Gente del futuro

Gente del futuro


Gente del futuro

 

Por Juan José MATEO

Licenciado en Historia – Miembro del Instituto de Estudios Fueguinos


 

¿Y dónde están las ganas de vivir una fiesta?

No vale reprimirse cuando toca la orquesta…

¿Y dónde estás vos, famoso gurú,

ahora que se fueron y apagaron la luz?»

Gente del futuro. Miguel Cantilo.

 

El mundo del hombre, como parte de la historia natural del planeta, está signado por la muerte. La naturaleza de los seres vivos indica que los organismos nacen, se reproducen y mueren. Por eso un sabio poema latino versa «en la vida como en la muerte, las generaciones se unen«. Cuando el ser humano logró despegarse durante el proceso evolutivo de su animalidad a nivel de adquirir su autoconciencia, la muerte fue la primera pregunta filosófica que se propuso resolver. Por eso se comenzó a enterrar a los muertos. Los primeros cementerios humanos se encuentran en el dilema mismo de la existencia. Es mejor dejar de ver los restos de quienes ya no viven. ¿Por qué morimos? ¿Por qué no somos eternos e infinitos? ¿Dejamos de existir completamente una vez que supuestamente morimos para siempre? ¿Qué función cumple el paso del tiempo en esta cuestión?.

La proyección hacia el futuro fue otro de los dilemas originarios del desarrollo del pensamiento humano. La metafísica materialista abonada por filósofos como Aristóteles y Marx incluyen el adelanto mental a la realidad circundante: la materia sin la «forma» esencial inteligible es una existencia de dudosa procedencia. En plena pandemia, estas preguntas se magnifican en la misma proporción que el sentimiento de negación comunitario o la resignación social. Mientras tanto: ¿qué hay del futuro?.

¿Qué queda de la pandemia?

Es que estamos en un punto de la pandemia donde el futuro comienza a ser una divisa que invita nuevamente al desafío. Da la sensación que no existe más espacio para el relato épico, la captación de chivos expiatorios para edificar panteones con héroes o villanos. Ni siquiera para el debate entre una cuarentena más larga o corta. Los pocos ciudadanos que cumplen hoy a rajatablas con las medidas oficiales de aislamiento y prevención son los realmente interesados por preservar su vida. El resto de la gente tiene la mente y las emociones puestas en el deseo de regresar a la normalidad. Les hablan de una nueva variación del virus del COVID aún más fuerte, pero el miedo ya no surte el efecto del año pasado. En hora buena, que una conciencia sanitaria de cuidados solidarios se imponga a la agenda del miedo.

No por ello hay que negar lo ocurrido. La muerte avanzó, desmembrando familias y comunidades vinculares. Seguramente seguirán muriendo familiares, vecinos, amigos o conocidos. Pero una cosa es la evolución biológica de la enfermedad y otra el imaginario que la humanidad edifica sobre el hecho de los efectos que ésta provoca. No sólo hablamos de muertos, sino de modificación de esquemas de pensamiento y estilos de vida.

Durante la peste negra que mató 20 millones de europeos en 6 años (una cuarta parte de la población en aquel momento)  se acuñó el término “cuarentena”, que remitía a las quaranta giorni (40 días) que se debían aislar a las personas que venían de los barcos provenientes de Asia, quienes presumiblemente podían estar incubando la enfermedad. Luego la vida continuaba y había que alzar plegarias al altísimo para sobrevivir en aquel mundo de escalofriante panorama y escatológica conciencia.

Lo cierto es que en pleno siglo XXI y con motivo de salvar un mundo que estaba en un peligro infinitamente menor que el de la peste negra, países como la Argentina decidieron dejar por más de un año sin clases presenciales a niños y adolescentes, siendo que durante el primer peronismo y el segundo año de la dictadura «Libertadora», la pandemia de poliomielitis que impactaba directamente sobre recién nacidos y niños llevaron a la suspensión de clases sólo por tres meses. Ramón Carrillo, el primer Ministro de Salud de nuestra historia, implementó la libreta sanitaria desde entonces para controlar la situación. Quizá, después de todo, sirva agregar algún historiador o filósofo además de médicos y virólogos en los comités de emergencia, al menos para dar un debate amplio y sacar el mejor provecho de cada desgracia que nos toca transitar.

Los riesgos se asumieron entonces de esa manera porque la propia sociedad tenía amortiguadores mentales que los alejaban de la soberbia de decidirse a controlar un proceso vital del planeta. Surgida adrede en un laboratorio o en la contingencia del transcurso de nuestra historia natural, el COVID no fue la primera ni la última pandemia que le tocará transitar al mundo, pero en términos educativos, en nuestro país, dejará una hipoteca social profunda con aquellos que menos tienen.

Edificar un mundo mejor

El tema de Miguel Cantilo que citamos en el principio, en otra parte de la letra, invita a soñar con la gente del futuro. Son quienes deberán edificar un futuro mejor. Heredan un país destrozado por políticas que con el transcurso de los años empobrecieron a la población y envilecieron el sistema político a tal punto que muchos jóvenes hoy se encuentran desmovilizados y ensimismados en encontrar una salida no sólo de las ataduras del pasado, sino de un presente que les ofrece puras facturas y ningún crédito. Quieren edificar un proyecto de vida dentro de cierta normalidad. Ahora que la grieta humanitaria relegó la grieta política local, quizá sea el momento que una parte del arco político piense en un salto de calidad hacia adelante. Hacia el futuro.

Mientras se avanza en la vacunación, este mes tuvimos fútbol y la Argentina llegó a la final de la Copa América. Los estadios europeos ya cuentan con público. En septiembre y noviembre habrá elecciones intermedias en nuestro país. Un tema tras otro, nos van corriendo del eje de la grieta total que asoló el 2020: el encierro, el temor y la muerte. La historia de la humanidad ha pasado por trances con la muerte infinitamente peores: guerras mundiales, hambrunas y pestes. Estaría bueno comparar en nuestro país las muertes que se evitaron en accidentes de tránsito por el parate general de la economía y la circulación durante los meses duros de la cuarentena. Son ejercicios que podemos pensar ahora. Sin posicionamientos partidarios, sólo por el simple hecho de ejercitar la razón critica, que es un poco la ocasión de la presente columna.

Gente del Futuro

Si prestamos atención, la juventud argentina se muere por vivir una fiesta. Algún día quizá no lleguemos a percibir cuando se decrete el fin de la pandemia, pero sabremos que acabó porque los jóvenes -y principalmente ellos- bailarán iluminados por el brillo de la retina de millones de almas en la misma sintonía de su generación.

De esa danza llena de vida, deberá nacer también el proyecto superador que le devuelva a nuestro país el estatus que supo tener hace medio siglo, donde los niveles de pobreza eran bajísimos y la matriz distributiva adecuada a una clase trabajadora pudiente. Nada de eso tenemos hoy. Queda mucho por reconstruir y es hora que una renovación  general de la política encare el desafío. Es probable que el fin de la grieta maniquea que nos trajo hasta la situación actual comience a desmoronarse a partir de las próximas elecciones en favor de la búsqueda de un nuevo contrato social. Habrá que estar atentos, sobre todo, a qué votan los jóvenes.

Mientras tanto, la gente del presente observa taciturna la situación económica y social. Apoyado sobre su decisión pende el sistema electoral nacional y el peligro de que se lo comience a asociar con las desventuras de lo que ocurre. Cuando los gobernantes en la antigüedad sufrían una pandemia, se creía que los dioses habían dejado de favorecerlos. Le ocurrió al faraón egipcio que endureció su corazón ante las demandas de Moisés. La clase política deberá estar atenta al hecho de que la identifiquen con la desgracia, tal como le ocurrió a Donald Trump en los EEUU. Porque es indiscutible que algo de eso hubo en su derrota. Estamos en un año electoral y pronto comenzará la campaña. Veremos qué nos depará la perinola de la pandemia y cómo se va a desenvolver, sobre todo, nuestra gente del futuro.


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