La muerte de un “invisible”

La muerte de un “invisible”

La muerte de un “invisible”

Rulo Gajardo

Parte fea del trabajo diario… el llamado que entra y avisa que se solicita al morguero en el sector de terapia intensiva.
Ya arrancas el recorrido por el pasillo pensando en las familias que ves esperando siempre angustiadas, haciendo vigilia, rogando que algún milagro pueda torcer el destino y permitirles regresar a casa con su ser querido de alta. Mi trabajo empieza justo en la peor parte. Cuando solo hay tristeza, bronca y desesperación. Ahí empieza mi labor, la de tratar de contener, ayudar y hacer que lo que quede de estadía de su fallecido en el hospital sea una carga un poco menos pesada.
Hoy, en cambio, no hubo familia. No hubo nadie.
Y como soy de los que escuchan más de la cuenta y mi cabeza funciona de manera distinta cada vez que pasa algo, comienzan a lloverme frases, datos, información que para otros es absurda. Quizás por eso nadie puede entender por qué soy como soy.
Mientras escribía el apellido, escuchaba en mi mente las voces de tanta gente que se refería a él en forma despectiva, como si su sola existencia los hubiera afectado en modo negativo.
«Es el borrachito que duerme en la guardia…».
» Es el croto de los sahumerios». «Es el borrachín que duerme en la calle». «Es el agresivo». «El mal educado». «El sucio».
Y mi expresión favorita a la hora de detectar el nivel de insensibilidad de quien la expresa: «el indigente».
Esas voces en mi cabeza se van silenciando, tapadas por su voz aguardentosa de pucho y alcohol. Mientras sigo escribiendo parece que él, con su vozarrón, me lo fuera dictando… Fernando.
Mientras lo trasladamos con mi compañero, vamos recordando las mil veces que fuimos testigos de cómo su mal humor lo metió en problemas.
Recuerdo años atras, en una de las primeras conversaciones que compartimos, que me dijo que me conocía de mucho antes de estar en situación de calle.
Me recordó que era a quien yo atendía en el locutorio Renzo. Religiosamente, cada mañana, le vendía una lata de cerveza y un atado de Red Point. En esos tiempos, andaba de traje y vendía suscripciones para una empresa de televisión digital.
Siempre me pareció buen gesto de su parte que me haya recordado, más allá del paso del tiempo.
No sé si por que el destino así lo quiso o porque él decidió escribir su destino, a su manera, la vida se le fue complicando. Lo cierto es que andaba en la suya. Muchos dicen que en realidad tenía donde parar. Que no necesitaba dormir en la calle.
Solo sé que él era feliz a su modo… siempre predicando que lo material hace inhumano al individuo.
Por Fernando no puedo evitar escuchar el tema “Callejero”, de Alberto Cortez y Facundo Cabral, sin pensar que hay partes que lo describen:
«Era callejero por derecho propio.
Su filosofía de la libertad
fue ganar la suya sin atar a otros y sobre los otros no pasar jamás.
Era un callejero con el sol a cuestas, fiel a su destino y a su parecer.
Sin tener horario para hacer la siesta ni rendirle cuentas al amanecer.
Se bebió de golpe todas las estrellas.
Se quedó dormido y ya no despertó”.
Dueño de un rosarino básico y rico en malas palabras, de un humor de mierda como escudo y de quizás la forma más equivocada de hacerse notar, hoy se fué un “invisible…”.
Seguro ya estará del otro lado con el gordo González, con “Chiquito”, “Mañoso”, “el Preso” y otros invisibles que, solo algunos privilegiados, tenemos el honor de haber conocido.
La vida es una larga lección de humanidad.
Hasta siempre, Fer. Adonde sea que nos vuelva a juntar el destino, llevame la 4 de Newells firmada por tu hermano y sabés, los sahumerios quedátelos. Eran todos palos con colorante que olían a humo nomás.


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