Historias desconocidas del naufragio del Monte Cervantes

Historias desconocidas del naufragio del Monte Cervantes

A 94 años del hecho.

Historias desconocidas del naufragio del Monte Cervantes

El Monte Cervantes fue un buque mixto de carga y pasajeros, de los astilleros «Blohm & Voss», Hamburgo. Fue votado el 25 de agosto de 1927, con 160 m de eslora, una manga de 20,1 metros y una capacidad para 325 tripulantes y 2.492 pasajeros.
El 15 de enero de 1930 salió del puerto de Buenos Aires, con aproximadamente 1.500 personas, amarró en el muelle de la capital del Territorio Nacional de Tierra del Fuego el 21 de enero, luego de hacer escalas en Puerto Madryn y Punta Arenas. Permaneció 15 horas en una Ushuaia que contaba, por entonces, con apenas 800 habitantes.
El 22 de enero dejó atrás la bahía de Ushuaia, rumbo al faro Les Eclaireurs pero, antes de llegar a ese islote, en una maniobra incomprensible, chocó con un bajo fondo, produciendo una abertura en su casco que resultó mortal para la nave. Su capitán, Teodoro Dreyer, en una rápida reacción que salvaría las vidas de sus pasajeros, dio la orden de encallar la nave en el islote más próximo, logrando mantener a flote al Monte Cervantes y permitiendo así la evacuación total de pasajeros y tripulantes. Durante las horas que transcurrieron mientras estuvo encallada la nave, se logró inclusive salvar parte del equipaje. Luego de ello el barco dio vuelta de campana dejando a flote solo parte de su casco invertido. En esa maniobra perdió la vida su capitán, única víctima del dramático incidente.
Hasta ahora la información que se suele difundir respecto del naufragio de esta nave pero vamos a imponernos el rescate de otras historias paralelas relacionadas con el evento.

La tercera es la vencida

El Monte Cervantes parecía haber nacido con un designio fatal y estaba destinado al infortunio. Aseguran que el mismo día de su botadura sufrió un principio de incendio que la pericia de su tripulación logró sofocar antes de que pasara a mayores.
Un año después, el 28 de julio de 1928, navegando hacia las costas de Noruega, chocó contra un iceberg que abrió en su casco una herida que, aunque no mortal, lo puso en serio peligro. Por suerte navegaba por la misma zona el rompehielos Krassin que lo socorrió, llevándolo a puerto seguro para urgentes reparaciones. La contingencia en el Canal Beagle, a poco de partir de Ushuaia, fue la vencida.

El agorero de Seguers

Durante las diferentes noches en el Monte Cervantes, se cumplía con un nutrido programa de actividades, entretenimientos y conferencias. La agenda prometía para el 19 de enero una conferencia a cargo del Dr. Alfredo Seguers, el hijo del primer médico que se instaló en Ushuaia, Polidoro Seguers. El conferencista llevó a cabo su charla con solvencia y con la idoneidad de alguien que ya conocía la zona. Brindó detalles de su primer viaje al sur, en el año 1887, en la nave «Magallanes», siendo niño y acompañando a sus padres y sus dos hermanos. Mencionó con lujo de detalles el naufragio de esa nave, por cierto mucho más modesta, en el Golfo San Jorge, próximo a Puerto Deseado, donde salvaron sus vidas milagrosamente, perdiéndolo todo, ahorros y equipajes que fueron a dar al fondo del mar. En una descripción un tanto irónica, comparó los barcos, quizás percibiendo el temor en algunos de los presentes, manifestando que el Monte Cervantes resultaba un coloso al lado del Magallanes y que, por lo tanto, los acompañaba la suerte de navegar en un verdadero palacio flotante. Claro que por esas horas, nadie imaginaría que tres jornadas después, dicho «palacio» sucumbiría en las heladas aguas del Beagle. Los más memoriosos pasajeros se encargaron de otorgar al Dr. Seguers hijo, la fama de un verdadero «jettatore», recomendando de boca en boca, evitar vacacionar nuevamente con él.

 

Náufragas coquetas

¿Podemos imaginar nuestra rutina en Ushuaia si mañana tuviéramos que alojar y alimentar a dos veces más la población actual de nuestra ciudad?. Los 800 habitantes del año 30 se vieron obligados a hacerlo con 1.500 personas que permanecieron obligadamente, casi una semana en Ushuaia, hasta que arribó el Monte Sarmiento a rescatarlos. Por si ese hecho no fuera suficiéntemente singular, también fue impactante para una pequeña población compuesta por una enorme mayoría de hombres, el notable aumento de presencia femenina por las callejuelas del pueblo. Más de un solterón de entonces habrá rogado que el rescate se tomara mucho más tiempo que el previsto. En una vieja edición del semanario «Caras & Caretas» del 8 de marzo de 1930, se menciona con solvencia informativa, ya que se sabe viajaba a bordo un fotógrafo de ese medio en la nave siniestrada, que el principal fantasma que pululaba por la Ushuaia de entonces, era el del desabastecimiento. No olvidemos que un barco traía los insumos cada 40, 60 o 90 días. Sin embargo lo primero que se agotó en todo el pueblo no fue la comida sino los lápices de labios. «¡A las 24 horas no había más!», aseguran los comerciantes de la época.

El acaparador inoportuno

Se había anunciado que el Monte Sarmiento sería la nave encargada de evacuar a los pasajeros del Monte Cervantes que, desde el 22 de enero, dependían exclusivamente de los pobladores de Ushuaia e incluso de los presos de la Cárcel de Reincidentes que habían donado la mitad de sus raciones. El barco llegó a la ciudad en la mañana del 28 y se efectuó prontamente el embarque de la totalidad del pasaje que fue acomodándose como pudo. Casi una semana seguramente sin asearse, un buen baño seguramente fue en lo primero que todos pensaron ya instalados en el Monte Sarmiento. Desagradable sorpresa se llevaron al no hallar jabón en los camarotes para materializar tan elemental anhelo.
Entre quejas y amenazas se escuchó que la peluquería del barco disponía del preciado elemento de aseo, dirigiéndose entonces hacia allí centenares de pasajeros. Dentro del recinto se podía ver a un fornido personaje que se hallaba comprando absolutamente todo, mientras acumulaba cajas y cajas con artículos de limpieza y perfumería, dejando las estanterías del barco prácticamente vacías. Un par de ayudantes salían con toda la carga apresuradamente hacia un destino incierto. Los pasajeros, muy nerviosos, comenzaron a preguntar de quién se trataba ese desconocido acaparador, hasta que alguien bien informado comentó a viva voz, que se trataba del popular «Turco Salomón» el comerciante que había agotado su stock de su mercadería durante la contingencia y que de este modo estaba reaprovisionando su local. Si bien el antiguo poblador fue absolutamente servicial con varios náufragos a los que asistió en las comodidades de su vivienda, en esta ocasión los dejó sin pastillas de jabón obligándolos, en su viaje de regreso, a compartir las pocas que habían quedado.

Segundo naufragio

El 7 de octubre de 1954 comenzaron las tareas a cargo de la empresa de Leopoldo Simoncini, para las que hubo que reacondicionar incluso al Saint Christopher. Los avisos de la Armada «Chiriguano», «Saravirón» y «Guaraní», apoyaron las maniobras. Se levantó un campamento frente al faro Les Eclaireurs, con mucho personal y grupos de buzos, con la idea de sellar el casco e inyectarle aire para hacerlo flotar y sacarlo de tan incómoda posición. Luego se pensaba remolcarlo a Ushuaia para proceder a su desguace.
Con enorme alegría y gritos de triunfo se festejó el movimiento del enorme barco que, pesadamente comenzaron a reflotar. Los cuatro remolcadores estaban exigidos al límite de su capacidad, pero a los 20 minutos el Monte Cervantes, que parecía aceptar las maniobras, comenzó a hundirse nuevamente de proa, queriendo llevarse consigo a los pequeños barcos cuyos tripulantes lograron justo a tiempo cortar las amarras, antes de ser fagocitados por el mar profundo. Las hélices y el timón fueron lo último que se pudo ver del Cervantes, sumergiéndose entre borbotones y remolinos de agua. Ese fue su segundo y definitivo naufragio.


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Diario Prensa
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