Hablemos de reuniones clandestinas…

Hablemos de reuniones clandestinas…


Reflexiones en cuarentena

 

Ante el advenimiento de nuevas restricciones por el aumento de casos de COVID-19 en todo el país, se empezaron a registrar mayores transgresiones a lo dispuesto por las autoridades, tales como lo son las reuniones clandestinas. La respuesta a ello es un incremento del control, la penalidad y la denuncia entre vecinos. ¿Será la única respuesta posible? ¿es eficaz para generar adhesión a las normas de cuidado? ¿por qué se transgrede?.

Primero quiero aclarar que cuando refiero a reuniones o fiestas clandestinas no lo estoy circunscribiendo a un sector social en particular, como en algún momento se quiso endilgar a los adolescentes;  esto es algo que sucede con independencia de la edad.  Apuntar  a un grupo en especial, lo único que genera es un argumento que culpa a los jóvenes y tranquiliza al resto, que siente que no es su responsabilidad.

La transgresión implica un cuestionamiento a la norma, pero hecho de la manera más radical, a través de su desobediencia. Así se instala en el acto una nueva ley, por fuera de las instituciones, sujeta al criterio de unos pocos. El problema es que si queda la suerte de la salud pública librada a la ley de cada uno, quedamos todos “a la intemperie”: sin consenso, ni contrato social…  es la ley del más fuerte.

La norma tiene por objetivo, reconocer los derechos de cada sujeto, teniendo en cuenta sus diferencias y compensando cuando es necesario ciertas circunstancias que, de no mediar la ley, se traducirían en desigualdades. Así por ejemplo, se crea el concepto de “grupo de riesgo” para identificar a un grupo de personas que requiere una protección especial, que de no ser contempladas mediante licencias laborales u home office (entre otras), generaría una desigualdad al no considerarse el riesgo “extra” que tienen de enfermarse gravemente.

Entonces, en algunas ocasiones y con el objetivo de proteger a todos los ciudadanos por igual, la ley opera otorgando derechos especiales a un sector social y en otras, imponiendo renuncias. En este sentido, cuando la ley establece una restricción de circulación o de reuniones sociales (en domicilios particulares), instala una renuncia para el general de la población, en post de un beneficio común. Aquí es donde surge la noción de “responsabilidad social”. Ya no se trata de la sola consciencia y beneficio individual, sino de la forma en que nuestros actos generan consecuencias en los otros.

Por otra parte, y más allá de las estadísticas, si algo demostró el comportamiento del virus en este año es que nadie está exento de enfermarse. Y eso es algo que siempre debemos tener en el horizonte, no para quedar presos del pánico, pero sí, para no caer en la omnipotencia y en la negación. Nadie puede afirmar “a mí no me va a pasar”.  En torno a la transgresión y al cuestionamiento de la ley, podríamos interrogarnos: ¿qué pregunta es la que instala?.

Dejando de lado a aquellas personas cuya posición subjetiva suele operar trasgrediendo la legalidad, pensemos qué pasa con los otros, con los que en marzo/ abril del 2020 por ejemplo, respetaban las medidas decretadas por el gobierno y hoy no. El agotamiento y malestar generalizados del que venimos hablando desde hace tiempo, es una de las razones, a mi entender, por las cuales la transgresión tiene cada vez más adeptos. Y es que, la interacción física, el encuentro con otros, el tiempo de esparcimiento y de divertimento, son también necesidades.  Al respecto quizás haya una deuda respecto de pensar alternativas que tengan en cuenta las distintas esferas del ser humano, y no solo la biológica. Esto me resuena a la misma discusión que se originó en el ámbito educativo. Tanto la salud física como la educación, lo social y cultural, son necesidades de las personas. Si la respuesta se arma estableciendo una pirámide de prioridades y dejando todo lo que no es urgente por fuera, de lógica va a generar mucha más resistencia. Entonces la pregunta es: ¿cómo hacer para que pueda coexistir el cuidado de la salud con aquellos otros aspectos: lo social, lo cultural, lo educativo, lo económico, etc.?

Al mismo tiempo, esto ya no es cuestión de unos meses, el cambio que imprimió la convivencia con el virus hizo que las adaptaciones que tuvimos que hacer sean prácticamente el nuevo estilo de vida. Hoy nadie puede decir con seguridad, cuándo va a terminar esto, como si fuera un suceso con principio y fin claro. Hubo un cambio, y hoy la vida es de esta manera, entonces nuevamente adviene la pregunta: ¿qué alternativas podemos pensar para vivir lo mejor posible, para tener encuentros cuidados, educación cuidada, etc.?

Otro a punto a mencionar, es que al estar la norma en continuo cambio, promueve la desinformación de la comunidad. Cada tantos días, por razones epidemiológicas, las medidas van modificándose y se termina generando mucha confusión respecto de lo que se puede o no se puede hacer y en qué modalidad. No digo que esto deba ser diferente, sino que probablemente haya que revisar la mejor forma de hacer llegar la información.

Como verán, la perspectiva que intento presentarles no es la de anclarnos en la queja de aquellos que eligen transgredir con las consecuencias (ya conocidas por todos) que eso tiene, sino que podamos empezar a cuestionarnos. Las frases que apelan a “seguir cuidándose”, hoy corren el riesgo de transformarse en un discurso tan vacío como hipócrita si no observamos qué nos está pasando cómo sociedad, qué cosas no funcionan a 14 meses de vivir en pandemia, y qué alternativas podemos crear para vivir mejor.


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