Tierra del Fuego. El secreto jamás contado

La frase del epígrafe pertenece a Carlos Marx, basada en una idea que este filósofo alemán tomó del griego Aristóteles. De hecho, algunas posturas científicas (en el sentido “amplio” del término) sostienen que los pensamientos catalizan energías invisibles al ojo humano, pero que son tan reales como el latido del corazón o cualquier tipo de sentimiento, hasta tal punto que consideran que el pensamiento medido en partículas físicas de cualquier producto humano palpable, no es otra cosa que materia gris concentrada.
La clave de este pasaje de Marx está dado por la idea que la diferencia entre la mejor abeja y el peor trabajador es que el el ser humano planifica mientras que la abeja obra por instinto. Ese pensamiento (materia gris) capaz de movilizar los músculos y extremidades humanos en la transformación de la naturaleza a través del trabajo en forma premeditada es lo que podríamos identificar como la causa de cualquier fuerza productiva humana. Pensemos por un segundo en la cantidad de operaciones que realizamos los seres humanos con el celular, verdaderas oficinas móviles multifunciones. En el celular actual quizá pueda concentrarse la historia de nuestra evolución neuronal y, al mismo tiempo, el objeto con mayor cantidad de materia gris concentrada que exista en el mundo.
Sin intención de ponernos místicos, podríamos llegar a preguntarnos qué ocurre con toda esa materia gris, cuál sería su destino final o dónde quedaría depositada una vez producido el pensamiento o terminado el producto de cualquier actividad humana. Sabemos que el mundo humano es mucho más de lo que vemos y lo más interesante, de lo que sentimos o hasta percibimos.
Los Isleños, por ejemplo, experimentamos nuestros paisajes de una forma muy particular. No se trata de la mirada del turista, que ya viene preparado para ver lo que “quiere ver” y luego puede marcharse satisfecho con el objetivo consumado. Para los lugareños que habitamos este paraíso (inclusive los riograndenses que podrían llegar a aducir que su geografía no es tan bondadosa en términos paisajísticos, pero que con un viaje de una hora a Tolhuin encuentran la solución de inmediato) la cosa es bien diferente. Porque hay que decirlo, el lugar tiene una fuerza especial, algo que nos hace sentir que vivir en esta Isla tiene un precio, que en la medida en que no le devolvamos al lugar lo que nos entrega en términos de dones físicos y metafísicos, estaremos condenados a vagar insatisfechos por sus calles y senderos, incómodos con nosotros mismos y lo que es peor, añorando poder irnos algún día.
Pero no todos tienen la fortaleza de poder vivir con esa contradicción interior y es tan profunda la fuerza del lugar y su misterioso principio de determinación, que si no lo canalizamos de algún modo dentro o fuera de nosotros, terminamos arrojándonos a la muerte. Estas, como el clima, son las condiciones extremas a las que estamos expuestos. Ese, en definitiva, puede ser el mayor precio de vivir en la Isla.
Hace ya más de medio siglo que una rama de la historiografía francesa se dedicó a cultivar la “historia de las mentalidades”. Algunos de esos historiadores realizaron lecturas muy interesantes de las adaptaciones de los pueblos a sus medios geográficos. Jaques Le Goff, por ejemplo, centró sus análisis en la Edad Media, en la que encontró un mundo dual signado por la cristiandad y las prácticas profanas de la aldea y los bosques encantados. Quizá en Tierra del Fuego necesitemos también interlocutores que nos ayuden a entender los bosques locales, verdaderos reservorios de materia gris concentrada. ¿Quién no se estremeció caminando entre ellos? ¿Quién no se quedó meditando entre su vegetación?
¿Y si nuestros pensamientos, nuestros sentimientos y percepciones no están destinados a diluirse hacia la nada misma? Tiene entonces que haber un lugar donde se depositen o quizá fluyan entre nosotros constantemente, estén allí y cada tanto ingresen a nuestra vida en la forma menos esperada. Para bien o para mal. Para darnos la felicidad plena o para hundirnos en la más profunda tristeza. Para que vivamos enamorados del lugar en el que nos desarrollamos o para arrojarnos al triste destino del desarraigo o el suicidio. No todos estarán preparados para soportar la fuerza de la Isla, no todos estarán blindados adecuadamente para soportar los malos pensamientos de la gente.
Porque además, otro precio de vivir en la Isla fue pagado por las bandas de cazadores recolectores exterminadas a fines del siglo XIX. ¿Murieron por nada? ¿Lo único que dejaron fueron registros arqueológicos y etnohistóricos? Por qué no especular con que todo ese cúmulo de creencias y de materia gris concentrada de los indígenas fueguinos esté aún influyendo en Tierra del Fuego, razón por la cual una parte de esa experiencia grupal conviva entre nosotros y utilice como guarida los bosques fueguinos, las profundidades extremas del Lago Kami, algún punto impenetrable del glaciar Martial o las profundidades del canal Beagle. Quizá hacia allí también se direccione nuestra materia gris concentrada. La de todos estos años. La de hoy.
Pues bien, esta fuerza aún indescifrable para el lenguaje humano, espera aún ser revelada. Quizá nos falta eso, comenzarnos a pensarnos también desde nuestra relación con el lugar. Cultivar la historia de las mentalidades, la filosofía y la literatura sobre lo que sentimos al vivir en la Isla. Aún no fue publicada la novela que nos describa en el paisaje, que nos naturalice en tiempo y espacio, que nos convierta en protagonistas de esta maravillosa historia metafísica de destino personal manifiesto.
Sé que el lector se sentirá extrañado por el tono de este artículo, pero es lo que siento por este lugar y quería rendirle homenaje a mi tierra. Necesitaba expresarlo, sacarlo de adentro mío, que un poco de materia gris fluya hacia ese centro donde están acumulados los sueños y pensamientos de todos, quienes habitamos, quienes ya no están. Siento que nos falta un libro en Tierra del Fuego que nos describa e interprete como una comunidad de montaña. Estoy seguro que sería de gran ayuda para todos y un destacado aporte comunitario.
Esa es la fuerza que siento en Tierra del Fuego. Para mí el secreto del lugar y el destino final de todo cuanto producimos más allá de lo ordinario, está en sus bosques. Hacia allí espero vaya la materia gris utilizada para poner en palabras lo que aquí se expresa. Espero esto sirva para diferenciarme de la mejor abeja y que la Isla lo entienda así, donde quiera que se encuentre ese depósito de materia gris concentrada.


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