Rescatan a un hombre en situación de calle y lo alojan en un hotel

Rescatan a un hombre en situación de calle y lo alojan en un hotel

VIVIA EN LA CALLE Y PERNOCTABA EN LA GUARDIA DEL HOSPITAL.

Si algo positivo dejará la pandemia que nos sacude de punta a punta del planeta, será que la improvisación y la procastinación deberán dejar de ser rasgos simpáticos individuales y mucho menos estatales.  Tendremos que dejar de ser eternos niños caprichosos y poner el acento en donde hay que hacerlo: en lo importante.

En Tierra del Fuego, uno de esos temas tomados a la ligera desde hace tiempos inmemoriales, es el de la indiferencia ante la vulnerabilidad de ciertos sectores que claman por ayuda pero que están completamente invisibilizados. Los chicos maltratados y abusados en su entorno familiar, los viejos dejados a la buena de Dios y también víctimas de maltrato físico y psicológico por su propia familia y los indigentes, tildados despectivamente como “borrachines” o linyeras, piden a gritos ayuda, silenciosamente.  Son  seres humanos que sufren y que no tienen ni por asomo la difusión mediática que colectivos como el de las mujeres han logrado imponer casi monotemáticamente.  Tendrán que ser –  en la nueva vida que se abrirá después del coronavirus –  por fin tenidos en cuenta, vistos con toda su crudeza… y contenidos.

Carlos –  así lo llamaremos porque su nombre podría ser ese o cualquier otro –  deambulaba hasta ayer, de acá para allá, por las calles de Ushuaia sin ser visto. Mal vestido y por lo general seguido por un séquito de perros tan abandonados como él, parecía un fantasma que al caer la noche, sin tener a dónde ir, entraba sigilosamente al pasillo de la guardia del Hospital Regional y hacía de las banquetas duras más alejadas de las puertas de los consultorios, una cama mullida y abrigada, claro, en su imaginación.

Carlos pasaba el día adonde el viento cada vez más frecuente en la ciudad más austral del mundo, lo llevara. A veces se dormía una siesta detrás del ancla de la Plaza Piedrabuena, hecho un ovillo, como lo captó la foto que acompaña esta nota. Otras, se juntaba con otros parias como él, para seguir brindando con el tetra que anestesia dolores, engaña el hambre y embota la mente hasta la despersonalización. Trata de no pensar que él podría tener la misma suerte que hace un tiempo corrió otro anónimo que fue encontrado debajo de una placa de cemento en la que se guarecía de la lluvia y dormía, en un playón de Juana Fadul casi San Martín, muerto.

Ayer, Carlos seguía dando vueltas de acá para allá y nadie sabía qué hacer con él. Era imposible hacerle entender que tenía que estar en su casa… ¿pero qué casa?.

La Policía llamó a un juez, este a otro y este otro a un fiscal. Nadie sabía qué solución aportar. El fiscal llamó a una funcionaria gubernamental y ésta a otra, municipal. Finalmente, la solución llegó: Carlos fue trasladado a una habitación de un hotel de la calle Magallanes. El capítulo estaba cerrado y se abría el siguiente: cómo va a hacer para comer, cómo van a mantenerlo dentro de su pieza si está atravesado por la adicción al alcohol, lo que lo lleva a enloquecer si no tiene lo que lo esclaviza?.

Carlos obliga a trabajar sobre la urgencia, lo mismo que los chicos y viejos que hoy están dentro de casas de las que intentan protegerse del coronavirus pero sin certeza de que sobrevivirán al abuso sexual o los golpes. Para algunos la única elección posible es el fuego o la sartén.

Un hogar de ancianos, un espacio para Carlos y otros como él en situación de calle y un refugio para niños y adolescentes cuyos hogares son cámaras de horror o un sistema de familias de acogimiento temporal perfectamente aceitado que los ampare, será lo que habrá que abordar con responsabilidad, conciencia y adultez, cuando podamos volver a salir a la calle.

La característica viveza criolla de “lo atamo con alambre” no deberá existir más en la nueva vida post COVID 19. Si no, no habremos aprendido nada.

Sandra Mayor


Diario Prensa

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