Malvinas y un silencio que puede costar caro

G 20

La presencia del presidente español, el socialista Pedro Sánchez, durante EL fin de semana pasado en Buenos Aires para participar de la cumbre del Grupo de los 20 (G20), pasó bastante desapercibida. En parte porque España era sólo un invitado especial al foro ya que su representación está en la Unión Europea (UE) y, también, porque había grandes potencias dirimiendo asuntos urgentes.
Pero Sánchez lució distendido y orgulloso en Argentina debido a que, probablemente, a nivel internacional ya había hecho sus principales deberes en representación de España: dejar sentado el reclamo español de soberanía sobre el peñón de Gibraltar, en el proceso de aprobación de la salida británica de la UE, o Brexit, por las autoridades comunitarias de Bruselas.
Hace dos semanas, el Reino Unido presentó ante la Comisión Europea (CE) y el “Grupo de trabajo para la preparación y la celebración de las negociaciones con el Reino Unido con arreglo al Artículo 50 del Tratado de la Unión”, su propuesta de acuerdo para dejar la Unión Europea.
El voluminoso escrito, de más de 500 páginas, le da un marco a la futura relación entre ambas partes y establece las condiciones del divorcio definitivo del Reino Unido.
Este acuerdo fue aprobado por “los 27” miembros restantes de la UE, el 25 de noviembre pasado, pero sólo después de que España estableciera con firmeza su posición respecto a la colonia de Gibraltar, incluso hasta poner en jaque la aprobación del documento.
España amenazó con vetar el acuerdo si no obtenía las debidas garantías de que, en la aplicación de la relación futura de Gran Bretaña con “los 27” a la colonia de Gibraltar, el Gobierno de Madrid tendría la última palabra. Y así lo hizo.

Ceder o presionar

Después de intensas negociaciones contrarreloj, España obtuvo el apoyo de todos los miembros de la UE y el Reino Unido debió ceder a la presión europea, situación que le costó fuertes críticas en su frente interno a la premier británica Theresa May.
Crucemos el Atlántico, como hizo May -también muy distendida- el fin de semana, para sentirse harto cómoda y coquetear, incluso, con acuerdos comerciales extra MERCOSUR, en la histórica, primera visita de una premier británica a la Argentina desde 1982.
En una actitud diametralmente opuesta a la de España, que fue de natural defensa de los intereses nacionales, encontramos a un Gobierno argentino que, a diferencia de Madrid, nunca se planteó hacer oir su voz en el camino del Reino Unido al Brexit.
En el artículo 3 del acuerdo del Brexit con Bruselas, bajo el título “Alcance Territorial”, Londres expresa que “cualquier referencia al Reino Unido o su territorio será entendido como refiriéndose a…” y realiza una enumeración de los distintos espacios territoriales que considera como parte integrante de su territorio. Así, en el inciso c) del artículo, hace referencia a “los países y territorios de ultramar” y, claro, menciona expresamente a las Islas Malvinas como parte de esos territorios.

Silencio cómplice

El silencio del Gobierno nacional, sin protestar este acto de pretendida jurisdicción británica sobre nuestras Islas Malvinas pone en riesgo la posición jurídica de la Argentina y otorga a los isleños los beneficios de los que hoy gozan en relación a sus exportaciones a la UE por todo el plazo que dure el periodo de transición, es decir, por lo menos dos años.
Este plazo de gracia que permite al ilegítimo Gobierno isleño seguir gozando de los beneficios arancelarios europeos, les dará tiempo suficiente para obtener nuevos mercados en los que colocar sus productos, obtenidos mediante la ilegal explotación de nuestros recursos naturales en el área en disputa.
Nuevamente, el Gobierno nacional hace gala de un riesgoso (y hasta cómplice) silencio, en lugar de aprovechar esta histórica oportunidad que el Brexit le ofrece a Argentina para obligar, o por lo menos empujar, al Reino Unido a sentarse a la mesa de negociación para solucionar la disputa de soberanía.
Sánchez llegó a Buenos Aires con muchos problemas, en un panorama interno fragmentado e inestable, incluso en una situación económica que no es envidiable, pero ello no le impidió mantener en alto la Cuestión Gibraltar, y con el amplio consenso de su clase política.
Pocas veces desde hace un siglo, por diversas razones históricas, políticas y económicas, el poder internacional del Reino Unido luce globalmente tan debilitado, y España ha tenido una clara lectura diplomática de ese contexto para imponer condiciones respecto del Peñón.
En cambio, Londres encontró en Argentina manos gentilmente tendidas, mucho más generosas de lo que indica la corrección diplomática en eventos como el G20, tanto como para acceder días antes a establecer nuevas conexiones aéreas entre Malvinas y el continente que excluyeron a Buenos Aires, tal como quería el ilegítimo Gobierno isleño.
A May le habrá costado entender la contradicción entre una platea entusiasmada en el Teatro Colón vivando “Argentina, Argentina”, y su presidente en llanto, y las concesiones diplomáticas que le hizo el mismo país unos días antes en un asunto de mucha más historia, importancia estratégica y significación nacional.


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