Lo que nadie sabe del naufragio del Monte Cervantes…

Lo que nadie sabe del naufragio del Monte Cervantes…

Julio Cesar Lovece
El Monte Cervantes fue un buque mixto de carga y pasajeros, de los astilleros «Blohm & Voss», Hamburgo. Votado el 25 de agosto de 1927, de 160 m de eslora y una manga de 20,1 metros, con una capacidad para 325 tripulantes y 2.492 pasajeros.
El 15 de enero de 1930 salió del puerto de Buenos Aires, con aproximadamente 1.500 almas, llegando a Ushuaia el 21 de enero luego de hacer escalas en Puerto Madryn y Punta Arenas. Permaneció 15 horas en una Ushuaia que contaba, por entonces, con 800 habitantes.
El 22 de enero salió de la bahía de Ushuaia, hacia el Faro Les Eclaireurs pero antes de llegar a ese islote, en una maniobra incomprensible, chocó con un bajo fondo, produciendo una abertura en su casco que resultó mortal para la nave. Su capitán, Teodoro Dreyer, en una rápida reacción que salvaría la vida de sus pasajeros, dio la orden de encallar la nave en el islote más próximo, logrando mantener a flote al Monte Cervantes, permitiendo así la evacuación total de pasajeros y tripulantes. Las horas que permaneció encallado, ayudaron también a salvar parte del equipaje y luego de ello, el barco dio vuelta de campana dejando a flote solo parte de su casco invertido. En esa maniobra perdió la vida su capitán, única víctima del dramático incidente.
Hasta aquí la información que se suele difundir respecto del naufragio de esta nave. Ahora vamos a imponernos el rescate de otras historias paralelas relacionadas con el evento.

Lo que mal anda, mal acaba.

El Monte Cervantes ya había nacido con un designio fatal. Estaba destinado al infortunio. Aseguran que el mismo día de su botadura sufrió un principio de incendio que la pericia de su tripulación logró sofocar antes de que las cosas pasaran a mayores.
Un año después, el 28 de julio de 1928, navegando hacia las costas de Noruega, chocó contra un iceberg que abrió en su casco un rumbo que, aunque no mortal, lo puso en serio peligro. Por suerte navegaba por la misma zona el rompehielos Krassin que logró socorrerlo llevándolo a puerto seguro para que sea reparado. La contingencia en el Canal Beagle, a poco de partir de Ushuaia, fue la vencida.

Lo que nadie sabe del naufragio del Monte Cervantes…
El mufa de Seguers

Durante las noches en el Monte Cervantes, los pasajeros tenían un nutrido programa de actividades, entretenimientos y conferencias. La agenda prometía para el 19 de enero una conferencia a cargo del Dr. Alfredo Seguers, el hijo del primer médico que se instaló en Ushuaia, don Polidoro Seguers. El conferencista llevó a cabo su charla con solvencia y con la idoneidad de alguien que ya conocía la zona. Brindó detalles de su primer viaje al sur, en el año 1887, en la nave «Magallanes», siendo niño y acompañando a sus padres y sus dos hermanos. Entonces, ante la sorpresa de su público, mencionó con lujo de detalles el naufragio de esa nave, por cierto mucho más modesta, en el Golfo San Jorge, próximo a Puerto Deseado. Contó que aunque todos salvaron sus vidas milagrosamente, perdieron todo, ahorros y equipajes que fueron a dar al fondo del mar.
En una descripción un tanto irónica, siguió su exposición comparando los barcos, quizás percibiendo el temor en algunos de los presentes. Dijo que el Monte Cervantes resultaba un coloso al lado del Magallanes y que, por lo tanto, los acompañaba la suerte de navegar en un verdadero palacio flotante. Claro que por esas horas, nadie imaginaba que tres días después, dicho «palacio» sucumbiría en las heladas aguas del Beagle. Los más memoriosos pasajeros se encargaron de otorgar al Dr. Seguers hijo, la fama de un verdadero «jettatore», recomendando de boca en boca, evitar vacacionar nuevamente con él.

Desabastecimiento de rouge

¿Podemos imaginar que pasaría en Ushuaia si mañana tuviéramos que alojar y alimentar a dos veces más la cantidad de personas que conforman la población actual de nuestra ciudad?. Los 800 habitantes del año 30 se vieron obligados a hacerlo con 1.500 personas que permanecieron obligadamente, casi una semana en Ushuaia, hasta que arribó el Monte Sarmiento a rescatarlos. Por si ese hecho no fuera singular, mucho más «impactante» para una pequeña población compuesta por una enorme mayoría de hombres, fue el notable aumento de presencia femenina por las callejuelas del pueblo. Más de un solterón de entonces habrá rogado que el rescate se tomara mucho más tiempo que el necesario. En una vieja edición del semanario «Caras & Caretas» del 8 de marzo de 1930, se menciona con solvencia informativa, ya que se sabe que viajaba un fotógrafo de ese medio en la nave siniestrada, que el principal fantasma que pululaba por la Ushuaia de entonces, era el del desabastecimiento. No olvidemos que un barco traía los insumos cada 40, 60 o 90 días. Sin embargo lo primero que se agotó en todo el pueblo no fue la comida sino el lápiz de labios. «¡A las 24 horas no había más!».

Lo que nadie sabe del naufragio del Monte Cervantes…

Sin jabón

Se había anunciado que el Monte Sarmiento sería la nave encargada de evacuar a los pasajeros del Monte Cervantes, quienes desde el 22 de enero dependían exclusivamente del alimento proporcionado por los pobladores de Ushuaia y los presos de la Cárcel de Reincidentes. Estos últimos habían inclusive donado la mitad de sus raciones. El barco llegó a esta localidad la mañana del 28 y se efectuó prontamente el embarque de la totalidad del pasaje que debió asumir comodidades un poco más sencillas. Casi una semana sin disponer de las comodidades individuales para el aseo personal a las que estaban acostumbrados en el Monte Cervantes, seguramente se lamentaron de no tener un buen baño cuando se instalaron en el Monte Sarmiento. Desagradable sorpresa suscitó el hecho de no hallar jabón en los camarotes para materializar tan elemental anhelo…
Entre quejas y amenazas se escuchó que la peluquería del barco disponía de elementos de aseo personal. Hacia el local se dirigieron centenares de pasajeros hallando lindante al mismo, una nutrida fila de potenciales clientes. Dentro del recinto se podía ver a un fornido personaje que se hallaba comprando absolutamente todo, iba acumulando cajas de todos los elementos disponibles de limpieza y perfumería, dejando estanterías prácticamente vacías. Un par de ayudantes salían con toda la carga apresuradamente hacia destino incierto. Los pasajeros ya muy nerviosos comenzaron a preguntar de quien se trataba ese desconocido acaparador. Cuando lograron ingresar casi no hallaron nada. Alguien bien informado comentó a viva voz, aclarando el misterio: se trataba del popular «turco Salomón» el comerciante que había logrado agotar el stock de su mercadería en Ushuaia gracias a tamaña contingencia y que, si bien fue absolutamente servicial con varios náufragos a los que asistió en las comodidades de su vivienda, en esta ocasión los dejó sin pastillas de jabón obligándolos, en el viaje de regreso, a compartir las pocas que habían quedado.

Cuando la segunda es la vencida

El 7 de octubre de 1954 comenzaron las tareas de reflotamiento, a cargo de la empresa de Leopoldo Simoncini, para las que hubo que reacondicionar incluso al Saint Christopher. Los avisos de la Armada, «Chiriguano», «Saravirón» y «Guaraní», apoyaron las maniobras. Se levantó un campamento frente al Faro Les Eclaireurs, con mucho personal y un grupo de buzos. La idea era sellar el casco del Monte Cervantes e inyectarle aire para hacerlo flotar y sacarlo de tan incómoda posición. Luego habría que remolcarlo a Ushuaia, para proceder al desguace y venta de motores y chatarra.
Con enorme alegría y gritos de triunfo se festejó el movimiento del enorme barco que, pesadamente comenzó a desplazarse, primero hacia el sur y posteriormente hacia el oeste. Los cuatro remolcadores estaban exigidos al límite de su capacidad, pero a los 20 minutos el Cervantes, que parecía aceptar las maniobras, fue cediendo ante el desconsuelo de todos, su velocidad y comenzó a hundirse nuevamente de proa, amenazando llevarse consigo a los pequeños barcos. El corte de amarras fue inmediato. Poco a poco, fue desapareciendo otra vez el coloso de los mares, pero ahora en aguas más profundas. Sus hélices y el timón fueron lo último que se pudo ver, antes de sumergirse en borbotones y remolinos de agua. Estaba claro que su destino era el fondo del océano y hacia allí el Monte Cervantes se encaminó por segunda y definitiva vez.


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