Los argentinos en el laberinto de la Economía

Dólar, tasas, inflación, mercados. El lenguaje corriente se tiñe de vocabulario financiero y en cada esquina la genta brinda su teoría sobre las causas, consecuencias y el futuro del país en el marco de la crisis.
De un lado de la grieta aducen que la crisis es la resultante de la situación fiscal heredada por el Gobierno Kirchnerista y desde este último lugar coinciden en culpabilizar a la inoperancia del Gobierno de Macri, sumando a ello, cierta mala intención.
En cierta medida a ambos lados les asiste una gota de razón en un mar de confusión. La cuestión económica de Argentina es, por desgracia, estructuralmente deficitaria. De los últimos 50 años solo hubo 4 años superavitarios, post crisis de 2001, explicados por la creación del impuesto al cheque, la licuación del gasto público vía default, la devaluación y el precio record de la soja. Al momento de la asunción de Cristina Fernández la situación fiscal fue en franco descenso. El exceso del gasto, la priorización del consumo por sobre la producción, el clientelismo político, y la corrupción son gran parte de la respuesta.
En este plano, hay dos formas tradicionales por las cuales se financia el déficit: mediante emisión monetaria (imprimiendo billetes) o emisión de deuda (pidiendo prestado).
La primera forma, con el correr de los años implica entrar en una espiral inflacionaria. Vale recordar que ante la imposibilidad de contener el exceso de pesos en el mercado (debido a que por la inflación los ciudadanos empiezan a volcarse al dólar) el kirchnerismo decidió avanzar sobre las libertades individuales restringiendo selectivamente la compra de moneda extranjera, con controles de precios, interviniendo el INDEC, persiguiendo a los adversarios políticos y a los medios no alineados, etc. etc. etc). Por otro lado, al tener el tipo de cambio atado y con una presión fiscal asfixiante sumada al alza de precios como producto de ese exceso de moneda, comenzó la pérdida del empleo en el sector privado. Dicho empleo resultaba absorbido por el Estado, aumentando así el déficit de modo tautológico.
Ante este panorama, la gestión M se encontró en el cruce de lo político y lo económico. Lo corrieron por izquierda, adjudicándole un afán ajustador y por derecha, exigiéndole un mayor ajuste para equilibrar la balanza fiscal.
Macri cometió en lo económico el error que cometió Massa en lo político: elegir “la ancha avenida del medio”. Sin política económica clara el presidente es un ajustador para unos y a la vez un ineficiente administrador para otros.
En este sentido, el camino elegido por el oficialismo fue el de financiar el déficit a través de deuda, receta útil con el mundo financiero abierto a prestar a tasas bajas. El plan original “gradualista” implicaba abastecerse en el mercado a medida que el déficit fiscal “se ajustaba” lentamente, y si bien este plan parecía funcionar a cuentagotas, el contexto global irrumpió en la escena.
De repente, Estados Unidos subió su tasa de interés de modo tal que los bonos yanquis empezaron a pagar más siendo menos riesgosos. Todo un dolor de cabeza para los países emergentes, que ven huir en masa a sus financistas, desplomando el valor de su moneda y con el agravante local de la peor sequia del último medio siglo, que desplomó las exportaciones agrícolas, haciendo retroceder el PBI y con ello, la liquidación de la divisa norteamericana. Un combo mortal.
En definitiva, esto invita a reflexionar si no hubiese resultado más redituable realizar los ajustes sin anestesia el primer año para llegar a este con algún rebote y al año electoral con aire para la campaña. Por supuesto que en el panorama de la minoría parlamentaria hubiese significado una negociación inagotable.
Para finalizar y a pesar de la incertidumbre que reina, existen algunas diferencias entre 2001 y hoy que impiden conocer el desenlace de la crisis cambiaria. La tasa de desempleo y de pobreza inicia en un piso más bajo que en aquel momento y las reservas del Banco Central duplican al del período, como señales positivas. En contrapartida, la participación de intereses de deuda es mucho mayor al de aquel entonces.
Queda decir que no hay tal cosa como la decisión de “ajustar o no ajustar”. Cuando se tiene déficit, siempre se ajusta y nunca nada queda en el debe. La verdadera diferencia consiste en si se ejecuta por la vía fiscal o por la vía del mercado, lo que significa la inevitable pérdida de empleo en el sector privado, inflación o aumento de impuestos.
Nunca más oportuno el refrán popular que reza “nunca es triste la verdad, lo que no tiene es remedio”. Sólo se puede consumir lo que se produce y no hay tal cosa como un almuerzo gratis ni promociones que se le parezcan.


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