Sobre cómo podemos destruir el turismo por prestar servicios informales

TURISMO INFORMAL – 1º PARTE

El turismo es, esencialmente, la oferta de una cadena de servicios. Cada eslabón de esa cadena es importante y la debilidad de alguno de ellos puede significar un daño que afectará ineludiblemente al conjunto. De igual forma, cada parte de esa cadena, se encuentra regulada por una serie de normas que implican deberes y derechos. La informalidad o descontrol de algún eslabón de esa cadena, genera un desequilibrio que impactará sobre el lugar, pondrá en riesgo la imagen del destino y malogrará gran parte del esfuerzo del Estado, la inversión en promoción y la calidad anhelada, además de cientos de puestos de trabajo.
El turismo informal, en cualquiera de sus servicios, hace invisible una parte del turismo, al quedar marginado del sistema, pero además de toda la cascada distributiva que también se hace invisible o simplemente inexistente.
El Estado, al que le interesa recaudar, no lo hace o por lo menos no de la misma manera. El Estado, al que le interesa controlar, sólo lo hace con el servicio habilitado. El Estado, al que le interesa mejorar la calidad, sólo puede exigirle al servicio habilitado. El Estado, al que le interesa generar más puestos de trabajo, se ve frustrado porque el turismo informal es menos trabajo y además sin aportes. Para el Estado que le interesa maximizar el efecto multiplicador del turismo, el turismo informal es un escollo cuando no un impedimento.
Pero el turismo informal o clandestino, esencialmente genera un acto de injusticia, de inequidad, de ilegalidad. A quien se habilita, se lo obliga a cumplir con las leyes, se le cobra impuestos, se le obliga a tener personal en blanco con todos los aportes, se le exige todo lo que a quien decide permanecer en la informalidad, no.
Pero esta situación genera otras consecuencias, porque difícilmente el turismo irregular se limite a ofrecer un solo servicio, sino que comenzará a ofrecer otros. El alojamiento informal, por ejemplo, ofrecerá además «excursiones» o «traslados» en un transporte no habilitado para ello, con un chofer no habilitado para ello, incluso con un guía no habilitado como tal. Pero no conforme con ello, también comenzará a ofrecer servicio gastronómico, sin ningún tipo de control bromatológico.
Se suele argumentar, en defensa del turismo informal, que debe prevalecer el derecho al trabajo. Flaco favor si por el derecho de algunos trabajadores, afectamos el derecho de otros.
El turismo informal, impone reglas de competencia sucias, inequitativas, injustas. Competir implica igualdad de reglas, apego a los reglamentos e igualdad de condiciones.
El turismo informal desvirtúa los costos, los precios, las tarifas. Se presenta como más «barato» cuando no lo es, porque está obviando todas las obligaciones tributarias, pero también aquellas del mejor servicio.
El turismo informal pone en riesgo la seguridad del visitante. Al no existir control alguno sobre la seguridad del lugar en el que duerme, la calidad del alimento que ingiere, la del vehículo que lo transporta y la idoneidad de la información que recibe.
Pero el servicio invisible o no regulado, hace invisible también al pasajero. Que no podrá reclamar nada si algo negativo le pasa, si es víctima de un incumplimiento en el servicio contratado, etc.
El turismo informal también es invisible para las estadísticas que son la herramienta fundamental de la planificación turística.
El turismo informal alimenta a una red, como decíamos, de servicios informales que retroalimentará antecedentes negativos para el destino, sentando precedentes muy difíciles de encuadrar o controlar, conforme crezcan en su oferta. El turismo informal con el tiempo, afectará al flujo turístico y también a la calidad del visitante. Toda la cadena de servicios se verá afectada. La oferta de alojamiento informal genera «burbujas inmobiliarias» que perjudican a toda la población.
Cabe preguntarnos, ¿qué pretendemos para Ushuaia?
¿Este es el precio que estamos dispuestos a pagar por no hacer lo que debemos hacer, por no tomar decisiones que parecen antipáticas?.
Aunque no existen muchas estadísticas se ha dicho, incluso por boca de funcionarios y organizaciones afines, que el alojamiento informal en nuestra ciudad representa entre el 20 y 40 % de la oferta formal. ¿Cuantificamos la evasión impositiva de esa realidad? ¿Cuantificamos el daño económico del trabajo informal en todos esos «eslabones» afectados? ¿Cuantificamos el daño económico de la mala promoción? ¿Cuantificamos el daño económico de la inseguridad o de los riesgos?
No estamos proponiendo aislarnos de las nuevas tendencias en la contratación de servicios y atractivos. Mucho menos de ignorar las nuevas demandas de mercados en claro y permanente crecimiento. Pero urge evaluar seriamente estos procesos, no esquivar la responsabilidad de conducirlos y adecuarlos a nuestra realidad y conveniencia.
Mientras sigamos viendo a esta situación como a un FENOMENO y no como a un PROBLEMA, estaremos lejos de la solución.


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