POESIA | Las noches del “Saint Christopher”

Cuando necesariamente los hombres sienten que son las doce
y se mueren por otra noche junto al cable desenchufado del televisor
comienza la fiesta del reencuentro
en las cubiertas abandonadas del Saint Christopher.
Se iluminan con antorchas de añeja hemoglobina y algas viejas
las maderas enmohecidas frente a la costa,
la popa herrumbrosa de pisadas de cormoranes,
las plásticas escamas de los peces de antiguas leyendas y ningún naufragio.
Y el barco que durante las tardes le ofrece cara de muerto a los peatones,
choferes de la calle Maipú,
se quita la máscara del olvido y comienza a poblarse.
Entonces le llegan fantasmas de todas partes.
Diminutos fantasmas de Navarino,
paladeando aéreos volantes de neutrón;
tibios fantasmas del monte y rayados fantasmas amarillos de presidio.
Fantasmas de náufragos desorbitados en el tiempo,
de indios sudando ojos de guanaco,
yermos fantasmas montando escobas de ónix,
vehículos de reencarnación.
Trituran con sus dientes sin dientes, sin labios, sin paladar, sin esófago,
sendos sandwiches de crustáceos
mientras hablan de próximos aquellarres en Bahía Valentín.
Todas las noches religiosamente cuando el sol se abulta de luna,
hay fiesta en el Saint Christopher,
pacifistas reuniones de fantasmas apolíticos desaparecidos de bolsillos,
cuerdas vocales, utopías vacilantes, patronímicos pasteurizados,
pentagramados fantasmas queriendo vivir en los agujeros del barco desolado.

Alicia Lazzaroni y Juan Carlos Molino