La “encerrona trágica” de volver a clases…

La “encerrona trágica” de volver a clases…

 

Reflexiones en cuarentena

 

Nadie a esta altura duda de la importancia de la escuela en la vida de niñas, niños y adolescentes, sin embargo, la pregunta ineludible es:  ¿Será este el momento de volver a clases?

Por un lado, están quienes levantan bandera a favor de que inicien las clases presenciales. Dicen que la escuela cumple una función neural en la sociedad, no solo a nivel educativo, sino como espacio de socialización, de prevención de violencias y abusos intrafamiliares, promotora de salud mental, y que, en consecuencia, los daños de reincidir en un año de virtualidad serían irrecuperables. La educación “on line” también develó el tapete de la desigualdad social, y dejó a muchas niñas y niños sin un plato de comida. En la vereda de enfrente, se escucha a quienes señalan que volver a las clases en medio de una crisis (¡sí, casi un año después, aún estamos en crisis!) es sinónimo de muerte. Más contactos, más contagios, en un sistema sanitario que claramente está exhausto y falto de recursos, con la carga que implicaría subjetivamente para un niño, vehiculizar el virus a otros miembros de la familia.

Puesto así no hay mucha escapatoria. Ambas posiciones tienen argumentos sólidos y lógicos. Dos lugares sin interpelación a una terceridad posible, que nos conducen a la “encerrona trágica”.

Este concepto: “encerrona trágica”, acuñado por el médico y psicoanalista Fernando Ulloa, lo extrajo de su práctica psicoanalítica con personas que han sido torturadas, pero tiene la plasticidad de ser una figura que, dicho por él, puede ser extendida a muchos escenarios del acontecer social. Alude a: “toda situación donde alguien para vivir, trabajar, etc. depende de algo o alguien que lo maltrata o que lo destrata, sin tomar en cuenta su situación de invalidez. El afecto específico de la encerrona trágica no es específicamente lo siniestro, sino el dolor psíquico que puede llegar a ser atroz porque quien lo sufre no alcanza a advertir una salida, ninguna luz al final del túnel.” Entonces, alguien puede decir que de no haber retorno a clases vamos a tener una generación de niños (nuestros gobernantes del mañana) con alto déficit educativo y que las otras pandemias (las silenciosas) como los trastornos de la alimentación, depresión, suicidios, abusos sexuales, harán estragos; pero de mandarlos al cole, van a enfermar con posibilidad de grandes secuelas o incluso la muerte para ellos o sus familias. Esta es la encerrona. “Porque me duele si me quedo, pero me muero si me voy…” cantaba en “Serenata para la tierra de uno” María Elena Walsh. ¿Y por qué trágica? Porque cualquiera de las opciones nos deja en un terreno que se percibe como irreparable y sin salida. Y en el medio, nosotros, teniendo que tomar la decisión de qué elegir.

En este punto quiero hacer una aclaración: no es que esta terceridad no exista en la realidad, por supuesto que existe. Se trata de cómo construimos la lectura del mundo. Esto me resuena a la conocida frase freudiana: “¿Cuál es tu propia parte en el desorden del que te quejás?”. En tal sentido, alguien puede preguntarse: “¿Qué tengo que ver yo con todo esto?”, lo cual trasluce la pasividad en la que nos encontramos ante muchos de nuestros problemas.

Ahora bien, frente a lo aplastante que puede resultar para una persona hacer lectura de las circunstancias desde este lugar, el psicoanálisis propone el concepto de “corte” (J. Lacan). Hacer un “corte” implica poner un límite a lo que es percibido como arrasador y que se produzca una apertura, un aire, un pulmón, en donde pueda operar una posición tercera posición. ¿Qué surge de ese espacio?

De ahí surge una vacuna, protocolos, una modalidad de cursada mixta, las adaptaciones a los casos concretos que plantee cada familia, un inicio de ciclo lectivo escalonado evaluando la situación epidemiológica, y muchas cosas que no se me ocurren porque el trabajo que aprendemos los practicantes del psicoanálisis es el de hacer ese “corte”, que no es en cualquier lugar, ni en todo momento, pero tras el cual alguien (que ya no es otro, sino él mismo) puede empezar a ver algo más de lo que hasta ese entonces observaba. De ahí surge, entre otras cosas, la creatividad, recurso en el que he insistido mucho a lo largo de estos meses.

Ulloa dice que esta terceridad, es el lugar de la ley. Ahí donde nos sentimos víctimas de una situación de solo dos términos, lo que habilita la interpelación al “tres” es introducir la posibilidad de dialectizar la realidad, generar acuerdos, estrategias superadoras, dejar de compadecernos por todo lo malo que atravesamos, para preguntarnos qué hacemos nosotros con lo que nos pasa.


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