¿El que apuesta al dólar pierde?

Cuando se produjo el Golpe de Estado de 1976, hubo un vuelco en la política económica nacional. Si bien la Argentina contaba a mediados de aquella década con un sector industrial con muchos problemas estructurales, se trataba de un aparato productivo de tamaño importante, con tasas de crecimiento relativamente aceptables y que incluía cierta vitalidad en el sector exportador, lo que se reflejaba en un crecimiento económico más o menos sostenido.
Sin embargo, a mediados de los 70s, como hoy, los procesos inflacionarios y las sucesivas crisis en la balanza de pagos eran moneda corriente. Ayer como hoy, la Argentina gastaba más de lo que obtenía por ingresos.
La dictadura militar entonces, operó un cambio de modelo y al régimen proteccionista de sustitución de importaciones que había dominado en décadas anteriores sucedió otro de apertura a los bienes importados, plan económico que se encargó de llevar adelante el Ministro de Economía José Alfredo Martínez de Hoz. Una de las metas fundamentales del nuevo plan fue la de combatir la inflación y hacer más eficiente el sistema productivo.
Pero cuando el País ingresaba a la década de 1980, las consecuencias de dicho giro copernicano evidenciaban graves conflictos estructurales, entre ellos un devastador efecto sobre la estructura productiva nacional y una reversión significativa en los indicadores sociales.

“El Rodrigazo” y el comienzo del terror verde

Es verdad que la dictadura no se encontró con una panacea económica cuando derrocó las instituciones de la democracia. Argentina hacía dos años que estaba en recesión. La Presidencia de María Estela Martínez de Perón había sido capaz de originar la crisis cambiaria conocida como el Rodrigazo y desde ese momento, el dólar estadounidense, se convirtió en un horizonte para cubrirse de las “sorpresivas” crisis que atentaban contra la moneda nacional de curso legal (por aquel entonces, el Peso Ley 18.188).
Ocurre que, como tantas otras veces en nuestra historia, la Argentina gastaba demás, el déficit fiscal se tornaba incontrolable y había que hacer algo para corregir el rumbo económico.
Sucedió un 4 de junio. Fue cirugía sin anestesia. De un día para el otro. Una medida y un anuncio intempestivo. La mega devaluación de 1975 operada por el Ministro de Economía de Isabel Perón, Celestino Rodrigo, había puesto en alerta como nunca antes a los ahorristas argentinos, porque demostró que si bien la moneda nacional servía para las transacciones domesticas en el mercado interno, había perdido su capacidad de ser una efectiva reserva de valor (otra de las funciones que debe tener el dinero en el sistema capitalista actual pero que en nuestro país muchas veces parece ser una facultad ausente). Cuando los argentinos huelen una crisis económica, huyen del peso y se resguardan en las pacíficas costas verdes de la divisa norteamericana.
A partir del rodrigazo, que devalúo el Peso Ley de 10 a 26 por dólar y habilitó un alza significativa del precio de los servicios públicos y los combustibles, desatando una escalada inflacionaria que licuó los salarios y gran parte de los ahorros de la clase trabajadora argentina, la histórica obsesión de los argentinos por lograr la tenencia física de la moneda estadounidense se convirtió en un fenómeno perdurable.
Los argentinos comenzarían a transitar la extendida costumbre de cubrir sus ahorros comprando dólares estadounidenses y por sobre todo, luego de la hiperinflación de 1989/90 y del recordado plan Bonex, a guardarlos debajo de sus colchones o en las cajas de seguridad de los bancos. Lo que significó que gran parte de la acumulación de la riqueza nacional, fuera a dormir el sueño de los justos bajo el lecho de descanso de la clase media argentina.
Hoy en día tenemos debajo de los colchones y en las cajas de seguridad de los bancos casi un PIB. Se trata de riqueza acumulada que no es invertida en los circuitos productivos y financieros del País. El temor suspicaz es siempre el mismo: si los ciudadanos argentinos deciden volcar esa formidable masa de dinero en las calles deben reconvertirlos en pesos. La presión fiscal y la llegada hacia una nueva crisis son capaces de licuarle sus ahorros o de confiscarles los depósitos. Si no hay confianza en el rumbo económico, mejor quedarse en el molde. En este país se ahorra en dólares y se invierte en pesos.

1982 y una crisis que comienza similar a la actual

A principios de la década de los 80s, se produjo el cambio de las condiciones económicas mundiales. Uno de los hechos más significativos fue el alza de la tasa de interés en los Estados Unidos, lo que afectó directamente los flujos financieros internacionales, volviendo escaso y cada vez más caro el crédito externo, comprometiendo principalmente a las economías emergentes endeudadas, como aquella Argentina de fines de los 70s., que además contaba en su haber con un alarmante déficit comercial y el saldo de la cuenta corriente al rojo vivo.
Cualquier parecido con la actualidad quizá no sea pura coincidencia.
Lo cierto es que ante la inminente sensación que las cuentas no cerraban, el Gobierno de aquella época cometió una serie de errores progresivos que agravaron la situación y golpearon fuerte en la percepción de los grupos económicos, generándose una crisis de confianza que, como siempre ocurre, retroalimenta las crisis y suele terminar en los peores términos.
Uno de ellos fue subestimar las consecuencias que sobre la economía real pudiese acarrear la terca posición de contener el precio del dólar, como si fuera la única variable que determinara un proceso inflacionario. Así sucedió que el Gobierno se puso a jugar una pulseada suicida contra el dólar, operándose una increíble elevación de las tasas de interés reales, para que los ahorristas mantuvieran sus depósitos en pesos y no los convirtieran en dólares ante el riesgo de una mayor devaluación. Tomando a la historia como maestra de la vida, los ahorristas no estaban dispuestos a transitar otra megadevaluación, es decir, otro Rodrigazo.
En marzo de 1980 se produjo la quiebra del Banco de Intercambio Regional. Las alarmas sonaron por doquier como si se tratara de un “infierno en la torre” en plena city porteña. Los ahorristas del resto de los bancos comenzaron a operar el retiro y conversión en dólares de los ahorros que tenían en pesos. Muchos retiraron los dólares de los bancos y se los llevaron debajo del colchón hasta que pasara el vendaval. Pronto la crisis cambiaria mutó a crisis bancaria. La suerte estaba echada y la crisis desatada.
La crisis se llevó puesta también la famosa “Tablita bancaria” de Martínez de Hoz y poco más tarde al propio ministro y al presidente Videla. La “tablita bancaria” del aquel entonces, como el sistema de bandas cambiarias impuesta por estos días por el flamante presidente del Banco Central Guido Sandleris, era un mecanismo consistente en brindar información anticipada del porcentaje de devaluación tratando de llevar calma y desalentar el movimiento especulativo del precio del dólar.
Esas medidas, sumadas a la política de tasas estratosféricas ahogaron a la economía real. Destruyeron los circuitos de la cadena interna de pagos. Muy por el contrario a lo esperado, la inflación siguió disparándose y se combinó con un escenario de recesión galopante. La economía se detuvo. Las pequeñas y medianas empresas quebraron. Los índices de desocupación aumentaron mes a mes. La Argentina cayó entonces en un periodo de estanflación: inflación sumada a recesión. El peor veneno para la economía.

¿El que apuesta al dólar pierde?

Del desencadenamiento de aquella crisis de 1982 viene la triste frase que ensayó el Ministro de Economía Lorenzo Sigaut, en la fugaz presidencia de Roberto Viola: “el que apuesta al dólar pierde” –declaró- intentando inyectar un shock de confianza para detener la corrida cambiaria contra el peso y darle sustento a las nuevas medidas adoptadas. La respuesta de los actores de la economía que ya conocían el final posible de la tragedia argentina en el estelar capítulo del dólar estadounidense fue contundente: se desató entonces una furibunda espiral de devaluaciones seguidas por la inflación, agravando aún más la crisis.
Finalmente, el que se pasó a dólares pudo sostener su nivel de ahorros. Los que apostaron al peso y a las medidas del Gobierno perdieron… como en la Guerra.
Es por eso que hay que estar atentos a las enseñanzas que deja la historia. Porque hace una semana, Guido Sandleris, como si se tratara un nuevo capítulo versión 2018 de una crisis que recuerda mucho a la desatada entre 1981/82, fue capaz de ensayar una frase similar a la de Sigaut: “Ni loco compraría dólares en este momento” –declaró- intentando inyectar un shock de confianza para detener la corrida cambiaria contra el peso y darle sustento a las nuevas medidas adoptadas…
En los próximos días o meses, veremos cómo sigue esta historia, pero deberemos estar atentos a esa mañosa tendencia gubernamental argentina a repetir errores del pasado, una espiral que cada vez nos empobrece más y nos somete a las mismas preguntas de siempre. Porque hoy como ayer, los argentinos estamos nuevamente ante los planteos de hace 40 años y nuevamente nos vemos obligados a preguntarnos: ¿el que apueste al dólar, perderá?



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