Fueguinos en las “tumbas de la gloria”

“Algo de vos llega hasta mí, cuando era pibe tuve un jardín.
Pero me escapé hacia otra ciudad y no sirvió de nada
porque todo el tiempo estaba yo en un mismo lugar
y bajo una misma piel y en la misma ceremonia.
Yo te pido un favor, que no me dejes caer,
en las tumbas de la gloria.”

Fito Páez – Tumbas de la gloria

La semana anterior nos atrevimos a invertir la pregunta frecuente de los fueguinos inmersos en el siglo XXI: “¿Cuánto hace que no salís de la Isla?”. Inmediatamente, apareció en el panóptico un universo bastante inexplorado de vecinos que transitan sus vidas quizá en esquemas sociales alternos, en una dimensión de “viejos conocidos”, constituyéndose en los portadores de una memoria histórica de la era territoriana, cuando Ushuaia y Río Grande eran dos pueblos y la vida en el extremo sur era radicalmente diferente a la actual.
Sin pretender remontarnos a la etapa mítica de los años del presidio, a la que los historiadores han sido más propensos en dedicar sus investigaciones sobre la historia regional, detengámonos hace medio siglo atrás. Sabemos que los 70s fueron una bisagra en la historia fueguina. La creación del Área Aduanera especial provista por la Ley 19.640 de 1972 llevaría a que sólo en los primeros 8 años de vigencia, gracias a las ventajas fiscales, el producto bruto geográfico fueguino experimentara un aumento del 145% y la población se duplicara.
Suele decirse que cuando el avance de la ciudad comienza a rodear el cementerio, la sorpresa demográfica se torna obsoleta. Hoy en Ushuaia tenemos un cementerio municipal comenzando el casco céntrico y pegado a un supermercado. En Río Grande, se lo puede ver camino al cordón industrial. Allí se encuentran esas tumbas de la gloria, la de los “viejos pobladores”, las familias pioneras que forjaron el futuro previo al boom industrial de los 70s.

Los fueguinos del ayer

El “viejo poblador” cuenta con un acerbo específico. Se encuentra habilitado para confrontar una historia relevante frente a la vida automática del que está llegando, pues cuando lo principal en el territorio ya se ha forjado, el “venido y quedado” puede gozar del esfuerzo pretérito materializado. Se trata de resaltar la época en que los abuelos autóctonos eran contados con los dedos de la palma de una mano y todo estaba por hacerse. ¿Viajar al norte para qué? La incomunicación es el precio de dejar todo atrás para comenzar una nueva vida. Muchos habrán sentido estas tierras como una postal diaria, reconfortados en los valles, la árida estepa rural y los múltiples ecosistemas isleños, ese amor visual a primera vista que cautiva retinas y complace el alma.
En sentido contrario, quizá habría muy poco en el lugar de origen como para no ensayar aquel viaje iniciático a los confines del mundo. Después de todo, cuántos de aquellos “viejos pobladores” habrán pensado al venir que mejor lidiar en forma solitaria con los rigores del clima extremo fueguino a tener que soportar los vientos huracanados de la competencia interpersonal de la gran ciudad. Cuántos habrán abandonado infiernos personales, cuántos habrán dejado deudas pendientes.
Lo cierto es que existe en el “viejo poblador” una conducta de casta, de grupo selecto, de encarnación que se identifica por el código social genético de la vecindad pueblerina. Todos se conocen y conocen a sus antecesores. Hay antepasados que funcionan como verdaderos íconos generacionales. Sus apellidos están en las calles de las ciudades fueguinas. Sus hogares forman parte de los cascos históricos. Cabeceras de un mundo en retroceso ante la extensión exponencial de la modernidad provinciana.

Cuestiones de casta

Existe una historia en común del “viejo poblador” que legitima la razón de ser del sistema de castas fueguino. Se nombran los lugares de acuerdo a un código del pasado, donde la toponimia combina ambientes que hoy están alterados por radicaciones familiares formales e informales, almacenes y negocios varios, calles que han cambiado el nombre, casas, ranchos, pequeñas quintas, estancias y dependencias administrativas del pasado territorial.
La Tierra del Fuego de mediados del siglo pasado seguramente no concebiría ese tipo de mecanismo de casta (más allá de las molestas elites que nunca faltarán en los pueblos chicos), por la sencilla razón que el recién llegado era visto como “uno más” de esos pocos que venían a hacer la patria a los confines del mundo. Un confín de patrias compartidas con muchos chilenos, de sentimientos de supervivencia y de lucha por el reconocimiento negado en otras latitudes.
Muchas de esas familias lograron amasar verdaderas fortunas y los descendientes de hoy en día son socialmente reconocidos justamente por el acerbo de aquellos pioneros. Son los dueños de la Ushuaia y la Río Grande de la era dorada, donde el desarrollo se producía de forma paulatina, espaciada, quizá con los tiempos de un devenir filosófico.
Pero justamente tal reconocimiento lleva a la necesidad que esa mentada preponderancia sea destacada en un mundo que estalló a la luz de la eclosión operada luego del boom industrial. Hoy, ya ancianos, los viejos pobladores pueden estar caminando por pleno centro y el radio del reconocimiento de casta se acota a los vestigios de un relicario fisonómico ajeno a las nuevas mayorías.

“In memoriam”

Con su voz y su mirada, la memoria de la generación vital del viejo poblador mantiene aquel código del pasado que cada vez cuesta más reconocer. Verdaderos vectores de la realidad territoriana, han visto desfilar la conversión de su aldea inmóvil en el alocado torbellino de la modernidad austral. El avance de las comunicaciones relativizó las subjetividades de las distancias. Un mundo líquido banalizó la lejanía interoceánica. Todos también comprendemos que inviernos eran los de antes. Hoy existen a nivel local otras técnicas, avances urbanos verdaderamente confortables. Vivir en la Isla es más fácil y llevadero que antaño.
¿Cuánto hace que no salís de la Isla? Para muchos salir ya no es opción. Yacen en los cementerios mencionados. Pero para los “viejos pobladores” que aún caminan entre nosotros, el principal viaje es hacia el pasado, verdadera dimensión en la que reinan sobre un mundo de significados perimidos en la actualidad provinciana.
Quizá es momento de aceptar que están zarpando las últimas barcazas solares rumbo a las tumbas de la gloria, lugar donde más allá, esperarán que la Historia los recree en esa mágica argamasa de escritura impresa o en los audios y filmaciones de sus nietos y bisnietos. Hoy contamos con telefonía celular con cámaras y filmadoras portátiles y con soportes digitales como las redes sociales. Algunas de ellas continúan anunciándonos los nacimientos de quienes ya no están. Como si de tumbas virtuales de la gloria se tratara. Allí trocamos saludos por evocaciones. Claro está que son otros tiempos. También el de ellos.



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