Pensar la problemática… del uso problemático de drogas

Hablar hoy en día de problemáticas de consumo es poner sobre la mesa un tema candente que afecta a las distintas sociedades del mundo. Desde ya, nuestro país no es la excepción, y en la misma línea tampoco se queda atrás nuestra provincia, en la que la magnitud del fenómeno en cuestión debe hacernos tomar nota con particular atención.
El entramado complejo de la sociedad hace que, por ejemplo, la escuela y el colegio no sean simples lugares de paso o de adquisición de técnicas de estudio y saberes. Los chicos y los jóvenes habitan las instituciones junto con los adultos, pasan un buen tiempo en ellas y desarrollan vínculos en los que se pone en juego, no ya su rol como estudiantes o profesionales de la educación, sino como sujetos.
Esto hace de la institución educativa un lugar en el que la convivencia no es un mero slogan, sino una realidad efectiva que se desarrolla, con sus aspectos favorables, pero también con sus dificultades, sus impasses y atolladeros. Es por esto que los llamados “acuerdos de convivencia” toman mayor relieve en los últimos tiempos, porque su necesidad demuestra que algo del lazo social se está manifestando, un aspecto molesto, disruptivo. Y, como muchas veces ocurre, no siempre lo hace como uno espera o quisiera que se dé. Algo hace ruido, expresa un malestar, nos toma desprevenidos con eso que “no funciona” y que los psicoanalistas solemos identificar con el síntoma.
Por eso, una de las cuestiones más loables del hacerse cargo, de reconocer un problema, es traer una palabra y a su vez dar la chance a la comunidad de exponer la suya, favorecer un intercambio y difundir algo de información, aún sabiendo que no todo se resuelve o se acomoda con el mero conocimiento.
En este punto, es importante asumir que en principio, visibilizar un problema, constituye una forma valiosa de ponerse a trabajar para romper la inercia en la que parece venimos inmersos hace tiempo. Inercia de tabúes y de sensaciones de incomodidad a las que los profesionales de la educación ven a los ojos diariamente. Quizás sea esto una de las situaciones que más pesa en la mochila del educador de nuestros días, lastre que abonan a diario la sordera y la hipocresía que algunos espacios sociales y políticos tienen para con el sector. Es por eso que cualquier propuesta oficial o iniciativa particular sobre el tema merece ser celebrada, pues sin diálogo y sin voluntad de afrontar las dificultades, no hay lazo social posible.

El sujeto frente al objeto de consumo

El énfasis que ponemos en el lazo social es el mismo que ponemos en los sujetos que lo llevan a cabo; como contraparte de esto restamos lugar al objeto, en este caso el objeto de consumo. ¿Qué significa esto? Significa que el eje del asunto no es ya la sustancia de la cual se hace uso o abuso, sino el sujeto que está implicado en dicha acción. No se trata inicialmente de legislar, de prohibir, o de innovar en torno al objeto de consumo, se trata más bien de escuchar -en principio- que hay un malestar en el que ese sujeto al que hacemos alusión está implicado.
Abrir esta perspectiva es relanzar el tema con mayor profundidad, buscando siempre evitar las ilusorias y simplistas “soluciones” que el antiguo paradigma disciplinario ha presentado durante tanto tiempo. Esas recetas son las que muchas veces dictaron que recluyendo al que consume, y sometiéndolo a internaciones prolongadas, se lo podía hacer “entrar en razones”.
La angustia que subyace a este tipo de problemáticas no se reeduca ni se revierte con programas “carcelarios” ni con imposiciones dogmáticas. Lo que mueve a un sujeto en su incursión al consumo de drogas tiene raíces inconscientes y siempre está ligado a una experiencia singular en la que se pone en juego su vida, su deseo, su familia, el lugar que ésta le dio y que le da a ese sujeto; así como también las redes de contención (o no) que pueda encontrar en la sociedad. En definitiva se ponen en juego un conjunto de factores que no se pueden desconocer y pretender borrar de un plumazo con la simple prescripción de internaciones.
Sacar del camino a aquel que padeciendo un malestar “hace ruido” e interrumpe el funcionamiento de lo dado, no es una opción inclusiva y madura en lo que refiere a vivir en sociedad; más bien es una operatoria que en muchos sentidos nos recuerda a la sordera que líneas arriba atribuimos a algunos actores sociales de peso y a algunos actores de la política y la gestión pública, que prefieren esconder la tierra debajo de la alfombra o mirar para otro lado cuando el problema se hace visible y manifiesto.
Si la sociedad tiene un papel relevante en todo esto, es necesario entonces que se haga difusión y que se lleven adelante las capacitaciones que puedan hacer posible el surgimiento de nuevas posiciones y de nuevas herramientas. Muchas veces escuchamos a diversos trabajadores de la educación y de la salud lamentar no tener las referencias que quisieran para, al menos, poseer un poco más de margen de maniobra, lo que suele generar malestar individual e institucional. Quizás algo tenga que ver la queja de estos sectores con la postura de un sistema que ha decidido ponerlos tantas veces en el vagón de cola.
El desafío de exponer este tipo de problemáticas debe asumir no sólo pensarlas en su justo contexto, derribando tabúes, esquemas de pensamiento y prejuicios; sino también lograr aplicar en la realidad mecanismos efectivos que no pierdan de vista los vicios de un sistema que, hasta ahora, parece empeñado en reproducir la imposibilidad de generar respuestas sustanciales que centren su mirada en el sujeto, que espera del Estado y la sociedad en que se encuentra inmerso, una respuesta integral, moderna y desprejuiciada.


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