La necesidad de los “Don Aquiles”

La necesidad de los “Don Aquiles”

Por Juan José Mateo Licenciado en Historia. Miembro del Instituto de Estudios Fueguinos

 

“Me vio un ruso y me encontró sólo, así que dijo: Haz como si fueras mi hijo al pasar la aduana. Y así me encontré: sólo y con un padre ruso que acababa de conocer. Pero llegué aquí”.
Don Aquiles
(Luna de Avellaneda)

Juan José Mateo
Licenciado en Historia.
Miembro del Instituto de Estudios Fueguinos

Desde que Tierra Del Fuego fue incorporada a la corriente nacional de poblamiento del Estado argentino sobre fines del siglo XIX, el fenómeno migratorio ha tenido en la región características peculiares que quizá contrastan con las experiencias subnacionales del resto del país. A partir de 1884 y durante gran parte del siglo XX fuimos el único Territorio Nacional al que no se podía acceder siguiendo una ruta o camino terrestre y hoy constituimos la única provincia de la República Argentina a la que se accede exclusivamente navegando o atravesando en forma aérea las aguas del Océano Atlántico.
La insularidad, como tantas veces hemos advertido, imprime un peso específico adicional al fenómeno migratorio influyendo en la conformación de la sociedad fueguina.
En el comienzo de este artículo, nos tomamos la licencia de recordar a Don Aquiles, el entrañable viejito inmigrante, presidente del Club Luna de Avellaneda, personaje pintoresco de aquella película de Juan José Campanella en cuyo film, se relata la historia de un Club de barrio que inmerso en la transgresora experiencia de los 90s, corre riesgos de perder su sede social en favor de la instalación de una fábrica que dará trabajo a los vecinos del barrio, un elemento de la época muy valorado, cuando la desocupación resquebrajaba el entramado social y el mercado laboral intentaba refractar el achicamiento del Estado y la apertura a las importaciones.
Aparecen en esta película dos elementos centrales a la hora de reflexionar la problemática del la migración y el arraigo: la identidad barrial y la función del Club social y deportivo para generar arraigo. Pensando en Tierra del Fuego, la isla que (en condiciones normales o dicho en otros términos, sin pandemia mediante) recibe cada año cientos de migrantes provenientes de otros lugares del continente, muchos alguna vez vivieron lo que Don Aquiles, no al extremo de provenir de lugares tan lejanos, pero sí de “pasar una aduana y encontrarse solos…”.
Pensemos en quienes llegaron el año pasado a vivir a Ushuaia, Tolhuin o Río Grande, en los trabajadores y jornaleros arribados desde una provincia del litoral argentino, o del aún más representativo noroeste. Hombres y mujeres de las provincias calurosas que trocan los abrazadores otoños norteños por los fríos extremopatagónicos de la isla grande.

Llegar/visitar Ushuaia

Tomemos por caso Ushuaia. La realidad nos marca que los contrastes de los recién llegados no se dan únicamente con los aspectos rimbombantes de una comunidad cosmopolita que recibe a gente de todo el mundo en su calidad de turistas, porque los circuitos turísticos no le imprimen al visitante la interacción con la idiosincrasia local, sino que los sumergen en un camino pautado y despojado de los elementos de fueguinidad que pudieran llegar a apreciar. Tampoco los recién llegados a Ushuaia, por ejemplo, piensan en visitar el Cerro Castor, ni mucho menos realizar la navegación por el Canal Beagle. Esas cosas parecen pertenecer a “los de fuera” y no a los que vienen con la intención de quedarse.
El recién llegado cuenta quizá con pocas instituciones que contengan su suerte social, razón por la cual parece destinado a salir de su casa, llegar al trabajo y retornar a su domicilio. Gracias a la era de las comunicaciones, durante el fin de semana se contacta con sus familiares y amigos. Y lo que resta del tiempo, si pudo adaptarse en el circuito laboral local, se dedica a recorrer los corredores comerciales disponibles en la ciudad. Con el tiempo es seguro que adquiera un automóvil y recorra esos mismos corredores comerciales en su nuevo rodado. Llegará a tiempo a ver el partido de fútbol por televisión y esperará la llegada del lunes para retornar a la rutina laboral.
Mientras tanto, un sinfín de ausencias simbólicas y relacionales sumen al recién llegado en el individualismo y la angustia. Diferente de aquel que arribó en la primera era industrial de los 70s y 80s, el migrante actual se encuentra muchas veces con un vacío espiritual que comparte con muchos otros. Los que llegaron antes supieron forjar su arraigo cuando todo comenzaba y nadie desconocía la historia del vecino. Había tierras disponibles para acceder a la vivienda digna –mediante compra, comodatos precarios o alquileres accesibles-, precios preferenciales por el Régimen promocional y salarios muy por arriba del promedio nacional.
Una nueva era de migrantes
Los migrantes de esta nueva era, en cambio, llegan muchas veces en un clima hostil, que los concibe como usurpadores, al mismo tiempo que les niega una vivienda digna a la sombra de una burbuja inmobiliaria especulativa que sólo los últimos años por la acción municipal comenzaron a morigerar.
Y más allá de las condiciones de subsistencia, ni siquiera cuentan con un circuito de contención familiar y emocional. Porque también algo pasó a nivel nacional que cambió los imaginarios colectivos desactivando aquella cultura de los inmigrantes de principio del siglo XX, que fundaban los famosos clubes sociales y deportivos. Cuando se dice que el neoliberalismo hizo estragos sociales en la población argentina, se hace directa referencia a la desaparición de la sociabilidad y solidaridad con que contaba el “barrio” como unidad identitaria local. Cada barrio, a su vez, tenía su sociedad de fomento y el Club social y deportivo que lo identificaba.
Esa cultura del barrio parece dar paso a la del corredor comercial. Las fiestas y las actividades culturales y deportivas barriales de fin de semana han dado lugar al paseo de compras; las truqueadas, bingos y tallarinadas al encierro de las conexiones virtuales; los festivales a la cena entre íntimos.
En Tierra del Fuego, la peculiar conformación de muchos barios sin arraigo simbólico, refuerza justamente el desarraigo social. Una comunidad “distraída” que deja al azar la suerte de antiguos y nuevos pobladores. Si el día no acompaña y pueden aprovecharse los muchos espacios públicos acondicionados por el Municipio, los sitios de agregación social escasean. Nos encontramos con que existen espacios de recreación suficientes, pero las instituciones intermedias creadas por iniciativa de los vecinos brillan por su ausencia, sólo en Ushuaia existen un centenar de barrios. ¿Con cuántos clubes cuentan cada uno?

La necesidad de los “Don Aquiles”

Los nuevos barrios crecen entonces a la sombra del desamparo identitario. La ciudad avanza como puede desde hace muchos años y lo hace sin lazos societales que contengan la fuerza vital de los ciudadanos que terminan por asumir el individualismo como conducta cotidiana.
Por si fuera poco, la migración no se detiene. Nuevos pobladores llegarán cuando la pandemia termine y se instalarán. Y a diferencia de otros tiempos no los espera un Don Aquiles con las puertas abiertas de un Club social y deportivo donde podrán dejar a sus hijos en actividades recreativas y culturales y donde ellos mismos podrán alentar los colores de su equipo en una competencia de fin de semana.
Los espera en cambio el mercado, para absorberlos en la frívola actitud de reemplazar amistades y reuniones con vecinos por el goce de gastar el dinero. Que bueno sería entonces que cada barrio nuevo cuente con un Don Aquiles que porte la semilla del club social y deportivo, entidad que en otros tiempos cohesionaba y encausaba las potencialidades de las familias y sobre todo de niños, adolescentes y ancianos, que cuentan a veces con el tiempo de recreación que la población económicamente activa destina a conseguir el sustento familiar.


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