La J: una ruta abandonada

La J: una ruta abandonada

Desde Harberton a Moat.

La J: una ruta abandonada

Julio Cesar Lovece

Todas las rutas provinciales, complementarias a la Ruta Nacional Nro. 3, nos llevan a lugares bellísimos, tanto en el norte, como en el centro o sur de la isla. Algunas de ellas unen diferentes puestos rurales, estancias y especialmente atractivos que en la mayoría de los casos, se hallan subexplotados turísticamente.
La denominada Ruta J (parte de la controvertida Ruta 30), no es la excepción. No es objeto de esta nota sumar más opinión respecto de esta obra que, pese a la enorme inversión presupuestaria, sigue sin explicar su objetivo ya que, cualquiera sean los atractivos que pretendía unir, en su ampliación no han respetado ninguno de ellos.
Recorrer hoy esa ruta, principalmente desde Estancia Harberton hasta Moat, impone un ejercicio de suposiciones y frustrado placer. Si se hubiesen impuesto la tarea de banalizar tamaña belleza costera, singular y mística como pocas, no lo hubiesen hecho mejor. Posiblemente un elefante en un bazar hubiese sido más delicado.
Pero el interrogante es ¿qué hacemos ahora con lo que quedó?

La J: una ruta abandonada
Lo que hoy vemos es un recorrido impactado en no pocos sitios, tramos originales de 7 metros de ancho, por otros de 50 metros que más parecen potenciales avenidas por las que pueden pasar 6 ómnibus de turismo simultáneamente. Otros sectores que parecen haber sido bombardeados, otros anegados por riachuelos o turbales, canteras abandonadas, árboles caídos o en proceso de, obradores llenos de maquinarias y galpones que solamente traen recuerdos de una barbarie que no desearíamos ver más.
Es muy posible que la detención de la obra y su reconsideración sea la respuesta al estado en que se encuentra la ruta en la actualidad, pero de igual forma no podemos permitirnos que, como en otros casos, quede todo allí abandonado por años. El gobierno debería hacerse cargo a través de Vialidad Provincial, ordenando concluir los «detalles» a la empresa contratada, pero de ninguna manera bajo las mismas características o metodologías. Sólo basta tomar el «Manual de evaluación y Gestión Ambiental de Obras Viales» (MEGA II) de Vialidad Nacional… para constatar que se hizo todo mal.
Estimadas autoridades, por lo que más quieran, aún estamos a tiempo de mejorar lo hecho y de asignarle a esa ruta el valor que merece el atractivo que atraviesa y el objetivo que nunca parece haber quedado claro. ¿Se trata de una ruta turística? ¿se trata de una ruta de acceso a un sector productivo? ¿acaso será la unión de futuros negocios inmobiliarios?.
Como no podría ser de otra manera, esta humilde misiva está escrita desde la mirada turística y correspondiente a un fueguino que ama cada centímetro de esta isla.
Una ruta es un itinerario que se recorre con un propósito, pero pensar que ese sector debe responder a las apetencias de quienes ven a la tierra sólo como opción habitacional, quizás peor aún, para instalación de infraestructura productiva, extractiva o similar, es como que a la provincia de Misiones se le ocurra construir en las Cataratas del Iguazú una enorme represa hidroeléctrica, a los santacruceños una fraccionadora de hielos en el Glaciar Perito Moreno o a los porteños, hacer del Teatro Colón, un «hermoso» shopping.
Seguro que existe gente que le da exactamente lo mismo mientras existan «ingresos», pero créanme, como ruta turística que ponga en valor los atractivos paisajísticos, culturales, históricos e imaginarios, nos dará igualmente ingresos y muchas satisfacciones a perpetuidad.

La J: una ruta abandonada
Por lo tanto se impone reconsiderar todo el proyecto, diseñar un plan de manejo de todo el sector que oriente e imponga usos, llevar a cabo un inventario de valores a ser preservados, remediación paisajística en los sectores impactados, considerar senderos de trekking, cabalgatas, cicloturismo, camping, museos de sitio, servicios básicos, etc. Se podría conjugar perfectamente con la localidad de Almanza como sector gastronómico y el producto Estancia Harberton con sus paisajes e historia.
Se la podría denominar «la Ruta del Fin del Mundo» y explotar, en el mejor sentido de la palabra, toda la mística de esa región, absolutamente singular, no sólo para la provincia sino para el país. En tantas ocasiones se recurre al argumento «de la decisión política» que bien podría ser propia la ocasión para que dicha justificación no caiga antipática.
El caso es que hoy es un sector abandonado, algunos tramos casi intransitables, rotos, hasta diría desvalorizados por una empresa que lejos está de rendir cuentas y una situación inconclusa que nos recuerdan a determinados bienes públicos que, una vez judicializados, quedan en el limbo eternamente.
Todo este sector que refleja la singularidad de un paisaje que une la montaña, el bosque y el mar, irrepetible en todo el país, ha perdido gran parte de su magia, de ese imaginario de «destino extremo» y, mientras seguimos promocionando y vendiendo «el fin del mundo», seguimos tratando a los paisajes que reflejan esa mística como quien trata a una bolsa de papas.
El futuro hablará por nosotros, serán acaso negocio inmobiliario de los vivos de siempre, será otro sector destruido por la ausencia de un plan que garantice un manejo prolijo e inteligente, ¿será un producto que ningún vecino o visitante querrá dejar de recorrer o «tierra de nadie» donde cualquiera podrá hacer lo que se le venga en ganas, de acuerdo a las conveniencias políticas de los gobernantes de turno?.
Quizás sea esta ruta la oportunidad para, una vez reparada o restaurada, mute en un paseo inolvidable, donde su paisaje y su historia sean los únicos protagonistas y nos permita olvidar los pésimos recuerdos.


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