La señora de terapia

La señora de terapia

Escritores Fueguinos: Por Rulo.

Era una mañana tranquila en el hospital, pero la habitual monotonía de estar solo por cobrar un sueldo se vio alterada de repente por las corridas de camilleros que parecía que ingresaban a algún accidentado a la guardia.
Otro bodrio de día laboral – pensé, mientras recordaba a mi pequeño, cuando al salir de casa esa misma mañana y con un ojo entreabierto porque le molestaba la luz, me dijo: “Nos vemos más tarde…” y jodiendo le respondí “Veo si tengo ganas de volver…”.
Como dije, todo transcurría con la total normalidad de un día de semana cualquiera, salvo los gritos de algún que otro gremialista llamando a asamblea, lo que tornaba el paisaje laboral más bizarro todavía.
De pronto y como si de una broma se tratara, una señora de aspecto cadavérico, vistiendo un camisolín, con un barbijo en la mano y tosiendo coágulos a borbotones, salió disparada del sector de terapia y empezó una carrera errante por los pasillos provocando que la gente con la que se cruzaba, también corriera con desesperación.
Todo se tornó muy confuso: personas con sus rostros y ropas manchados de sangre corrían para acá y para allá y empujaban a los demás y en cada puerta de emergencia se amontonaban en pilas humanas, unos sobre otros. ¿La razón? el hospital había sido tapiado por fuera para que nadie pudiera salir. ¡Nos habían puesto en cuarentena!.
Los que más o menos conocíamos el plano del laberíntico edificio corrimos también pero para tratar de aprovisionarnos y de escondernos en lugares que creíamos nos iban a servir de refúgio mientras durara el encierro.
Al pasar las horas fueron armándose grupos que querían organizar las cosas y distribuir las tareas para que no se desbordara todo aún más y la paranoia pudiera terminar en una masacre.
Los médicos fueron a ocupar sus puestos, los que creíamos que podían estar enfermos fueron mandados a consultorios y al sector de internación, los gremialistas que exigían mejores condiciones salariales y que se pagara un adicional extra por cada hora de cuarentena seguían en los pasillos, los cocineros y su dura misión de racionar la comida resistían, la gente que trataba de mantener la calma intentaban en vano que nadie perdiera la cordura. Nosotros estábamos acuartelados en la oficina de servicios generales preguntándonos cómo ibamos a hacer para poder conseguir comida sin tener que cruzar entre tantos sospechosos de estar infectados con algo.
Entonces y como ya existe un antecedente en la Cordillera de los Andes, estábamos planeando a quién comer primero cuando nos dimos cuenta de que el candidato elegido resultaba ser siempre el mismo…
Cayó la noche y para empeorar las cosas se produjo un apagón general en toda la ciudad porque un ex presidente de la DPE había sobrefacturado la compra de una turbina que en realidad resultó estar hecha de madera balsa. Todo mal.
En la oscuridad se empezaron a escuchar gritos espeluznantes y la psicosis se apoderó del lugar.
La gente fue por los bisturíes, las tijeras de los quirófanos, sierras, cinceles y cuchillos que encontraron en la morgue y un taladro que no servía de nada porque como ya dije, estaba cortada la luz… y todo se convirtió en una carnicería.
Nosotros no queríamos salir de la oficina. En un momento dado escuchamos que se abría la puerta de arriba y empezaba a bajar alguien tosiendo. Vimos cómo se iba bajando el picaporte y cuando se abrió la puerta, la figura de la señora que había escapado de terapia apareció frente a nosotros.
Nos quedamos paralizados. Ella comenzó a acercarse lentamente y cuando estaba cara a cara con mi jefe, con las mejillas infladas y los ojos inyectados, a punto de toser…¡sonó el despertador!.
Ya es hora de levantarme y prepararme para otro día de trabajo.
Espero que hoy sea como siempre, aburrido y sin sobresaltos.


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