En los últimos tiempos, las ciencias sociales se han dedicado a estudiar el fenómeno de los viajantes. Hay muchas formas de clasificar ese tipo de migraciones estacionarias o definitivas. No vamos aquí a realizar una exposición de los tipos de viajantes que existen, pero sí a reflexionar sobre algunos aspectos que puedan llegar a servirnos para entender esa gran cuestión que está dada por el «ser» fueguino. Sin ir más lejos, la historia isleña está signada particularmente por el destino particular que han tenido muchos viajantes. Incluso hoy, a pesar de la crisis económica nacional, siguen llegando a diario desde todos los lugares del país y del mundo, esas personas en tránsito que por diversos motivos, experimentan el traslado.
Aventureros del tiempo
La historia universal le ha dedicado al viajante espacios preponderantes en los mitos y relatos que conformaron la literatura antigua. Sin ir más lejos, los orígenes de la humanidad están signados por los movimientos programados de los cazadores-recolectores que, al contrario de lo que suele pensarse, no andaban errantes por el espacio, sino que solían tener un sistema de asentamientos, utilizando sitios bien definidos según las estaciones del año. Para etnias como los selk’nam o yámanas, el lugar de origen también era importante. No eran simples nómades que vagaban por el espacio geográfico, sino que, al igual que hoy, disponían de un territorio señalizado (utilizando otros símbolos y materiales diferentes a los actuales) y pautado por su actividad cultural. Este tipo de organización social existió en el actual territorio de Tierra del Fuego, hasta que fueron aniquilados por «otros» viajantes en el proceso de colonización occidental. Los viajantes ligados a la colonización religiosa, que también tienen un capítulo importante en el relato fueguino (los apellidos Lawrence o Bridges no escapan a muchos porque constituyen, más allá del lugar que les ha dedicado la historia, la referencia material de las calles que llevan su nombre) tienen una larga tradición en la literatura universal. La tradición judeo-cristiana, o la más reciente musulmana, por destacar las más conocidas por nosotros, contienen viajes icónicos, de iniciación y éxodos protagonizados por pueblos enteros en búsqueda de la «tierra prometida» o la redención personal. Otros más cortos, de carácter individual, como los retiros al «desierto», se suman a una larga lista de viajes. Contamos también con los «aventureros», perfiles personales capaces de contagiar un sueño imposible a una tripulación, o aquellos solitarios, que suelen nutrir una vasta literatura fantástica que los adelantos técnicos han permitido reproducir en imágenes a través del cine.
Otro tipo de viajeros
Pero la tipología de viajeros también se nutre de viajantes con trayectorias problemáticas, miembros del submundo de la necesidad y las deudas personales humanas y legales. Son aquellos viajeros que escapan de un pasado que prefieren olvidar para generar un nuevo comienzo. Otros que escapan al desamor, a los conflictos y fracasos familiares, a la falta de oportunidades de su lugar de origen. Como contraparte, otros tantos más viajan por el placer de conocer lugares y paisajes a los que la naturaleza dotó de un inconfundible bálsamo para la vista. Allí se encuentran los que alguna vez visitaron el lugar y prometieron radicarse en un futuro y los turistas, los migrantes del cortísimo plazo que deben su razón de ser al siglo XX. El particular fenómeno del turismo, que debería a priori generar cierto cosmopolitismo (algo así como generar un «ciudadano del mundo»), en el caso particular de Ushuaia, el centro neurálgico del turismo fueguino -aunque no el único-, se encuentra encerrado en un circuito sujeto a reglas de neto corte mercantil, lo que a posteriori no genera el activo identitario deseable. Ese particular visitante extranjero contribuye con divisas, pero el intercambio cultural está totalmente ajeno en la agenda social de los visitantes y de la población local.
¿Ser fueguino sin ser viajante?
Mientras tanto, en Tierra del Fuego nos seguimos preguntando por el «ser fueguino». En esa cuestión, una minoría puede mostrar con orgullo pertenecer a una segunda, tercera y hasta cuarta generación de «fueguinos». Otros nacieron ayer, otros nacerán mañana. Ahora bien, en la tierra de los viajantes y de los «recién llegados», en la isla del refugio, del milagro, del castigo o la reparación, tal vez debamos preguntarnos si alcanza reivindicarse ciudadano «fueguino» por el hecho del nacimiento. Porque en definitiva, la actitud de detentar privilegios por el lugar de nacimiento, define lo que en historia se conoce como cultura de «casta». Y ese tipo de actitud, genera ruptura social simbólica, segrega y hasta define conductas raciales. Si sinceramos ese hecho, podemos decir que en Tierra del Fuego padecemos ciertos parámetros de esa fractura social. Estamos destinados a recibir ciudadanos de todo el mundo, mientras que desde lo local, no podemos corresponderles con el cosmopolitismo que detentan otros destinos turísticos y otras regiones receptoras de viajantes. Porque aún en ese doble juego de nacidos y criados (NyC) y venidos y quedados (VyQ) la tendencia sigue siendo muchas veces hacia la afirmación de la diferencia y no hacia la superación, una fuga hacia el futuro que estaría dada por concebir el «ser fueguino» por «aquel que está llegando». Si fueguino es «aquel que está llegando», juegan en la constitución identitaria del lugar los que llegaron antes, y pueden detentar con orgullo, como en una sana competencia, el cuánto hace que se vive en el lugar y, con más razón el cuándo llegó el primer familiar que marcó el origen generacional en el terruño. En cambio, si lo fueguino se define por el nacido (NIC); y el venido y quedado (VIQ), quizá habilita a la concepción del privilegio simbólico de origen, lo que tiende automáticamente a la diferenciación y la fractura. La conducta de casta comienza a tallar en la voluntad y actitud de vivir confiado en la diferencia. Una actitud negativa, como muchos deben sentirlo.
Recrear el «ser» fueguino
Realizamos esta reflexión en momentos en que termina el año, miles de fueguinos viajan a sus lugares de origen a encontrarse con familiares y amigos, con su historia pasada. Cumplen el obligado ritual de pasar las fiestas con sus amados del «norte». Regresarán más temprano que tarde a continuar con esa vida cotidiana, la de cualquier otro y si bien no se preguntan por el origen del vecino, pesa siempre sobre ellos la maldición de abandonar la isla, como si éstá tuviera algo que reprocharles. Paradójicamente, en un lugar destinado a ser cosmopolita, se vive muchas veces la segregación. Esperemos que con el tiempo, prevalezca la actitud multicultural de reivindicar también al que «está llegando» como un amortiguador de aquellas tendencias que buscan disgregar en lugar de cohesionar. Pero en definitiva, toda persona es un mundo y toda familia es el primer muro de contención formativa de las conciencias individuales. Desde allí deberá comenzar a construirse y abonarse la idea del multiculturalismo hasta que sea una tendencia igualadora, compartiendo también con otras el «ser fueguino» y recreando así, un fin del mundo que se acepte también en ese viajero universal, tan característico del lugar.
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