus manos el poder político real y la conducción del Gobierno.
Pero inversamente proporcionales al carisma a priori de los reyes, los “validos”, dotados de cierta inteligencia emocional, fueron personajes que supieron ganarse la impopularidad y el descrédito.

Los “validos” españoles
Así fue como durante el reinado de Felipe III, el Duque de Lerma, el “favorito” del Rey, ensayó sin éxito la revitalización española y no fueron desconocidos tampoco los delirios de grandeza y la soberbia del Conde Duque de Olivares, el “valido” de Felipe IV al que muchos consideraban “el Rey encubierto”, figura dominante ante un monarca holgazán, incapaz y descubierto en su pusilánime espíritu.
Dotados de un poder de seducción y prestigio inicial, los “validos” terminaron siendo figuras altamente corrosivas del poder monárquico constituido, motivando en más de una oportunidad frustradas reformas administrativas direccionadas a demostrar la ineptitud del sistema de control real.
Enredados en interminables intrigas palaciegas, celosos de un poder bastardo delegado y obtenido contra natura y aprovechándose del mediocre temperamento de sus “jefes sometidos”, los validos hacían gala inocultable de una notoria ambición y deseos desmedidos de acumulación de influencia en el seno del Gobierno.

“Lopecito” y “el Mingo”
El régimen argentino presidencialista, a diferencia de los sistemas parlamentarios que están obligados a consensuar diariamente con el Poder Legislativo las mayorías políticas para formar Gobierno, otorga al Poder Ejecutivo nacional facultades que muchas veces recuerda algunas prerrogativas monárquicas de antaño, porque estipula, entre otras cosas, concentrar el Estado y el Gobierno en una jefatura unipersonal.
Este aspecto ha estado muy presente en la constitución de los liderazgos caudillescos argentinos que tanto llamaron y llaman la atención a los analistas internacionales: Rosas y Urquiza en la Confederación; Mitre, Roca, Yrigoyen, Perón, Alfonsín, Menem y Kirchner en la etapa republicana.
Fueron figuras arrolladoras en lo que hace al estilo de conducción, tanto de la política partidaria para lograr establecer sistemas de control duraderos, como en el ejercicio del poder general, concentrando en su figura una relación de respeto indistinta entre adeptos y opositores.
Pero más allá del fuerte régimen presidencialista existente en nuestro país, podemos recurrir a algunos casos de la historia política nacional de los últimos 40 años que podrían habilitar la aparición de “validos” que han sido capaces de erosionar la figura presidencial.
Tal fue el caso de José López Rega en el tormentoso Gobierno de María Estela Martínez de Perón, quién desde el Ministerio de Bienestar Social llegó a convertirse en una figura eclipsante de la presidente, hasta su súbita caída en desgracia luego de la crisis económica desatada por el “Rodrigazo” en 1975, que lo obligó a renunciar momentos previos al Golpe de Estado.
“Lopecito” fue autor de la creación del tristemente célebre grupo paramilitar de la Alianza Anticomunista Argentina (Triple A) que se dedicó a instalar un aparato represor que persiguió a opositores, mientras instalaba una cacería fratricida en la maniquea búsqueda por “depurar” la gran familia peronista. Por si fuera poco, fue el instigador principal del plan económico de Celestino Rodrigo que terminó en un rotundo fracaso.
“Lopecito” fue entonces un valido presidencial que le costó hondas amarguras y cicatrices al conjunto del pueblo argentino.
Domingo Felipe Cavallo en el malogrado Gobierno de Fernando de la Rúa fue otro de los validos presidenciales del que se guarda un muy mal recuerdo. En su calidad de Ministro de Economía plenipotenciario, intentó enderezar la crisis económica que se desató en 2001, anteponiéndose a la figura pusilánime de De la Rúa, hasta el punto de concentrar en su persona el barómetro de la confianza de los mercados y los organismos multilaterales de crédito, que finalmente dejaron de asistir a la Argentina luego que la situación fiscal se les fuera de las manos en marcha irreversible hacia el default.
Fue autor del corralito financiero que incautó los depósitos de la ciudadanía para salvar la quiebra del sistema bancario. Las víctimas fatales en esa oportunidad, provinieron lamentablemente de las protestas populares que exigían la renuncia del propio “mingo” y de “su Presidente” De la Rúa.
Cavallo había sido un Ministro de Economía exitoso en el Gobierno de Carlos Menem, pero ni en su mejor momento pudo erosionar la figura presidencial del caudillo peronista. De la Rúa, en cambio, recordaba a aquellos monarcas españoles ineptos a los que la máxima investidura del poder formal, no les alcanzó para detener la arrolladora ambición del valido de turno.

Marquitos: el valido del Presidente Macri
Hoy nos encontramos paradójicamente en una nueva situación de crisis. Y mientras la economía se desmadra jornada tras jornada, experimentamos atónitos el resurgimiento del valido presidencial.
Todas las advertencias mediáticas y palaciegas, sumadas al mal humor social apuntan al actual Jefe de Gabinete Marcos Peña. El arco político opositor, los mercados y los propios partidarios del Presidente solicitan su alejamiento, convencidos de que “Marquitos” es el responsable directo de la actual crisis. El ministro plenipotenciario que obstaculiza la actuación de los que saben de Economía y que por su soberbia y ambición de poder, está llevando al presidente a un callejón sin salida.
La respuesta del presidente en todo momento es la confirmación de Peña, porque en Peña ha decidido atar su propia suerte. Porque en definitiva, a esta altura del partido para muchos, “Marquitos” no deja de ser “el Presidente encubierto”.
Pero no solamente es eso. Es además el autor del aparato propagandista de la mentira al pueblo: que no iban a ajustar, que no iban a devaluar, que iban a unir de una buena vez a los argentinos.
Porque, identificada la licuación del poder presidencial, comienza la fase de demonización del valido del presidente. Así se descubre al sombrío comandante de los ejércitos de troll (perfiles falsos en las redes sociales), que persiguen a propios y opositores en el sostenimiento del relato de la Alianza Cambiemos, el soberbio “pibe de oro” capaz de exponer con pedantería y aires de pretendido triunfo electoral eterno ante los diputados y senadores de la nación, que esperan parsimónicos la topadora del fracaso cíclico argentino, porque han pasado ya varias tormentas y conocen las reglas del juego.
“Marquitos”, el favorito del Presidente. El responsable de la crisis y los males que hoy aqueja a todos, el Jonás bíblico del próximo naufragio nacional. Tal la construcción del ideario del último valido. Como siempre pasó y va a pasar, como también sucedió con “Lopecito” y “el mingo” a quienes los vendavales económicos se los llevaron más tarde que temprano.
Porque en definitiva, la dinámica política establece que más allá de los estilos de conducción o las oportunas cualidades que reúna la persona presidencial en un momento dado, existe un factor que conforme avanza el tiempo y por sobre todo la influencia de los medios de comunicación, es indelegable del Poder Ejecutivo: la fortaleza de la imagen personal del presidente, lo que genera la confianza necesaria de liderazgo para sostener las medidas de Gobierno, rasgo solicitado por su base de votantes que no quieren quedar a merced de las burlas que imprime los fracasos políticos; y también las fuerzas “impersonales” del mercado, que suelen facturarlo influyendo en los instrumentos financieros y monetarios.
Es por eso que uno de los hechos menos perdonables y que debería ser materia excluyente de la educación presidencial argentina a la luz de la historia reciente, es entender que la confianza electoral otorgada al liderazgo presidencial es indelegable.
Porque en definitiva, en la genética de la construcción de poder del mundo colonial español del cual provenimos, la viral aparición de “validos” capaces de erosionar la naturaleza absoluta del ejercicio y la imagen del poder, en la mayoría de los casos fue y será advertida como un gran mal que se avecina. Así siempre lo entendió en nuestro país la ciudadanía, la suma del poder político y los mercados.



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