La Década Infame

Este lunes 4 de junio último se cumplieron 75 años del Golpe de Estado que derrocó a Ramón Castillo, el último Presidente argentino del régimen conservador sustentado en el fraude electoral de la denominada “Década Infame”.
Este período, en efecto, había comenzado con la presidencia de facto del General José Félix Uriburu, quien en 1930 habría de protagonizar el primer golpe de Estado cívico-militar contra el caudillo radical Hipólito Yrigoyen.
Y luego de un breve interregno del propio Uriburu como dictador, el General Agustín Pablo Justo, valiéndose del escandaloso mecanismo del fraude electoral, logró hacerse con la presidencia de la nación hasta 1938, cuando la concordancia (la fuerza política que unía a conservadores, radicales antiyrigoyenistas y socialistas independientes) depositó a Roberto Ortiz en la primera magistratura.
Pero la gran figura de la década de la corrupción y el fraude electoral sería el General Justo, quien primero como presidente y luego controlando los resortes políticos desde las sombras, mensuraba el tiempo político de la gobernabilidad a través de su influencia en el Ejército y su elaborada arquitectura partidaria.

La Segunda Guerra Mundial divide a las Fuerzas Armadas

Con el desencadenamiento de la Segunda Guerra Mundial a partir de 1938 se sumó un elemento no esperado por el régimen. Al ser el Ejército el garante central del poder conservador restituido, la puja en un primer momento entre simpatizantes del bloque de “el eje” (principalmente Alemania) y de “los aliados” (principalmente Inglaterra), comenzaría a generar suspicacias entre los oficiales castrenses. Sólo Agustín Justo podía oficiar como dique de contención y lo hizo en un primer momento.
Ortiz enfermó gravemente hacia 1942 y debió delegar el Gobierno en Ramón Castillo. Las tensiones con Justo recrudecieron en igual velocidad que las presiones diplomáticas de los bandos beligerantes de la Guerra, que ahora exigían a la Argentina abandonar la neutralidad y escoger bando. Castillo fue un férreo defensor de los negocios que significaba la neutralidad, Justo había tomado partido por los aliados y una parte importante del ejército, simpatizaba con el eje.
Cuando Castillo digitaba la candidatura presidencial del ultra conservador Robustiano Patrón Costas, la muerte sorprendió a Agustín Justo: el dique de contención del Ejército abandonaba sus funciones armonizadoras a los 66 años de edad.

Tomografía de un golpe diferente

Desparecido Justo, no sólo el Ejército quedaba sin un catalizador, la mismísima arquitectura partidaria de la Década Infame se derribaba como un castillo de naipes. Así lo entendió un importante sector del radicalismo conservador, que inmediatamente se puso en contacto con el General Pedro Pablo Ramírez, a la sazón Ministro de Guerra del Presidente Castillo, para ofrecerle la candidatura presidencial.
Enterado Castillo, solicitó la renuncia de Ramírez. La reacción no se hizo esperar: el 4 de junio de 1943, las tropas leales al régimen y los insurrectos se enfrentaron en un sangriento episodio en el barrio de Núñez que se cobró la vida de una treintena de militares. El Gobierno de Castillo llegaba a su fin. La autodenominada “revolución” del 43 había triunfado.
Pero una vez abrazado el triunfo, el Ejército seguía sin dirimir una conducción clara ni un programa político definido. Tres presidentes de facto se sucedieron en tan sólo un año y medio: los Generales Arturo Rawson, Pedro Ramírez y Edelmiro Farrell.
El General Arturo Rawson, duró sólo 3 días en el cargo, al que debió renunciar por presiones internas tras nombrar en su gabinete a hombres enrolados en las filas del conservadurismo y vinculados a Castillo. El Golpe demostraba así la ruptura esencial con el régimen anterior. No por los hombres, tampoco por los nombres, sino por lo que estos representaban.
De ese modo, el nuevo Gobierno demostraba no responder estructuralmente a los mandatos del capital agrario, industrial o financiero. Es decir, fue el único Golpe de Estado en la historia de nuestro país que no respondió ni se hizo en defensa de los intereses de la oligarquía. Por el contrario, terminaron con el fraude patriótico que tan bien le había servido a la oligarquía terrateniente para hacerse con el poder.
Al mismo tiempo –y el episodio Rawson lo confirma– tampoco se trató de una Dictadura cívico-militar como la que le antecedió o les precedieron. En aquella ocasión las Fuerzas Armadas procedieron a hacerse cargo de la totalidad de los actos de Gobierno. Hablando en criollo, como suele expresarse, ningún poder fáctico del orden civil, ningún interés sectorial, pudo bajarles una línea clara de qué hacer en el Gobierno.
Por si fuera poco, la oficialidad con grado de coroneles y tenientes, pertenecían a una nueva camada, de extracción más popular. Entre ellos se encontraban dos coroneles muy hábiles para la lectura política de la realidad social: Domingo Mercante y Juan Domingo Perón.

Grupo Obra y Unificación

Más en las sombras, se encontraba el GOU (Grupo Obra y Unificación), una logia castrense de oficiales superiores que se encontraban en actividad, de marcada tendencia nacionalista y anticomunista a la que pertenecían una parte importante de los militares –no todos– que habían llevado adelante el Golpe de Estado y que fue consolidando espacios en las estructuras Gubernamentales durante la Presidencia del General Ramírez. Surgió poco después de la muerte de Justo y se concentró en los objetivos de revitalizar las estructuras del Ejército y sepultar definitivamente los vicios de la década infame: el fraude electoral, la corrupción y el atraso económico y social.
Pero en definitiva, el GOU no tuvo claras bases ideológicas y doctrinarias y había en sus filas, con respecto a la Guerra, simpatizantes de Inglaterra, Alemania, los Estados Unidos y la neutralidad, a pesar de todo, el marco del nuevo Gobierno le proporcionaba un campo abonado para el hacer.
En un documento reservado del 3 de septiembre de 1943, puede leerse: “El G.O.U. es una obra de unificación, como su nombre lo indica. Busca la unidad de ideas y de sentimientos, por cuyo intermedio trata de llegar a la unidad absoluta de propósitos. Sus miembros sólo prometen y juran mantenerse unidos, cualquiera sea la circunstancia que se presente. Renuncian a los bienes materiales; no poseen ambiciones personales; su inspiración permanente es la grandeza de la Patria y la pureza del Ejército, su ambición el sacrificio; su lema la verdad; no son partidarios de la vida cómoda; prefieren morir en la frontera, por un sentido heroico de la vida, que vivir en una opulenta esclavitud por una negociación infamante del honor y la soberanía de la Nación”.

Un Balance poco común…

La dictadura de 1943, a pesar de responder a ciertos esquemas básicos como la intervención a los organismos e instituciones de la Democracia formal, la violencia y la autocracia, supo imprimir un tono diferenciado.
A juzgar por su legado, supo barrer con la década infame, desarrolló una política social pendular pero capaz de comenzar a visibilizar a los sectores sociales más desprotegidos, concluyó la era de los vicios del fraude electoral y entregó el país depurado del fraude electoral y listo para elecciones democráticas. Puede decirse quizá que, paradójicamente, hasta pudo entregar al voto popular un país mejor del que violentó. Un balance poco común en nuestra historia.
Su ciclo se cerró simbólicamente, cuando con total astucia, Juan Domingo Perón, un hijo tardío pero pródigo de aquel golpe, asumió su primer mandato constitucional, justamente un 4 de junio de 1946.


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