“La nevada del 2020”

“La nevada del 2020”

Por Juan José Mateo Licenciado en Historia.Miembro del Instituto de Estudios Fueguinos

“Sé ahora por qué el blanco es el color de la muerte entre
los yámanas, pues en cuanto llega la nieve, la caza
se hace escasa.
Un día comemos, otro no”.
Isabelle Autissier – “El Amante de la Patagonia”.

Ayer 10 de junio por la mañana precipitó la primera nevada del año en Ushuaia. Podría decirse que prometía brotar a cántaros, pero sobre el mediodía, por momentos, ya había un sol radiante espabilando la Bahía que entra al poniente. Luego, intermitente, este fenómeno del clima nos situó por fin en un aspecto conocido por todos: el manto blanco que cubre sueños, esperanzas, pero también ocluye soledades y ansiedad.
Otras nevadas de recuerdo reciente fueron la de 2015, cuando definieron la elección a Gobernador, la de 2012, cuando el autor de esta columna se vio necesitado de salir por la ventana de su casa, debido a la gran acumulación de nieve que se había producido en la puerta de su domicilio de la calle Kuanip y la clásica de 1995, mencionada por todos (los que la vivieron y los que dicen haberla vivido).
Desde ya que ha habido muchas y muy recordadas nevadas en tiempos anteriores. En realidad, desde que “Ushuaia” es Ushuaia nieva por estas latitudes. Pero este año la nieve quizá cumpla un rol diferencial. Quizá todos la esperábamos subconscientemente como el vector de un anclaje necesario hacia la normalidad territorial en la Isla.
Es que en definitiva, en este año en que la normalidad se despidió del temperamento común del mundo, todo aquello que evoque una rutina es preciado como una reserva de valor que hoy cotiza en el imaginario de la “normalidad” perdida. Porque justamente este año, sin turistas ni familiares que puedan visitarnos, la nieve nos pertenece exclusivamente a los fueguinos.

Repulsión

En efecto, la primera nevada de este particular año, llega sobre una sociedad sometida al miedo. Miedo al contagio, miedo al desborde, miedo a la carencia y, lo peor de todo, miedo al prójimo y a lo que uno mismo, en su incapacidad autodiagnóstica, pueda generar hacia el destino del mayor miedo de todos: la muerte. Un galimatías perverso para el ser más conscientemente sociable que haya existido en toda la historia natural del planeta Tierra: la humanidad.
Sabemos que las funciones reguladoras que cumple el miedo en la organización social siempre constituye un arma de doble filo. Articulador de consensos frecuentemente de corta duración, los debates sobre el manejo de la pandemia comienzan a tomar forma recién ahora. Lo hacen desde ya, reproduciendo la grieta que desde hace años asola el sentido común de todos: el estéril campo de las disputas discursivas de la política doméstica argentina.
Pero en el fondo, todo parece dirigido a ocultar el dolor que sentimos por el encierro y la repulsión que en el fondo, nos significa la posibilidad de ser vectores de un mal microscópico que en teoría, convertiría los pasillos de los hospitales argentinos en una sala de espera de la bóveda celestial o la purga del inframundo.
Entonces, sobre los barbijos que nos convierten en una vecindad anónima en los mostradores de siempre, recibimos la primera nevada del año con el ímpetu de que algunas cosas por suerte no cambian.

Una señal de normalidad

A los efectos de apoyarnos en el blanco manto uniforme que logra la nieve en nuestra ciudad, quizá sea el momento de hacer tabula rasa, aprovechar a posar la vista en el horizonte y reconocer que estamos regresando a la normalidad y que muchos rubros de nuestra actividad civil se han restaurado. Y todo ello sin contar con víctimas fatales ni las escabrosas imágenes a las que se vieron sometidas algunas comunidades del viejo mundo.
Podría llegar a sugerirse que la nevada de 2020 fue famosa también por hacerse esperar. Llegó ayer, quizá para recordarnos que vivimos en un lugar diferente, donde el encierro es un poco más común que en otras partes, aunque eso no le importa al mundo desde marzo de este año, cuando las percepciones de todos, obligadas por la situación, astillaron las libertades que gozamos en la contemporaneidad. Muchos en muchas partes del mundo debieron quedarse encerrados en sus casas, como nos pasa a veces cuando nieva a nosotros, “los fueguinos”.
A fin de cuentas, lo importante es entonces que pudimos prepararnos para recibir la nevada como siempre. Y así fue que un día, a pesar de esperar un poco más de normal, con tapabocas y haciendo cola para ingresar a los negocios mientras el deshielo del mediodía nos mojaba los gorros de lana, recibimos a este actor principal del invierno fueguino.

La cruda realidad

Por lo demás, el capitalismo continúa en vigencia demostrando que dos meses de decisiones políticas distorsivas no iban a terminar con un siglo de hegemonía sistémica. El mercado se las ingenió para operar en forma remota mediante las nuevas tecnologías digitales y la logística y el transporte de la ciudad moderna se encargaron de hacer llegar a destino los bienes y servicios adecuados a estos novedosos esquemas del comercio digital.
Pero particularmente en Tierra del Fuego y en esta nevada que por primera vez en muchos años nos pertenece exclusivamente a nosotros, existe un sector directamente afectado por la paralización económica regional: el turismo. Aquella actividad desolada de la que dependen muchísimas fuentes de empleo directo e indirecto, estigmatizada por muchos como la “puerta de entrada” del mal microscópico que afecta a todo el mundo.
Para ellos, “la nevada de 2020” es un resurgir de aquel presagio yámana hacia el color de la muerte. Para ellos y también para los cuentapropistas -que son muchísimos también en la Provincia-, se viene un nuevo invierno fueguino. Uno diferente, que los toma por sorpresa, sin reservas, como ocurre en El amante de la Patagonia, la obra de Isabelle Autissier citada al comienzo de este artículo.
Quizá entonces, en esa tabula rasa que suele dejar la nevada que todo lo blanquea, haya espacio para reflexionar en torno a continuar estigmatizando esa actividad formidable de Tierra del Fuego que es el turismo, aunque creamos que el miedo nos da derecho a encerrarnos en la zona de confort del sálvese quien pueda.
Para ellos una cruda realidad, tan cruda como la primera nevada del año, se asoma en los meses venideros. Quiera el destino que todos logren sobrevivir con dignidad a estos otros enemigos invisibles y silenciosos de la sociedad, como lo son el miedo, la intolerancia y la depresión. En Tierra del Fuego por suerte los vivos no se están muriendo. Quizá sea el momento entonces de pensar también en aquellos espíritus quebrados, para no reproducir el lamentable oxímoron social de contar con muchos muertos en vida.zocalo-02 Instituto fueguino


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