Historias de gente que apuesta al futuro pese a todo
Diego Ullúa se confiesa enamorado de Ushuaia, ciudad que conoció en unas vacaciones a sus 15 años de edad y de la que se fue prometiendo un día volver. Así lo hizo hace 34 años atrás y nunca más volvió a irse. Con la vida organizada, la pandemia lo obligó a cerrar las puertas de su apart hotel en marzo. Sin desmoronarse “por mi familia y mis empleados”, decidió incursionar en otros rubros. El sábado 12 de septiembre inauguró la ferretería “La Virola”, en la calle 25 de Mayo 380.
Haciendo honor al refranero popular que reza “A mal tiempo, buena cara” y “A Dios rogando pero con el mazo dando…”, Diego Ullúa recibió a Diario Prensa Libre en su oficina, el lugar en el que hace meses atrás, afligido por la imposibilidad de trabajar, la necesidad de cumplir con el pago del sueldo a sus empleados y de afrontar los costos fijos de su apart hotel, eligió no desesperarse, pensar con la cabeza fría y reinventarse.
Rodeado de portarretratos de su gente querida y de los juguetes favoritos de sus hijos, que hoy ya son adultos, Diego recordó: “Yo vine a Ushuaia por primera vez en el año 1981 de paseo por 15 días con un permiso firmado de mi padre, porque era menor de edad. Nací en Coronel Pringles, Buenos Aires y desde allá me vine por tierra. ¡Tardé una semana en llegar porque todo el camino era de ripio!. Ni bien llegué, esta ciudad me enamoró. Era muy chiquita y con muy pocos habitantes. Decidí quedarme unos 15 días más y después me volví en el viejo LADE, pensando en algún día volver. Finalmente en el 86 agarré un bolsito con lo poco que tenía y me vine a vivir a mi amada Ushuaia”.

En una época en la que la gente solía bajar del avión y al día siguiente comenzar a trabajar, a Diego le pasó lo mismo: “Ni bien llegué conseguí trabajo en un comercio y desde entonces no dejé jamás de trabajar… hasta el año 2000. Ese año decidí poner mi propio negocio, compré un terreno que estaba alejado de la ciudad, en la calle 25 de Mayo. Todo era muy desolado en aquel entonces y hoy está prácticamente en el centro comercial. En ese terreno empecé de a poquito a edificar. En el año 2000 unos amigos me recomendaron que me dedicara a trabajar con turismo porque era algo que andaba muy bien, aunque era incipiente. Así fue que en junio del año 2001 abrí con gran felicidad un apart hotel. Después vino la crisis de diciembre de 2001… Yo estaba metido en préstamos en dólares. La verdad es que durante 10 años la pase realmente mal. Fue trabajo, trabajo y más trabajo y no ver ningún fruto. Era sostenerse y pagar deudas, nada más. Después de eso vinieron mejores épocas y empezamos a trabajar bien. Mi señora y yo, con el acompañamiento de mi cuñado, con gran esfuerzo comenzamos a trabajar con el turismo extranjero. Y cuando ya teníamos la vida más o menos organizada… llegó la pandemia”.
Ullúa no solo quedó encantado con los hermosos paisajes fueguinos, fue otra belleza la que lo cautivó y que es la humana. Sin retaceos, lo admite: “Si hay algo que quiero destacar de esta provincia que tanto amo es el apoyo de la gente y más que nada de las instituciones. El Banco Tierra del Fuego, por ejemplo, me acompañó desde el primer momento. Sin ese respaldo no hubiese podido salir adelante. Otro gran amigo es Marcelo Lima, que estaba en la vieja Banca del Lavoro. El me dio también una ayuda fundamental”.
Con la persiana baja desde marzo y sin saber cuándo la actividad hotelera se reiniciará, Diego Ullúa se puso a pensar qué hacer. “Después de 20 años de trabajo, cuando creíamos que teníamos la vida resuelta, como a muchos, nos vino a pasar esto.
Igual no tengo miedo porque no creo que la vayamos a pasar peor de lo que sufrimos en aquellos años del 2000. En esta oportunidad todo nos agarra de otra manera, ya tenemos nuestros hijos grandes y profesionales. Macarena es ingeniera química especialista en petróleo y Federico es periodista deportivo y ahora está estudiando derecho. `Maca´ está en Neuquén y próximamente se va a Nueva Zelanda. Nosotros en estos últimos años habíamos tomado la modalidad de trabajar en la temporada para irnos después con los chicos, pero todo cambió. Nos agarró la pandemia y debíamos reciclarnos. Y como veíamos que la situación se alargaba cada vez más y no se podía hacer mucho, decidimos dar un golpe de timón. Como desde marzo estamos con las puertas cerradas del apart hotel y debemos seguir manteniendo todo, al personal y los gastos fijos, empezamos a pensar qué hacer y a investigar el rubro ferretería para ver de qué se trataba. La idea era hacer algo, no solo para uno que necesita tener la mente ocupada sino también para darle la oportunidad de trabajar a la gente que lo necesita. Y así fue que el sábado 12 de septiembre abrimos las puertas de la nueva ferretería. Es una nueva apuesta. Si bien había decidido tirar los guantes elegí empezar de nuevo”.
Junto a él, también sus empleados debieron reconvertir sus conocimientos hoteleros en saber para qué sirve tal o cual tornillo, cómo se llaman las piezas que se usan para hacer una conexión de agua o qué elementos de jardinería pueden resultarle útiles a quienes empiezan a preparar su jardín en esta primavera. “Es muy lindo volver a reciclarse y ver a los chicos que estaban desempleados cómo se les renueva el entusiasmo y las expectativas. Saben que acá somos una sociedad: yo trabajo para ellos y ellos trabajan para mí. Hoy en la ferretería tenemos alrededor de 12 mil artículos, que es lo mas básico para el rubro. Iremos agregando de a poco todo lo necesario para satisfacer a nuestros clientes”.
Por último, consultado en qué se apoyó para superar el desánimo, poner manos a la obra en un nuevo proyecto y renovar la ilusión, el entrevistado respondió: “Fue mi familia la que me apuntaló y me apoyó. Si no hubiera sido así tal vez no hubiera logrado nada. También me ayudó mucho ser una persona positiva. Acá se trata de sobrevivir, de salir adelante. No hay que esperar que las soluciones vengan siempre del Estado. Hay que desarrollar la iniciativa propia y atreverse”.
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