Mario relata el crimen de su compañero Rito, a manos de un superior

Malvinas: la otra guerra que enfrentó a soldados argentinos.

El veterano de guerra santiagueño Mario Pacheco revive la noche en que un cabo marplatense mató a un conscripto correntino, en la trinchera. “Yo lo vi morir”, dijo a Diario Prensa Libre a su paso por Ushuaia, en donde reclamó que la historia de su compañero asesinado no quede en el olvido.

Mario Rubén Pacheco se constituyó en referente del Museo Soldados Veteranos de Guerra de Santiago del Estero: «El objetivo de todo combatiente deber ser difundir la causa, inculcando buenas ideas a los jóvenes y defender por siempre la democracia” – señala.

Mario Pacheco todavía llora cuando recuerda lo que vio aquella noche helada en Malvinas. En aquel entonces era un conscripto santiagueño clase 63 recién llegado al sur, con un fusil más grande que su experiencia, y lo que presenció lo marcó para siempre: el asesinato de su compañero Rito Portillo, a manos de un cabo argentino. “Yo lo vi morir —dice—, y esa imagen nunca más se me borró”.

Oriundo de Santiago del Estero, Pacheco integraba en 1982 el Batallón Antiaéreo de Infantería de Marina con base en Puerto Belgrano. En diálogo con Diario Prensa Libre relató su historia, cargada de dolor y de memoria, durante su paso por Ushuaia, ciudad a la que llegó para dar charlas, reencontrarse con viejos camaradas y mantener vivo el recuerdo de Rito.

“En el 82 yo tenía tan solo dieciocho años —recuerda—. Venir de una provincia donde el calor trepa a 60 grados, a un lugar como Malvinas, con 20 grados bajo cero, fue un choque tremendo. Tuvimos que aclimatarnos como pudimos”.

Pero el frío no era lo único que minaba la resistencia de aquellos chicos. Había otra guerra, invisible y cruel, que se libraba entre los propios soldados: rencillas, castigos, abusos de poder. En ese contexto ocurrió la tragedia.
Pacheco cuenta que todo habría comenzado en Puerto Belgrano, antes de embarcar hacia las islas, cuando el cabo segundo Gregorio Hermes Cabrera y el conscripto Rito Portillo se cruzaron en un partido de fútbol. La bronca siguió creciendo hasta aquel 11 de mayo de 1982, cuando Cabrera descargó una ráfaga de FAL sobre el pecho de Portillo.

“Estábamos en posición, sonó la alarma roja que anunciaba un posible enemigo en el terreno. Al final era solo una vaca en el blanco del radar, pero en ese momento se armó la confusión y el cabo mató a Portillo. Lo mató a propósito, un asesino. Ya nos venía inclusive a los demás escupiendo la comida y maltratándonos. No se trataba solo de sobrellevar el frío y el hambre, también el maltrato más cruel”, asegura Pacheco.

“¿Qué fue lo más atroz que vivió en la guerra?”, es la pregunta que los periodistas le hacen con frecuencia a los VGM. Mario responde: “Fueron muchas cosas. Hace varios años atrás yo denuncié que, durante la guerra, nos daban antes de la comida una pastilla que nos mantenía despiertos prácticamente todo el día, y casi no podíamos descansar. Desde esa vez, varios nos empezamos a enfermar con esa droga que nadie conocía y nos obligaban a tomarla, si no, no nos daban de comer, así de sencillo”.

El testimonio coincide con el de otro conscripto, Germán Navarro, quien declaró en la Justicia: “Una noche cuando nos acostamos se escuchó una ametrallada… Había sido que el cabo Cabrera era el que estaba tirando. Después, Portillo pegó la vuelta, ni dos ni tres metros, y ahí nomás le cazó. Le partió todo el pecho. Cuando lo encaré, Cabrera me dijo: ‘Yo fui’, así, como si nada, sin siquiera lamentarse”.

El impacto fue devastador. Pacheco intentó enfrentarlo, enceguecido por la rabia, pero un compañero lo contuvo. “Lo quería agarrar y me frenaron. Después sufrí una crisis de nervios tan grande que no recuerdo nada hasta que aparecí internado en el hospital de Puerto Argentino”.

La muerte de Portillo forma parte de la megacausa por torturas y abusos contra conscriptos que instruye la Secretaría Penal 3 del Juzgado Federal de Río Grande. Allí se acumulan decenas de denuncias: estaqueamientos a la intemperie, privación deliberada de alimentos, enterramientos durante bombardeos y asesinatos entre las propias filas.

Los crímenes fueron considerados de lesa humanidad, imprescriptibles, aunque la causa tuvo idas y vueltas judiciales. En 2019 se tomó indagatoria a cuatro oficiales del Regimiento 5 de Infantería de Marina por denuncias de torturas, y en 2020 fueron procesados. Sin embargo, en 2021 la Cámara de Casación dictaminó que los hechos no constituían delitos de lesa humanidad. El fallo fue apelado y hoy espera resolución de la Corte Suprema.

Mientras tanto, la investigación en Río Grande continúa recolectando pruebas y testimonios, entre ellos el de Pacheco, que vuelve a poner sobre la mesa la historia de Portillo. “Quiero que todo esto se sepa —dice—, para que de una vez por todas Portillo pueda descansar en paz”.

Momento del impacto del Exocet contra el HMS Glamorgan: “Fui uno de los seis soldados que estuvimos en esa operación. Fue un verdadero infierno”, refiere el VGM Mario Pacheco.

Durante su estadía en Ushuaia, Pacheco no solo revivió sus recuerdos más oscuros, también encontró un espacio para la reconstrucción. “Volver acá me emocionó muchísimo, lloré recordando esos días. Pero también me hizo bien, porque me reencontré con el veterano de guerra Maidana, que me contuvo cuando estaba destruido y sumido en la depresión por la muerte de Portillo”.

A los 62 años, Mario sigue trabajando para dejar testimonio, prepara un documental sobre su experiencia y presentó un álbum ilustrado, de figuritas coleccionables sobre Malvinas, para ser utilizado en escuelas y hogares. “Espero que la gente entienda que yo hablo de lo que viví. No puedo hablar de lo que vivió otro soldado en un barco o en un avión. Cada veterano tiene su historia, nosotros somos el testimonio viviente. Por eso armamos este álbum, para que los maestros trabajen con los chicos y también los padres en sus casas”.

De Malvinas, Pacheco guarda dos recuerdos imborrables: la muerte de su amigo Rito Portillo y el lanzamiento del misil Exocet que alcanzó a la fragata británica Glamorgan. “Son dos acontecimientos que marcaron mi vida y que nunca olvidaré”, resume.

Hoy, entre la bronca por lo que vio y la gratitud por haber sobrevivido, Mario Pacheco insiste en contar su historia. Porque sabe que callar es otra forma de matar.


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