“Lost” a la fueguina

“Cada uno fue traído aquí por una razón”
John Locke

Muchas veces me ocurre, mirando por ejemplo el despegue de los aviones en el Aeropuerto Malvinas Argentinas de Ushuaia u observando el horizonte del Beagle, sentir la necesidad de reflexionar sobre cuánto tiempo pasó desde que llegué a Tierra del Fuego.
Recuerdo como si fuera hoy cuando el avión aterrizó y respiré por primera vez el aire fueguino. Me estremecí al sentir que las montañas me abrazaban y las tonalidades verdosas del bosque eran como banderas de llegada hacia un destino que siempre añoré, en la certeza que este sería mi lugar en el mundo. Fue amor a primera vista.
Pero la isla no sólo funcionó como un cobijo al alma. También fue capaz de operar en mí una reflexión por contraste: desde esta nueva perspectiva, qué significaba decidir quedarme en este lugar. Y también, qué estaba dispuesto a dejar atrás y abandonar en los términos económicos del “costo de oportunidad”.
En esa inspección del espíritu, muchas veces me tenté con la posibilidad de verme envuelto en el espejismo de una serie televisiva que miré hace años, para buscar posibles moldes de mi situación de excepcionalidad. Porque un día llegué a la isla, desafiando mis orígenes, porque el lugar donde nací llegó a ahogarme de tal modo que no veía futuro posible quedándome en él.
Al fin y al cabo, en ningún lado estaba escrito que terminaría viviendo aquí. Hasta que sucedió, como si hubiese un destino que ya había sido escrito. Dejé todo atrás, como quien toma conciencia al momento inmediato de un accidente y lo primero que quiere es comprobar que tiene el cuerpo entero para salir corriendo y alejarse del siniestro.

Previously on Lost

2004 no fue un año más para los amantes de las series de televisión. En la cadena estadounidense de la American Broadcasting Company (ABC) se estrenaba “Lost”, un drama que duró seis años y que revolucionó la narrativa audiovisual en una superproducción que generó una verdadera ola de fanáticos que perdura hasta hoy.
Lost (“perdidos” en castellano) tenía un argumento retorcido de vidas signadas por la tragedia, deudas familiares y miserias personales a granel. Hombres y mujeres sobrevivientes del trágico vuelo 815 de la Oceanic Airlines que llevaba pasajeros desde Sydney hasta Los Ángeles (EEUU), estrellándose en una isla tan indeterminada como misteriosa.
Entre los personajes de Lost, había médicos cirujanos, policías, estafadores, homicidas, narcotraficantes, torturadores, enfermos terminales, pasando por jornaleros, músicos en decadencia, físicos, millonarios, paralíticos que una vez que pisaban la isla misteriosa volvían a caminar y hasta muertos a los que se podía ver apareciendo y desapareciendo de vez en cuando.
Pero más allá de la genial caracterización y complejidad de esos perfiles, había un personaje que destacaba por su rareza: la propia isla.
Es que en Lost, la Isla era una entidad capaz de controlar el destino de sus moradores. De premiar y castigar severamente. Ella elegía a las personas y las sometía a un juego de roles para llevarlos siempre al dilema ético de lo correcto o lo incorrecto. La isla entonces, demandaba sacrificios a todos aquellos a los que les había dado la oportunidad de continuar el camino, a pesar del accidente que los había llevado al lugar.
Porque, en definitiva, la isla era el purgatorio en donde todos aquellos que habían realizado algún daño a otro en la vida o tenían una deuda o meta significativa pendiente que cumplir, debían redimirse en las formas más extrañas.

Los fueguinos inmersos en su propio purgatorio

Cuando llegué a Tierra del Fuego experimenté entonces una especie de epifanía automática. Lost me había cautivado y ahora también me tocaba mudarme a una isla de la que había escuchado infinidad de historias increíbles.
Pronto comprobé algunas tendencias culturales que me causaban dolor. De verlo, pero también sentirlo: mucha gente estaba como presa del lugar y se les notaba la necesidad de irse de la isla al menos una o dos veces por año, porque extrañaban su mundo anterior, su lugar de origen, sus familiares y amigos.
O también porque sobre muchos pesaba la condena de no haberse podido realizar económicamente en sus lugares de origen, entonces debían partir hacia la lejana isla fueguina de los milagros, para probar mejor suerte material. Y muchos lo lograron.
Por eso en ocasiones me sentí tentado a pensar que a la isla (como sucedía en Lost) no le gustaría tal actitud. Si la isla nos dio todo, si somos todo lo que somos por la isla… ¿por qué entonces la necesidad de abandonarla?.
Y por otra parte, atendiendo a la simple lógica de que nada es gratis en esta vida, si la isla nos dio todo… ¿nunca se nos ocurrió pensar que todo eso tiene un precio?.
Porque mientras exista esa particular cualidad, esa bonanza de la isla de darnos a todos la posibilidad de progresar ubicándonos en su tiempo y espacio, uno podría caer en soberbio error de creer que todo lo logrado es por el simple y llano esfuerzo personal empeñado.
¿Y si esa actitud altanera, advenediza y desmemoriada es la llave para ingresar al purgatorio del fin del mundo?

Un espejo en el que vale la pena mirarse y encontrarse

Es cierto que muchas veces es preferible creer que todo logro personal proviene del esfuerzo individual a otorgar a cualquier otra entidad dosis de responsabilidad de lo que ocurre en nuestras vidas.
Seguramente estaremos rodeados de quienes agradecen a Dios el poder desarrollar su vida en la isla sin privaciones y haciendo lo que les gusta. Otros buscarán esas causas en alguna filosofía o método alternativo para interpretar su realidad.
MI recomendación es que, en todo caso, nunca se olviden de la isla, que la piensen como una entidad, como una madre tierra que nos dio todo, que nos observa y espera de nosotros algo más que el regocijo de haber cumplido metas impensadas en otro tiempo o espacio.
La serie Lost, en ese sentido, quizá nos pueda servir de guía para sensibilizarnos con respecto al maravilloso lugar en el que vivimos. Porque Tierra del Fuego para muchos fue la isla de los milagros, el lugar en el mundo donde todos somos lo que no podríamos haber sido en otro lugar.
Por eso, para los que ya la vieron y para todos aquellos que aún no lo hicieron, a modo de obsequio de fin de año, los invito a que vean Lost, experimenten cómo puede sentirse una Isla misteriosa, que al mismo tiempo puede funcionar como un purgatorio.
Y en esa experiencia filosófica, íntima y reveladora, búsquense y jueguen a verse reflejados en alguno de sus personajes. A mí me ayudo en su momento, para trabajar mi purgatorio y para entender las formas de devolverle a esta isla de los milagros, todo lo que me dio.



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