Hoy el sol brilla distinto para los habitantes de la isla

Hoy el sol brilla distinto para los habitantes de la isla

Juan José Mateo
Licenciado en Historia.
Miembro del Instituto de Estudios Fueguinos

En la readaptación mundial constante que demanda el marco de la pandemia por el coronavirus (COVID-19) afloran en la primavera fueguina vivencias impensadas. ¿Será que hasta hoy no nos dábamos cuenta que la transición al verano fueguino estaba poblada por el sol imponente de la Patagonia austral?
Muchos fueguinos librados de la obligación presencial del trabajo, experimentan el sol naciente de la madrugada al trotar por las costaneras, la luz radiante del mediodía invita a salir después del almuerzo a disfrutar los espacios verdes o simplemente a sacar una silla a la vereda o a sentarse en los cordones cunetas a disfrutar la luminosidad, ese elemento negado hasta el momento durante las horas del trabajo rutinario, cuando la pandemia no asomaba siquiera en la imaginación febril de un libretista de ciencia ficción. El sol sale siempre para todos, pero en esta ocasión, muchos no deben esperar hasta el fin de semana para disfrutarlo un mediodía.
Es cierto que la peculiar ciclotimia térmica regional puede lograr que un cielo azul cálido y despejado se convierta en cuestión de minutos en un sombrío manto nublado de viento neviscado. Quizá sea por eso que la bandera fueguina lleva como elemento distintivo cinco estrellas («la cruz del sur») que sólo pueden apreciarse en la nocturnidad, en lugar del sol que flamea en el corazón del pabellón nacional. También la bandera de la Región de Magallanes y de la Antártica Chilena cuenta con esas cinco estrellas. Es notable como el fenómeno regional da predominio a la noche sobre el día. Sólo el escudo de la Tierra del Fuego argentina reproduce un sol naciente del tipo nipón, aunque el astro solar se oculta tras las montañas.

Reflexiones candentes bajo el sol
Los casos positivos de coronavirus llevan al asilamiento de las personas y a la activación de protocolos como cierre de oficinas y locales comerciales, clubes y ámbitos deportivos y otros rubros que han cesado parcial o totalmente su actividad desde el comienzo de la pandemia. Muchos de esos trabajadores se encuentran bajo el régimen de actividades domiciliarias y sujetos a la modalidad de trabajar por objetivos, en estas semanas han podido hacerse el tiempo de disfrutar los momentos de sol en la isla, de tirarse boca arriba y cerrar los ojos, de andar por senderos y caminos urbanos, ocupando los espacios públicos o naturales que brindan las ciudades fueguinas.
Un tema recurrente entonces será reflexionar qué hacer cuando la pandemia pase, cuando debamos volver a aquella «normalidad» quizá no tan normal. Las nuevas modalidades del trabajo remoto y los dispositivos digitales de comunicación e imagen a distancia, nos demuestran que muchos aspectos del ámbito laboral pueden cubrirse sin mediar la presencialidad física. A fin de cuentas, qué hay más potente en el ser humano que la comunicación verbal.
El lenguaje articulado, es una herramienta humana que se encuentra en la bisagra de nuestras potencialidades existenciales. Somos lo que hacemos y hacemos lo que pensamos. ¿Y si pensáramos que la pandemia nos invita a reflexionar en encontrar nuevas formas de organizar nuestra vida en la isla? De prepararnos para aquellos días donde el sol augura un buen mediodía y existiera la forma de cumplir los objetivos laborales sin perdernos el complemento vitamínico que nos brinda la luz solar. Esto, desde ya, concebido en aquellos rubros donde la naturaleza de la tarea lo permita. No es descabellado, por ejemplo, pensar en estructuras simples, de fácil montaje y desmontaje, para el funcionamiento de mercados de estación en puntos estratégicos de las ciudades.

Preguntas y desconexiones a plena luz del día
No es difícil tampoco imaginar las conversaciones de estos días, centradas en la forma en que nos encontrará el fin de año. ¿Los fueguinos podrán viajar? ¿Librarán todo y seremos responsables de nuestro propio destino frente al coronavirus mientras aguardamos una vacunación masiva? ¿Qué pasará con la frecuencia de vuelos, los controles para salir e ingresar a otras provincias por la vía terrestre? ¿Seremos bienvenidos en las ciudades receptoras? ¿O en las inminentes vacaciones de verano muchos ni piensan siquiera en moverse del lugar?.
Aquellos que aguardan recuperar una mínima actividad laboral trastornada por la pandemia, los que dependen de proyectos interrumpidos e inconclusos desde marzo, divisan un nuevo rompecabezas para reacomodar su vida. ¿Qué hay de los que se fundieron, de los que iban a empezar un emprendimiento y no pudieron?. ¿ Y de los que recién empezaban y se vieron afectados, de los jornaleros que vivían en la isla el día a día?. ¿Y qué hay de los amantes, separados físicamente y abrazados en la virtualidad; de las familias desmembradas con sus hijos experimentando la soledad por su viaje de estudios y de los nacimientos en plena oscuridad invernal?.
De repente y otra vez, tirarse en el césped, cerrar los ojos y despejar la mente de cualquier obstáculo que no sea otra cosa que sentir la respiración ingresar y retirarse de nuestro tórax como inequívoca señal que estamos vivos… y que debemos continuar. Quizá éste fin de año signifique una tregua a la excepcionalidad y la única salida a lo que queda de este 2019 que expira es la fuga hacia la pregunta de cómo continuarán nuestras vidas el año próximo.


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