Ni una idea

Ni una idea

Ni una ideaGenerosidad versus egoísmo

Se sentó a la mesa. La casa era un páramo de silencio absoluto. Miró entonces las fotos de su familia en la pared. El reflejo de uno de los cuadros le devolvió una imagen espectral: tenía el típico pelo de recién levantado, como el cabello sintético de las muñecas en el ocaso de su vida, después de mil juegos infantiles; como esa que una vez había encontrado en el baldío del barrio en su niñez. Fue un encuentro siniestro e inesperado, la muñeca estaba en la basura, rota, mezclada con semillas de zapallo y pañales usados.
El vidrio seguía mostrándole una boca pegajosa, barrosa, con una lengua saburral… Los ojos hinchados y ojerosos eran muestras obvias de una noche trunca, estéril y mocha de imaginación; una noche amarreta de ideas que le había metido un foul de atrás entre el área grande y el área chica, como un amor clandestino sin final feliz.
Tomó conciencia de su forma y su aspecto intimidante. No era más que un walking dead con varios días de mordido. Se fue al baño a asearse, antes que se despertaran Ezequiel y Mateo. Era un buen cristiano, y los nombres de sus hijos así lo indicaban.
Salió del baño apenas emprolijado, desganado, como quien va a una cita a ciegas sin estar convencido de la conquista amorosa.
Juan José había pasado toda la noche buscando una idea, una imagen, una historia ajena adaptada, algo que le permitiera desarrollar su columna semanal para el diario local con el que tenía un contrato anual firmado. En el medio gráfico hablaba de perros, de opiniones y apreciaciones personales sobre la vida cotidiana y a veces hasta se le escapaba un cuento corto, de esos que no hacen goles de cabeza. El diario le daba bastante libertad en sus elecciones. Un editor corregía lo que correspondía, a modo de deleteour de Saramago. Igual sentía la presión del que tiene que escribir como forma de vida, que aunque tiene las palabras correctas no sabe qué hacer con ellas.
Pasó por la habitación de sus hijos ubicada a la izquierda del pasillo que iba al baño, para verlos dormir y se detuvo a observar sus puñetazos inconscientes al cielo de la habitación. Vaya uno a saber qué monstruos enfrentarían en sus sueños… ¿al Kraken?, ¿a Medusa?. ¿A Freezer, el de los dibujitos de Dragon Ball?.
Mateo… siempre con una pierna afuera de la colcha, para compensar temperatura. Y Ezequiel, despatarrado como caído del pullman del cine Cervantes, con la boca abierta como sapo pisado y una escarapela de saliva estampada en la almohada.
Los miró encandilado, eran la inocencia en estado puro. ¡Qué lindos mis angelitos cuando duermen! – pensó. Niños que se transforman con la luz del día en torbellinos que revolean las cosas, discuten, pelean y se amigan, sin escalas, ensuciando todo sin parar. ¡Envidia de los vientos más huracanados!. Pequeña gente que solo atina a encogerse de hombros con desdén, frente a las reprimendas.
¿Y si escribo sobre angeles y demonios? – le sugirió su voz interior. Semejante terreno tan poco racional pero existente hasta en el más escéptico, le pareció demasiado rebuscado, remanido y poco interesante. – ¿Litros de tinta derramada para escribir la historia del hombre y yo justo lo voy a poner en una columna del diario?. ¿Qué diría Dan Brown? – se recriminó a sí mismo.
Y entonces pensó en su jefe. Era un tipo calvo de esos que se tapan la pelada acomodándose el contado pelo de costado, de los que ocultan la calvicie con esas pocas fimbrias raleadas y escasas, tratando de disimular lo indisimulable. Bastante pelotudo por cierto. La pasaba bien haciéndose el gracioso con los empleados que tenía a cargo y se creía piola porque la gente le seguía la corriente… como a los locos. Hay personas que disfrutan de joderle la vida a los demás sin motivo, por simple goce, lo que los hace más espantosos todavía. Y ese era su caso.
No quería caerle con una columna mala, porque casi nunca lo había hecho, pero el pelado siempre algo tenía para criticar, alguna coma que marcar o alguna falta ortográfica menor… La verdad es que le tenía bastante llenas las pelotas…”.

Esa columna semanal apenas arrimaba unos porotos al puchero de la economía familiar, aunque sumados a los de su esposa Bety alcanzaban para pagar las cuentas. Cubrían el alquiler, el colegio de los chicos y hasta sobraba para el queso de rallar y el yogur entero, comprados los últimos viernes de cada mes o cuando ya había cerrado la tarjeta. Nunca había faltado nada en la casa, pero los helados, las salidas al cine, y las vacaciones, eran más espaciadas que las de sus amigos. Pero lo importante es que era una casa feliz. `Preferible una choza con risas a una mansión con llanto´, se decía sin evitar que las palabras le sonaran a consuelo.
Sin dejar de pensar y pensar intentando atrapar alguna idea, arrimó una silla con un almohadón magro de tanto uso, flaco como perro sin dueño, a la mesa de la cocina. Apoyó su cuaderno Exito rayado y su Bic azul. Esas hojas lisas y su birome constituían el maridaje perfecto de instrumentos de trabajo; la birome patinaba sobre el papel como si se deslizara sobre césped inglés, como un esquiador fueguino en la pista recién pisada…
¡El duelo había comenzado!. Dos renglones de la nada misma, un par de dibujos en los bordes, sin rumbo y de formas estrambóticas. El seguía mirando las paredes y el río por la ventana hasta que al final terminaba convirtiendo a la hoja en un bollo apretado que salía disparado directo al cesto, su morada definitiva.
Se levantó y fue nuevamente hasta la habitación de sus hijos. Se aseguró que la puerta entreabierta de la pieza recibiera la luz ocre del pasillo, un lucero tranquilizador para niños temerosos de la oscuridad. Volvió a la cocina y sacó el mate con la inscripción `Quilmes´, lo preparó como lo hace Landriscina y la lámpara de la inspiración casi lo tienta a escribir sobre la característica infusión. ¿Termo y mate de acero con nombre en inglés?. ¡Si va a tener nombre siempre va a ser Puerto Argentino pero jamás Stanley!. ¡Mate de calabaza?. ¿Bombilla boca de pato o de resortes?. ¿Temperatura correcta del agua?. ¿Pava eléctrica o convencional?. ¿Con bizcochos o facturas?. ¿O mate con pizza fría?. ¿Tereré en verano?. Qué poco inspirador… con solo ponerse en el lugar del lector, ya se sentía agobiado ante tanta duda. El ritual del Cono sur sur de la Patria grande no le pareció interesante…
Se rascó la maraña de pelo y como la estatua de Rodin, siguió meditando… alguna idea se le tenía que ocurrir.
El primero en levantarse fue Eze. Los dedos en la boca eran su chupete favorito. Qué raro, pensó, vino en medias y se adelantó a su hermano. Su hijo se le acercó, abrazó su pierna como quien abraza a un ser querido en Ezeiza antes de un largo viaje, se trepó como un mico y tiernamente anidó en su pecho. Y en un castellano interrumpido por los dedos, pidió la leche.
Juanjo, como lo llamaba Bety, espero a que también se levantara Mateo para preparar el desayuno de una sola vez. Al rato, con el café con leche humeante servido al lado de las tostadas con manteca, los vio comer y devorar todo, como cachorros recién adoptados, rayanos en la gula. Verlos comer lo llevó a pensar en las hambrunas mundiales y en las disputas entre los hutus y los tutsis. Eran dos osos comiendo salmón en Alaska, tiranosaurios devorando una presa en el Período Jurásico… Sacudió entonces la cabeza para borrar esas imágenes y sin querer se dio cuenta: que el cuento de “Ni una idea” ¡era un cuento al fin!.


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