Preso Nro. 287 del Presidio de Ushuaia: “Serruchito” Ernst

Preso Nro. 287 del Presidio de Ushuaia Serruchito” Ernst

 

Preso Nro. 287 del Presidio de Ushuaia Serruchito” Ernst

Julio Cesar Lovece

Un tranquilo día del verano del año 1925, la calma de Ushuaia se quebraba por la alarmante fuga de un preso, el número 287, condenado por un espantoso homicidio que había tenido enorme repercusión en los diarios porteños. Inmediatamente se organizan grupos de guardiacárceles que se desplazan hacia diferentes sectores de la geografía que rodeaba al presidio. Los dos sitios más rastrillados eran la zona del Monte Olivia y el sendero hacia Lapataia, aunque no descartaban que el fugitivo hubiera elegido avanzar por la costa hacia Punta Segunda, elección que complicaría su búsqueda.
No hubo resultados en la primera jornada, pero durante el segundo día, recorriendo todos los rincones linderos al Monte Susana, encuentran al evadido «sentado en el tronco de un árbol, comiendo chocolatines y tarareando música de Strauss». Sus 56 años ya no le ayudaban a presentar mucha resistencia. Había sido condenado a cadena perpetua diez años antes y enviado al temible presidio de Ushuaia. Se trataba de Miguel Ernst, de origen alemán y profesión mecánico, apodado «Serruchito».
Fue el 11 de junio de 1915, cuando se produjo el hecho que lo traería al último confín austral. Ese día por la mañana cambia en Buenos Aires, la guardia municipal responsable de vigilar el bellísimo sector que encierra los jardines de Palermo. El guardia municipal Wenceslao Avendaño, decide hacer un primer recorrido y mientras camina en la espera de un día tranquilo, le llama la atención un bulto que flota en el lago a escasa distancia de la costa. Horrorizado descubre que se trata de un tórax humano. Llama desesperadamente a los demás guardias y éstos dan aviso de inmediato a la Seccional 41º de la Policía. El cabo Calixto Zolorza es uno de los primeros en comprobar el tétrico hallazgo, informando de inmediato a sus superiores. Urgentemente arriban numerosas autoridades, encabezados por el comisario Alberto Dellepiane, el juez de Instrucción Dr. Lavallol, el fiscal Dr. Valdez y hasta el mismo jefe de Policía Eloy Udabe.
Se dispone la presencia de personal de bomberos a fin de rastrillar todo el sector del lago y en poco tiempo los garfios utilizados dan con otras partes del cuerpo de la víctima. Primero las caderas, luego los muslos y las piernas. Dos días más les llevó hallar los brazos y la cabeza. Se trataba de un hombre robusto, blanco, grueso bigote, cabello rubio y de 1.80 m de estatura aproximadamente.
Los cortes practicados en este cuerpo, reflejaban enorme habilidad propia de un especialista. Los mismos indudablemente habían sido llevados a cabo con cuchillo y un serrucho y, si no fuera por la torpeza de no considerar que el tórax flotaría, hasta se llegó a pensar en un cirujano. Pocas pesquisas existían, más que las nombradas. Se hallaron restos de sangre sobre una de las orillas del lago y huellas de ruedas de un vehículo, detalles que demostraban que el asesino había trasladado al infortunado en un auto. Se da la orden de averiguar sobre hombres desaparecidos en los últimos días y durante los próximos cuatro días no tuvieron resultados.
Embargados ya en la desesperación, una persona de apellido Robles, se acerca a la Comisaría a declarar que el día anterior al hallazgo del cuerpo, había concurrido al Café “El espinal” de la ciudad de La Plata y allí se enteró que el propietario del local se hallaba desaparecido. Se trataba de Conrado Schneider, un inmigrante europeo de dudoso prontuario.
Los investigadores interrogan a su esposa, Rosa Schneider, quien asegura que no había hecho la denuncia porque había recibido un par de telegramas de su marido avisándole sobre un viaje imprevisto. Las dudas generadas por estos despachos telegráficos, llevan a comprobar que habían sido enviados en realidad por un antiguo socio comercial de la víctima, Miguel Ernst, a quien detienen inmediatamente para interrogarlo. Este niega cualquier participación en la desaparición de su socio, aunque termina confesando que era amante de Rosa, pero que la separación de la sociedad había dejado todo en armonía, quedándose con un garaje y un auto por un valor de $ 15.000. Las declaraciones recibidas dejan más dudas que certezas respecto del involucrado, por lo que deciden un allanamiento de su vivienda en la que encuentran pruebas irrefutables. Manchas de sangre que persistían en un piso de madera totalmente lavado, salpicaduras de sangre en un sillón, incluso un cuchillo y serrucho que respondían a las características del descuartizamiento y, finalmente una “Voiturette”, vehículo utilizado para el traslado de los macabros restos de Schneider.
El caso había sido resuelto.
Poco tiempo duró el juicio de Ernst y menos aún ser condenado a cumplir cadena perpetua en el Presidio de Ushuaia. Algunos años después, el semanario “Caras y Caretas” envía un reportero que entrevista a varios personajes de la famosa cárcel. Entre ellos al apodado “Serruchito Ernst”.
Este afirmaba que había actuado en legítima defensa. «…mi socio me atacó con un cuchillo. Iba a matarme. Yo corrí a la cocina y tomé un hacha para defenderme. No tuve más remedio que pegarle un fuerte martillazo en la sien. Cayó al suelo y desde allí me apuntó con su revólver. En defensa propia repetí el martillazo en la otra sien. A pesar de todo, ya desmayado en el suelo, chillaba desesperadamente. Sus gritos iban a despertar sospechas entre los vecinos. Para que no gritara y en defensa propia le pinché la garganta con su propio cuchillo. Y el pobre se murió… ¿Qué hacer con el cadáver? Si lo llevaba al hombre hasta mi coche iban a descubrirme. Lo mejor era cortarlo en pedacitos…» Ernst siempre se lamentaba de no haber estudiado medicina; de haberlo hecho, hubiera sabido que si se arroja un tórax al agua, flota.
En la cárcel ayudaba en la cocina y si bien luego supo cumplir con otras tareas, se dice que su habilidad más reconocida era la de carnicero…Bibliografía consultada: “Caras y Caretas” Nro. 872 del 19/06/1915. “Caras y Caretas” Nro. 2096 del 03/12/1938. Fotos: “Caras y Caretas” y Archivo General de la Nación.


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