Hacendados: apresuraos a sacar vuestro ganado vacuno, caballares, mulares y lanares que haya en vuestras estancias, y al mismo tiempo vuestros charquis hacia el Tucumán, sin darme lugar a que tome providencias que os sean dolorosas, declarándolos además si no lo hicieseis traidores a la patria.
Bando dictado por Manuel Belgrano
Cuartel general de Jujuy – 29 de julio de 1812
Ayer, 23 de agosto se cumplió un nuevo aniversario del Exodo Jujeño, cuando hace 205 años el pueblo de San Salvador debió abandonar el emplazamiento urbano para marchar al Tucumán, por entonces, sedes de los cabildos rioplatenses de las Provincias Unidas del Río de la Plata, que pertenecían a la vieja estructura del Virreinato y que más adelante serían las capitales de las provincias argentinas.
Hablar del pueblo de San Salvador de Jujuy de 1812 es hablar de un territorio en disputa. La Argentina como nación era una idea inacabada y supeditada a la suerte que correrían los ejércitos emanados del gobierno interino surgido en mayo de 1810 en el Cabildo abierto de Buenos Aires. Por aquel entonces, funcionaba con sede en Buenos Aires el Triunvirato, un órgano de gobierno que duró poco tiempo y que había enviado la orden de evacuar los emplazamientos factibles de ser invadidos por el ejército realista que venía desde el Perú para aplastar la rebelión americana.
El Ejército del norte de las Provincias Unidas había sido puesto a las órdenes del General Manuel Belgrano, un abogado responsable de ser uno de los ideólogos y máximos responsables de lo que hoy conocemos como Revolución de Mayo de 1810.
El éxodo (término que despojándolo de su connotación bíblica, podría indicar la emigración temporaria o definitiva de un pueblo a otro lugar por una razón política, social, económica o militar) fue la estrategia ejecutada por Manuel Belgrano para debilitar el avance de las tropas que el malogrado Rey Fernando VII de España, había dispuesto enviar para castigar en forma ejemplificadora la afrenta de los criollos.
Hablar de “castigo ejemplificador” en los términos de una guerra es reparar en el abecedario de la crueldad inimaginable de la que lamentablemente es capaz el ser humano cuando disputa poder: humillaciones, vejaciones, torturas, violaciones, hasta llegar al asesinato de grupos familiares, incluyendo niños y mujeres embarazadas. Este tipo de hechos fue también el saldo que dejó la guerra independentista americana, más allá de los bronces obtenidos fruto de las acciones militares sobre hombres destacados de nuestro pasado pre nacional y nacional.
El éxodo jujeño se produjo con ese doble motivo: lesionar al enemigo desde una acción que evitaba la confrontación directa, al mismo tiempo que se evitaba dejar a la población a merced de una posible derrota que traería aparejada toda esa batería de calamidades para los habitantes.
Así, los efectivos militares al mando de Belgrano, quemaron los campos, retiraron las reservas de cosechas, inutilizaron los pozos de agua, incautaron el ganado e iniciaron con gran parte del pueblo, la marcha hacia Tucumán. Algunos llevaban lo poco que tenían sobre sus espaldas, los más pudientes, utilizaron sus mulas de carga y los más afortunados, transportaron sus bienes muebles con carros movilizados por animales de tiro.
Cuando las tropas realistas llegaron a Jujuy, seguramente no habrán podido creer lo que estaban viendo. Experimentaron la desolación y seguramente el grueso de aquel ejército habrá sufrido la desmotivación y la inseguridad. Los jujeños habían arruinado la fiesta y el botín que significaría para los soldados tener una ciudad a disposición para saciar todo tipo de necesidades materiales.
La pérdida del ejército español fue ante todo simbólica. Si algo quedaba en claro en aquella acción es que los americanos estaban dispuestos a cualquier cosa, incluso a abandonar su propia tierra si de ellos dependiera la suerte de la resistencia a regresar al pasado.
Belgrano tuvo el carácter para movilizar a la mayoría de un pueblo que conservó orgulloso el temple para dejar toda una vida atrás, sus propios hogares y lugares de residencia para abrazar la causa de la emancipación, representada en un camino mal trazado y polvoriento. Fueron días y noches de angustia, de quienes convencidos u obligados so pena de ser ejecutados por “la causa sagrada de la Patria”, debieron marchar hacia el exilio.
Finalmente sucedió lo que tenía que suceder. Jujuy se fracturó entre vecinos que se quedaron, convencidos en la idea de que todo pasado siempre será mejor y quienes apostaron a la propuesta de emancipación.
Pero sea por el fundado temor a la crueldad de propios o extraños, sea por ideales heroicos o por la simple conciencia a la preservación de la vida, una mayoría crítica de jujeños se de decidió a marchar con Belgrano. Caminaron interminables horas, seguramente pesadas, bajo el desconocido mundo del exilio, una patria extraña para cualquier individuo.
Un día como hoy, hace 205 años, los jujeños demostraron que, más allá de las posturas escépticas que puedan tenerse sobre nuestro pasado nacional o nuestro presente como República, muchas veces los ideales continúan moviendo los hilos de nuestro destino. No podemos decir que no tenemos ejemplo de ello: tenemos el Exodo Jujeño para no olvidarlo y creer en nosotros y en nuestra capacidad de marchar siempre hacia un futuro mejor.
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